martes, 29 de noviembre de 2016


Evgueni Evtushenko

No te des prisa...





No te des prisa...

Date prisa, ven pronto junto a mí,
Si estoy lejos, si no hallo una salida,
Si hay nubes de tristeza en mi ventana,
Si mi vida es como una pesadilla.

Date prisa, si ves que estoy dolido,
Date prisa, si estoy callado y triste,
Date prisa, si añoro a algún amigo,
Date prisa, ven pronto junto a mí…

No te des prisa, cuando está
Lejos la pena, y tú a mi lado,
Dicen que “sí” las hojas y las aguas,
Las luces, y los trenes, y los astros…

No te des prisa, cuando se miran las miradas,
No te des prisa, cuando no hace falta la prisa,
No te des prisa, cuando el mundo está callado,
No te des prisa…

Evgueni Evtushenko

[Versión de P. A.
Córdoba, 31-V-15]


*

Не спеши...

Ты спеши, ты спеши ко мне
Если я один, если трудно мне.
Если я, словно в страшном сне,
Если тень беды в моем окне.

Ты спеши, когда обидят вдруг,
Ты спеши, когда мне нужен друг,
Ты спеши, когда грущу в тиши,
Ты спеши, ты спеши!

Не спеши, не спеши, когда
Мы с тобой вдвоем и вдали беда,
Скажут "да" листья и вода,
Звезды, и огни, и поезда...

Не спеши, когда глаза в глаза,
Не спеши, когда спешить нельзя,
Слушай ночь, замри и не спеши,
Не спеши, не спеши...


Евгений Евтушенко




domingo, 20 de noviembre de 2016


Jorge Luis Borges

Dos poemas en inglés





Dos poemas en inglés

A Beatriz Bibiloni Webster de Bullrich

I

El amanecer inútil me encuentra en una esquina desierta;
he sobrevivido a la noche.
Las noches son olas orgullosas: altas olas azules desplomándose
bajo el peso de todos los colores de profundos despojos,
el peso de cosas imposibles y deseables.
Las noches tienen una costumbre de misteriosos dones y rechazos,
de cosas otorgadas a medias, a medias rehusadas, de
alegrías con hemisferios oscuros. Así hacen las noches,
te lo digo.
La marea, esta noche, me dejó los fragmentos habituales y
ocasionales restos: algunos amigos odiados para charlar,
música para soñar, y el humo de amargas cenizas.
Las cosas a las que mi hambriento corazón no les
encuentra uso.
La ola enorme te trajo.
Palabras, palabras cualesquiera, tu risa; y vos tan
abandonadamente, tan incesantemente hermosa.
Hablábamos y habías olvidado las palabras.
El amanecer desgarrador me encuentra en una calle desierta
de mi ciudad.
Tu perfil dándose vuelta, los sonidos que hacen tu nombre,
el acento de tu risa: éstos son los ilustres juguetes
que me has dejado.
Los vuelvo de un lado y del otro en el amanecer, los pierdo,
los encuentro; se los cuento a los pocos perros
vagabundos y a las pocas estrellas vagabundas
del amanecer.
Tu vida oscura y rica…
Debo alcanzarte de algún modo: renuncio a los ilustres juguetes
que me dejaste, quiero tu oculta mirada, tu verdadera
sonrisa ―aquella solitaria, irónica sonrisa que tu frío
espejo conoce.


II

¿Con qué puedo retenerte?
Te ofrezco pobres calles, atardeceres desesperados, la luna
de los mellados suburbios.
Te ofrezco la amargura de un hombre que ha mirado largamente,
largamente la solitaria luna.
Te ofrezco mis antepasados, mis muertos, los espíritus que los
vivos han honrado en el bronce: el padre de mi padre,
muerto en la frontera de Buenos Aires, dos balas
atravesando sus pulmones, barbado y muerto,
amortajado por sus soldados en cuero de vaca;
el abuelo de mi madre ―con veinticuatro años―
encabezando una carga de trescientos hombres en el
Perú, ahora espectros sobre sombras de caballos.
Te ofrezco cuanta sabiduría puedan tener mis libros, cuanta
hombría o humor mi vida.
Te ofrezco la lealtad de un hombre que nunca ha sido leal.
Te ofrezco esa médula de mi ser que he salvado, de algún modo
―el corazón central que no trata con palabras, no
comercia con sueños y no es tocado por el tiempo,
la alegría, las desdichas.
Te ofrezco la memoria de una rosa amarilla vista al atardecer,
años antes de que vos nacieras.
Te ofrezco explicaciones de vos misma, teorías acerca de vos
misma, auténticas y asombrosas novedades sobre
vos misma.
Te puedo dar mi soledad, mi oscuridad, el hambre de mi corazón:
estoy tratando de sobornarte con la incertidumbre,
con el riesgo, con la derrota.


