Nota de duermevela
a Ana Paula Skoczynski
Hace un momento, luego de apagar la luz, le tomé la muñeca a Ana Paula, que ya dormía, intentando percibir su pulso. De pronto, en medio de la oscuridad del cuarto, mientras giraban en el techo las aspas del ventilador y más allá, ignorados, los astros en la infinitud del cielo, sentí que se insinuaba en mi mente la poesía, y que la poesía era eso, más o menos: el símbolo (una música, un rumor, un símbolo). Símbolo, en este caso, de no sabría decir exactamente qué, quizás del desamparo de la vida humana, de dos seres destinados a morir unidos en la sombra por los tenues y ciegos latidos de la sangre, o algún otro sentido indefinible. Fue un instante nada más, que sin embargo me conmovió de extrañeza y de piedad por la fragilidad intensa de la vida y del amor. Luego, en sueños, ella se giró y me retiró su brazo. Sentí de nuevo la tentación del símbolo, esta vez dolorosamente. Me dije, con todo, que ella estaba dormida, que no había sido un gesto voluntario, etc. Así también, pienso ahora, interviene la razón crítica – salvadora, en este caso – y destruye el símbolo de la razón poética.
[Córdoba, 29-I-12]