viernes, 3 de diciembre de 2021

 

Alfonso Berardinelli

 

Sobre "El infinito" 

de Giacomo Leopardi

 





El infinito

 

Siempre me fue querida esta colina

Solitaria, y querida esta espesura

Que oculta a la mirada una gran parte

Del último horizonte… Pero aquí,

Sentado, contemplando, ilimitados

Espacios a lo lejos, sobrehumanos

Silencios, profundísima quietud

Finjo en mi pensamiento, donde falta

Poco para aterrar al corazón.

Y como el viento escucho susurrar

Entre el follaje, yo comparo aquel

Infinito silencio y esta voz:

Y llega a mí el oleaje de lo eterno,

Las estaciones muertas, la presente

Y viva, y su rumor. Así, entre esta

Inmensidad se anega el pensamiento

Y naufragar me es dulce en este mar.

 

Giacomo Leopardi

 

[Versión de P. A.,

Villa Dolores, 06-XI-16]

 

*

 

L’ infinito

 

Sempre caro mi fu quest’ermo colle

E questa siepe, che da tanta parte

Dell’ultimo orizzonte il guardo esclude.

Ma sedendo e mirando, interminati

Spazi di là da quella, e sovrumani

Silenzi, e profondissima quiete

Io nel pensier mi fingo; ove per poco

Il cor non si spaura. E come il vento

Odo stormir tra queste piante, io quello

Infinito silenzio a questa voce

Vo comparando: e mi sovvien l’eterno,

E le morte stagioni, e la presente

E viva, e il suon di lei. Così tra questa

Inmensità s’annega il pensier mio:

E il naufragar m’è dolce in questo mare.

 

Giacomo Leopardi

 

(Recanati, 29 de junio de 1798

– Nápoles, 14 de junio de 1837)

 

 

Si no el más famoso, "El infinito" es sin duda el poema más sorprendente y magnético de la literatura italiana, es el "agujero negro", es el principio del nirvana en nuestra tradición poética. Como el soneto de las "correspondencias" de Baudelaire es considerado la fuente del Simbolismo, así "El infinito" puede ser considerado el vórtice en el cual el clasicismo se disuelve y se pone una nueva unidad de medida de la poesía.

 

Cuando escribió estos quince versos, en 1819, en Recanati, Giacomo Leopardi tenía poco más de veinte años. La experiencia del poder aniquilador e ilusionista de la imaginación se le volvía cada vez más familiar. "El alma imagina lo que no ve, lo que ese árbol, esa espesura, esa torre le esconden, y va vagando en un espacio imaginario, y se figura cosas que no podría, si su vista se extendiera ubicua, porque lo real excluiría lo imaginario" ("Zibaldone", 171, 12-13 de julio, 1820). La experiencia del infinito se desprende, pues, de la experiencia del límite. Es la familiaridad con la percepción del límite (esta colina, esta espesura) lo que abre el acceso a lo que no tiene límite, a lo que está más allá del límite.

 

Pero además de ser el poema más típico y puramente lírico de toda la tradición italiana (vale decir, el poema en el cual adviene el monólogo más autorreflexivo, más solitario y menos comunicable), "El infinito" es también un concentrado extremo de la situación en la que vivió Leopardi. Es la imagen de una vida que se vacía de sí misma, se aleja de sí misma y se adentra en alta mar (hasta el naufragio) tomando distancia de preocupaciones, deseos, esperanzas, amarguras. Analizada y sopesada palabra por palabra, sílaba por sílaba, verso a verso, esta breve composición termina por aparecer como un pozo sin fondo. Breve como debe ser la verdadera poesía, según Leopardi: un chorro inesperado y semiautomático de palabras que se imponen a la mente liberándola por un breve lapso de tiempo de la parálisis de la esterilidad. Una medida impecable, el endecasílabo, el verso más clásico y más natural de la poesía italiana, que ordena palabras y sílabas sin forzarlas, conduciéndolas desde una frase a la otra más allá de esa misma medida que sin embargo las gobierna.

Sobre "El infinito" han sido escritos numerosos estudios (Fubini, Lotman, Di Girolamo, Blasucci), que ponen en evidencia la absoluta originalidad del tejido métrico. El verso se tiende plácidamente sobre sí mismo o se encorva fragmentándose en medidas mínimas para luego reencontrar en el flujo sintáctico unidades más amplias. Los adjetivos indican un límite extremo y su superación ("último... Ilimitados... sobrehumanos... profundísima...").

 

El vocablo que da título al poema aparece en el décimo verso, como adjetivo que califica al silencio ("infinito silencio"). Y nos topamos von él después de una suspensión ("aquel..."), a la cual sigue el choque, el cimbronazo de aquel adjetivo, que en una lectura ralentada también podríamos, por un instante, tomarlo por un sustantivo. Pero luego la noción de infinito se prolonga en aquella de un silencio audible, como el susurro del viento. Ausencia, vacío y silencio están preñados de todas las presencias que en ellos se niegan. Este infinito es temporal (un siempre, un ahora que no pasa), es espacial (el confín de la colina y la espesura), es sensorial (sonidos que entran en el silencio), es mental (memoria que cae en el olvido, imaginación que es vencida y espantada por el exceso). Los endecasílabos son quince, uno más que en un soneto. La medida tradicional, clásica y áurea de la poesía italiana está, pues, presente: pero lo está, se diría, a la manera de la intrusión y de la atenuación (nada de rimas, un verso de más, que es por otra parte la cláusula de la extinción, de lo que cesa). El pronombre personal resuena con su carga afectiva y casi corpórea en el primer verso y en el último ("me fue", "me es dulce"). El naufragio del yo, en fin, es señalado por una sensación de placer que de nuevo hace aparecer el "me es", el "yo soy", en el instante mismo en que se disipan.

 

De: Alfonso Berardinelli,

Cento poeti. Itinerari di poesia,

Mondadori, Milano, 1991, págs. 179-181.

 

[Traducción de P. A.

Córdoba, 20-XI-21]