1934

Jorge Luis Borges

[Versión de P. A.
Córdoba, 1983]


*


Two English Poems

To Beatriz Bibiloni Webster de Bullrich

I
  
The useless dawn finds me in a deserted street-corner; I have
outlived the night.
Nights are proud waves; darkblue topheavy wavesladen with
all the hues of deep spoil, laden with things unlikely
and desirable.
Nights have a habit of mysterious gifts and refusals, of things
half given away, half withheld, of joys with a dark
hemisphere. Nights act that way, I tell you.
The surge, that night, left me the customary shreds and odd
ends: some hated friends to chat with, music for dreams,
and the smoking of bitter ashes.  The things my hungry
heart has no use for.
The big wave brought you.
Words, any words, your laughter; and you so lazily and incessantly
beautiful. We talked and you have forgotten the words.
The shattering dawn finds me in a deserted street of my city.
Your profile turned away, the sounds that go to make your name,
the lilt of your laughter: these are the illustrious toys you
have left me.
I turn them over in the dawn, I lose them, I find them; I tell them
to the few stray dogs and to the few stray stars of the
dawn.
Your dark rich life...
I must get at you, somehow; I put away those illustrious toys you
have left me, I want your hidden look, your real smile
that lonely, mocking smile your cool mirror knows.
  

II
  
What can I hold you with?
I offer you lean streets, desperate sunsets, the moon of the jagged
suburbs.
I offer you the bitterness of a man who has looked long and long
at the lonely moon.
I offer you my ancestors, my dead men, the ghosts that living men
have honoured in bronze: my father's father killed in the
frontier of Buenos Aires, two bullets
through his lungs, bearded and dead, wrapped by his
soldiers in the hide of a cow; my mother's grandfather
just twentyfour heading a charge of three
hundred men in Peru, now ghosts on vanished horses.
I offer you whatever insight my books may hold, whatever
manliness or humour my life.
I offer you the loyalty of a man who has never been loyal.
I offer you that kernel of myself that I have saved, somehow
the central heart that deals not in words, traffics not
with dreams, and is untouched by time, by joy, by
adversities.
I offer you the memory of a yellow rose seen at sunset, years
before you were born.
I offer you explanations of yourself, theories about yourself,
authentic and surprising news of yourself.
I can give you my loneliness, my darkness, the hunger of my
heart; I am trying to bribe you with uncertainty, with
danger, with defeat.
  

1934

Jorge Luis Borges

domingo, 6 de noviembre de 2016


Giacomo Leopardi

El infinito





El infinito

Siempre me fue querida esta colina
Solitaria, y querida esta espesura
Que oculta a la mirada una gran parte
Del último horizonte… Pero aquí,
Sentado, contemplando, ilimitados
Espacios a lo lejos, sobrehumanos
Silencios, profundísima quietud
Finjo en mi pensamiento, donde falta
Poco para aterrar al corazón.
Y como el viento escucho susurrar
Entre el follaje, yo comparo aquel
Infinito silencio y esta voz:
Y llega a mí el oleaje de lo eterno,
Las estaciones muertas, la presente
Y viva, y su rumor. Así, entre esta
Inmensidad se anega el pensamiento
Y naufragar me es dulce en este mar.

