George Steiner
Escuelas de lectura
La
posibilidad de crear “escuelas de lectura creativa” es una idea que siempre me
acompaña (“escuela” es una palabra demasiado pretenciosa: una habitación
silenciosa y una mesa bastarán). Tendremos que empezar por el nivel de
integridad material más sencillo y, por lo tanto, más preciso. Debemos aprender
a analizar frases y la gramática de nuestro texto, porque, como Roman Jakobson
nos ha enseñado, no es posible acceder a la gramática de la poesía, al nervio y
a la energía del poema, si permanecemos ciegos a la poesía de la gramática.
Tendremos que volver a aprender la métrica y aquellas reglas de escansión que
eran familiares para los escolares ilustrados de la época victoriana. Tendremos
que hacerlo no por pedantería, sino por el hecho abrumador de que en toda
poesía, y en una gran proporción de obras en prosa, el metro es la música que
controla el pensamiento y la sensibilidad. Tendremos que despertar los
entumecidos músculos de la memoria, redescubrir en nuestros vulgares yos los
enormes recursos de memorización precisa, y el placer que procuran los textos
que hemos alojado para siempre en nuestro interior. Buscaremos aquellos
rudimentos de reconocimiento mitológico y escritural, de recuerdo histórico
compartido, sin los cuales es casi imposible ─salvo con el apoyo constante de
notas a pie de página cada vez más elaboradas─ leer correctamente una línea de
Chaucer, de Milton, de Goethe o, para dar un ejemplo deliberadamente
modernista, de Mandelstam (uno de los maestros del eco).
[De: George
Steiner, “El lector infrecuente”, en Pasión intacta. Ensayos 1978-1995,
Ediciones Siruela, Madrid, 1997, págs. 43-44.]