Berardinelli sobre
Saba
¡Qué escándalo, Umberto Saba! Es el poeta
italiano más grande del siglo XX e ignora la modernidad: “¿Es un poeta fuera de
la historia?”, se preguntaba Giacomo Debenedetti, el crítico de Saba por
excelencia, su “descubridor” y mayor analista. Y comenzaba a responder que:
“Sería extraño, porque está entre los más decididos líricos del hombre inmerso
en la propia historia individual como historia de los hechos, y partícipe de la
historia y de la vida cotidiana de todos, o porque está implicado en ella, o
porque se duele de no estarlo suficientemente”. Cierto, la modernidad de Saba
no es una modernidad de manual de Lo Moderno. La idea misma de que los autores
sean interpretados antes que nada en base a categorías de este tipo es una idea
que Saba vuelve vana. El imperativo de Rimbaud (“Hay que ser absolutamente
modernos”) ha envejecido más rápidamente que la poesía de Saba, que no
envejece.
“Ha sucedido, en Italia, con el Cancionero de Saba”, escribió Elsa
Morante, “lo que casi siempre sucede con las obras de la más grande poesía: que
ellas son demasiado ‘modernas’ todavía, para sus contemporáneos, y deben
esperar, para que su significado se despliegue en su plenitud, a que lleguen a
ellas las generaciones futuras.” Y un poco más adelante: “Esos valores que,
imitando una frase de Saba, podrían definirse ‘valores de la morte’, se dejan
reconocer, en nuestras estéticas contemporáneas, por el extraño culto que éstas
tienen de lo informe (sea que este informe se esconda bajo las exterioridades
de lo abstracto, del naturalismo de manera, o del virtuosismo filológico” (“Il
poeta di tutta la vita”, en “Pro e contro la bomba atómica, Adelphi, 1987). No
sé si las generaciones futuras alcanzarán alguna vez a Saba. Pero por qué Saba
es un escándalo se lo comprende leyendo un poema como éste, que hoy se ha
vuelto, sin quererlo, mucho más transgresivo y perturbador que cualquier teoría
del erotismo y del vértigo electrónico. Las transgresiones eróticas inundan los
quioscos de diarios, son bizcochos dulces para consumir a la siesta, mientras
los niños juegan acostados sobre la moquette, con el control del televisor en
la mano…
¡Pero una cocina económica con dos
albañiles y un viejito! ¿Quién soportaría, en un país desarrollado como el
nuestro, a una visión semejante! ¿Quién no sería despedazado por los más
violentos shocks emotivos y morales frente a la palabra “pobreza”, acompañada por
el adjetivo “grande” y asociada al sustantivo “salvación”? ¡Pobreza como
salvación! Y luego “polenta” cerca de “belleza”, y “alma” al inicio y “pueblo”
al final… ¡Poemas como éste se leen en la escuela! […]
Alfonso
Berardinelli
[De “Umberto Saba”,
en: Cento poeti,
Mondadori, Milano,
1991, pp. 303-304]
*
Cocina económica
¡Inmensa gratitud a la existencia
que ha conservado estas queridas cosas,
océano de delicias, alma mía!
¡Oh, cómo todo en su lugar se encuentra!
¡Oh, cómo todo en su lugar persiste!
También hay salvación en gran pobreza.
De la rubia polenta la belleza
conmueve mi mirada; el corazón,
por secretos hechizos, sube a límites
del humano posible sentimiento;
yo, si pudiera, aquí querría morir,
me trajo aquí un instinto. Indiferentes,
dos albañiles cenan a mi lado;
y un viejito que el plato sin el vino
ha consumido, en sí se ha recluido
y en la dulce tibieza acogedora,
como el niño en el vientre de la madre.
Se parece, quizá, a mi pobre padre
vagabundo, al que madre maldecía;
un niño estremecido la escuchaba.
Me siento aquí cercano a mis orígenes;
me siento de regreso a un lugar mío;
al pueblo en el que muero, en que he
nacido.
Umberto Saba
[Versión de P. A.
Córdoba, 24-V-19]
*
Cucina
economica
Immensa gratitudine
alla vita
che ha conservate
queste care cose;
oceano di delizie,
anima mia!
Oh come tutto al suo
posto si trova!
Oh come tutto al suo
posto è restato!
In grande povertà
anche è salvezza.
Della gialla polenta
la bellezza
mi commuove per gli
occhi; il cuore sale
per fascini più
occulti, ad un estremo
dell'umano possibile
sentire.
Io, se potessi, io qui
vorrei morire,
qui mi trasse un
istinto. Indifferenti
cenano accanto a me
due muratori;
e un vecchietto che il
pasto senza vino
ha consumato, in sé si
è chiuso e al caldo
dolce accogliente,
come nascituro
dentro il grembo
materno. Egli assomiglia
forse al mio povero
padre ramingo,
cui malediva mia
madre; un bambino
esterrefatto ascoltava.
Vicino
mi sento alle mie
origini; mi sento
se non erro, ad un mio
luogo tornato;
al popolo in cui
muoio, onde sono nato.
Umberto Saba