Giacomo Leopardi

[Versión de P. A.,
Villa Dolores, 06-XI-16]





L’infinito

Sempre caro mi fu quest’ermo colle
E questa siepe, che da tanta parte
Dell’ultimo orizzonte il guardo esclude.
Ma sedendo e mirando, interminati
Spazi di là da quella, e sovrumani
Silenzi, e profondissima quiete
Io nel pensier mi fingo; ove per poco
Il cor non si spaura. E come il vento
Odo stormir tra queste piante, io quello
Infinito silenzio a questa voce
Vo comparando: e mi sovvien l’eterno,
E le morte stagioni, e la presente
E viva, e il suon di lei. Così tra questa
Inmensità s’annega il pensier mio:
E il naufragar m’è dolce in questo mare.

Giacomo Leopardi

(Recanati, 29 de junio de 1798
– Nápoles, 14 de junio de 1837)



viernes, 3 de junio de 2016

Lord Byron

She walks in beauty, like the night…





Ella, como la noche, en su belleza
Avanza, aquellas noches de los climas
Sin nubes, de los cielos constelados;
Y lo mejor del brillo y la tiniebla
Se reúne en su gesto y en sus ojos,
Sazonados por esa tierna luz
Que el firmamento niega al vulgar día.

Una sombra de más, un fulgor menos, 
Habrían disminuido aquella gracia
Sin nombre que en su trenza negra ondula,
O suavemente alumbra sobre el rostro,
Donde dulces, serenos pensamientos
Sugieren cuán querible es su morada.

Y en aquella mejilla, aquellas cejas,
Tan suaves, y tan calmas, y elocuentes,
La sonrisa que encanta, aquel destello,
Dicen de días en bondad empleados,
La mente en armonía con el mundo
Y un corazón que ama con inocencia.


George Gordon Byron


[Versión de P. A.
Córdoba, 03-VI-16]


*


She walks in beauty, like the night
Of cloudless climes and starry skies;
And all that’s best of dark and bright
Meet in her aspect and her eyes;
Thus mellowed to that tender light
Which heaven to gaudy day denies.

One shade the more, one ray the less,
Had half impaired the nameless grace
Which waves in every raven tress,
Or softly lightens o’er her face;
Where thoughts serenely sweet express,
How pure, how dear their dwelling-place.

And on that cheek, and o’er that brow,
So soft, so calm, yet eloquent,
The smiles that win, the tints that glow,
But tell of days in goodness spent,
A mind at peace with all below,
A heart whose love is innocent!



George Gordon Byron


domingo, 8 de mayo de 2016


La poesía y el aprendizaje
del mestiere di vivere





No sé si la poesía ayuda a vivir, en un sentido didáctico, es decir, que ella enseñe o colabore especialmente en el aprendizaje del arduo “mestiere di vivere”. Creo que no. Tal vez ayude, sí, a ver convertidas en palabras memorables los enigmas que desvelan nuestra existencia, aunque sean palabras que digan el desconcierto de “ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto”. La poesía, en efecto, a menudo se parece más a una interrogación que a una respuesta. Hay en la poesía, sin embargo, palabras que nos acompañan a lo largo de los días, especie de mantras o de letanías que vuelven a nuestra memoria una y otra vez, y nos ayudan a sobrellevar verbalmente el peso incomprensible de la vida, por ejemplo, o a encontrar un “correlato objetivo” para la levedad inaferrable de nuestra alegría. Un verso de Borges, entre tantos otros, tiene para mí un valor sapiencial y obsesivo semejante, casi un talismán para afrontar horas de desasosiego definido o indefinible. Es aquél que afirma, en el segundo soneto de “1964”, luego de constatar, con la imperiosidad tajante e injusta que suele producir la pérdida de un bien al que se le asignaba un valor absoluto, “Ya no seré feliz”: “Hay tantas otras cosas en el mundo”. Tal sencilla sentencia me parece de una sabiduría aleccionadora: si no hay bienes absolutos, la variedad infinita del mundo ofrece un buen consuelo al ánimo atribulado, recordándole que el mal, o parte del mal, puede consistir en no lograr apartar la atención del motivo de su angustia. Creo que ese adagio borgeano es complementario, en términos espaciales, de aquella brevísima frase, igualmente sabia, en términos temporales, que la leyenda dice que llevaba inscripta el Rey Salomón en su anillo: “Esto también pasará”.


sábado, 7 de mayo de 2016


Una hora en el café
y unos versos recordados
de Paul Valéry






Qué delicia, en verdad, un sábado a la tarde, aun engripado, luego de la maratón de cuatro horas corridas de clases sobre poesía del siglo XX en la universidad, sentarse a la mesa de siempre en el bar de siempre,  degustar un café, encender la pipa y quedarse mirando, sólo mirando, los árboles de La Cañada, la gente que pasa por la calle, el tráfico multicolor, las lámparas que se encienden, aquí y allá, como en un pino navideño, la hora indecisa entre la luz y la sombra sobre los edificios y la plaza del frente... “Il mio supplizio / è quando / non mi credo / in armonía”, escribió Ungaretti: en paz el corazón, en paz con el amor, con el trabajo, con la vida y la muerte, cede el desasosiego y cede la ansiedad ― todo es presente, calma, como aquel mar sereno al mediodía que observó Valéry. También yo, como él, aunque el paisaje sea distinto, bien podría decirme en este instante, cuando el tiempo parece suspendido y el alma se siente en armonía, esas palabras que parecen una celebración de la plenitud o de la desaparición: “Comme le fruit se fond en jouissance, / Comme en délice il change son absence / Dans une bouche où sa forme se meurt, / Je hume ici ma future fumée...”


*


Aquí, un intento de traducción de los hermosos (e intraducibles) versos de Paul Valéry, de El cementerio marino (1920), que me decía esta tarde, como tantas otras veces, y que menciono en la nota anterior. En la fotografía con que los acompaño se ve a Valéry con Rainer Maria Rilke. Tal vez luego de ese encuentro haya sido la frase de Valéry sobre Rilke (¿o fue de Rilke sobre Valéry?), que observaba que el poeta vivía “en excesiva intimidad con el silencio”. Ahora que lo pienso, los versos que traduje bien podrían pertenecer también a Rilke, y creo que los Poemas franceses del autor de las Elegías de Duino tienen a su vez bastante de valérianos.


Como el fruto se funde en su fruición,
Como su ausencia pasa a ser delicia
Cuando en la boca se deslíe su forma,
Yo aspiro aquí mi póstuma humareda...


[Opciones para el tercer verso:

* Forma que en una boca se diluye…

* Si se esfuma en la boca su figura…

* Cuando en sabor su forma se diluye…

* Si en el sabor su forma se disipa…


Etc.]


Vida y poesía

(Divagaciones circunstanciales
en torno de unos versos
de Rubén Darío)



[Rubén Darío
un año antes de su muerte]


Pensaba en estos días, no por azar, en la vida de Rubén Darío, uno de los autores que en nuestros países primero y de modo un tanto fatídicamente ejemplar evidencia las marcas de las nuevas condiciones en que se desarrollan la existencia y la obra del artista en la sociedad moderna, y recordaba en especial los versos de uno de sus poemas, aquél que comienza con un ruego y una confesión: “Hermano, tú que tienes la luz, dime la mía. / Soy como un ciego. Voy sin rumbo y ando a tientas. / Voy bajo tempestades y tormentas / ciego de ensueño y loco de armonía.”
Se advierte que es un poema escrito “de profundis”, probablemente nacido de un tirón, un tirón doloroso, tal vez desde un inicio en su forma definitiva, como palabras que llegan desde una remota distancia, a lo largo de una dura experiencia de años, cantos rodados del desasosiego. Luego de esa primera estrofa, como quien comprendiera, revelada por las palabras mismas que acaba de escribir (“ciego de ensueño y loco de armonía”), la causa de su angustia, apunta el diagnóstico, con crudeza despiadada, casi con ensañamiento consigo mismo y con ese mal que atormenta su vida: “Ése es mi mal. Soñar. La poesía / es la camisa férrea de mil puntas cruentas / que llevo sobre el alma. Las espinas sangrientas / dejan caer las gotas de mi melancolía.”
Parece fácil, quizás, pero no lo es, escribir frases como ésas (casi puedo imaginar el temblor imperceptible de la mano al redactarlas, como quien se libera finalmente de un nudo en la garganta): es la primera vez, si no me equivoco, que en la literatura hispanoamericana se acusa con tal ferocidad a la poesía de su efecto sobre la vida del poeta. Hay que haber sufrido mucho, para escribirlas, el contraste entre ese “oficio o arte arisco” y una posible paz o bienestar existencial, sean éstos lo que fueren.
Creo que el conflicto, en rigor de verdad, no es tanto, o no sólo, entre la poesía y la existencia, aunque es novedosa también la conciencia del extravío y la desorientación (la “intemperie”, dirán años después los existencialistas) en que la vida transcurre, ya sin el amparo de una fe religiosa o filosófica o política o científica (los modernistas, como bien observó Octavio Paz, muestran la crisis del optimismo positivista, así como la crisis de las tradicionales respuestas metafísicas a los enigmas que desvelan al hombre desde siempre), cuanto entre la poesía y las constricciones de la realidad práctica en la que ese oficio se inserta ―o deja de insertarse― en la nueva sociedad, ésta en la que todavía vivimos. Recuerdo, a este respecto, la anécdota acerca de las dificultades del poeta para cumplir con su contrato periodístico con el diario “La Nación”, cuyas notas a veces encargaba a amigos, con quienes compartía la paga, porque no lograba escribirlas a tiempo.
Es que no es tarea fácil, aunque así lo crea el burgués (uso a propósito este término, caro al despecho de los artistas de aquel tiempo), vivir en dos dimensiones tan diferentes, cumplir a la vez con el dios o la diosa del arte y con el César del trabajo: la esquizofrenia anímica que produce termina dejando maltrecha a alguna de ambas personalidades. Verbigracia, y lejos de toda comparación ―especialmente en el talento― con el gran Darío: escribo estas notas a las tres y media de la madrugada del miércoles, ayer me levanté a las siete y mañana tengo que estar en pie a las ocho, y para escribirlas dejo de hacer una bendita, enésima reformulación de una planificación escolar, que debería haber entregado anteayer: si mañana llego diez minutos tarde a mis clases, si mañana no consigno la planificación, ¿se me perdonarán las demoras por haberme quedado escribiendo estos apuntes, que sinceramente me parecen más importantes que cumplir con un trámite estúpidamente burocrático? ¿Se tendrá en cuenta que luego, cuando dé mis clases, lo que he comprendido en mi desvelo de esta noche al escribirlos me permitirá hablarles a mis alumnos de la experiencia literaria con mayor conocimiento de causa que si les recitara las informaciones del manual de turno? No, no se me perdonará, y yo mismo me sentiré en culpa por no lograr cumplir con el horario laboral o con el expediente burocrático.
No es el caso, pero esta noche podría haber compuesto, como Darío en la mesa de un café de la Avenida de Mayo, el “Coloquio de los centauros”, pero mañana me encontraría con que eso no es excusa suficiente para que no se me descuente del sueldo una hora de clase por llegada tarde o se consigne prolijamente en mi legajo docente la tardanza en la entrega de la planificación. No sé si queda claro: no es que el artista sea un vago, no es que le falte empeño para el trabajo; es que trabaja todo el tiempo, incluso cuando no trabaja, en su arte y en su casual profesión, y las dimensiones del “ensueño”, imprescindible para la creación, y de la vida práctica, imprescindible para sobrevivir “en este mundo amargo”, no se llevan bien juntas, más aún: son, demasiado a menudo, casi inconciliables.
Puedo entender, pues, sin esfuerzo, ese “titubeo de aliento y agonía” de que habla el autor al final del poema (ahora mismo me impulsa el aliento entusiasta de la escritura; mañana sentiré la agonía de las pocas horas de sueño y de la mirada severa de las autoridades) y que el poeta cargue “lleno de penas lo que apenas soporta”.


Melancolía

                          A Domingo Bolívar


Hermano, tú que tienes la luz, dime la mía.
Soy como un ciego. Voy sin rumbo y ando a tientas.
Voy bajo tempestades y tormentas
ciego de ensueño y loco de armonía.

Ése es mi mal. Soñar. La poesía
es la camisa férrea de mil puntas cruentas
que llevo sobre el alma. Las espinas sangrientas
dejan caer las gotas de mi melancolía.

Y así voy, ciego y loco, por este mundo amargo;
a veces me parece que el camino es muy largo,
y a veces que es muy corto...

Y en este titubeo de aliento y agonía,
cargo lleno de penas lo que apenas soporto.
¿No oyes caer las gotas de mi melancolía?



Rubén Darío