domingo, 22 de enero de 2012

Luego de escuchar el
Concierto para violín en re mayor
de Ludwig van Beethoven




Estuve escuchando el Concierto para violín en re mayor de Beethoven. Como me ha ocurrido otras veces, en especial – no sé por qué – con las obras de Mahler o al leer a algunos poetas, y como recuerdo que me ocurrió por primera vez, en la adolescencia, al escuchar en la oscuridad de mi habitación, en el viejo Wincofón, la sinfonía “Heroica” de Beethoven dirigida por Toscanini, sentí aquello que José Martí expresa sencilla e inmejorablemente en esos versos encabalgados del poema “Dos patrias”: “…Las ventanas / abro, ya estrecho en mí.”
   Es una extraña sensación, la de algo poderoso que se abre paso en el pecho como una marejada, que busca salida como un animal acorralado.
   Luego, y quizá más importante que esta sensación, imponente pero pasajera al fin, es la impresión duradera – en el sentido físico, etimológico, de la palabra “impresión” – que esas obras dejan en el ánimo: la honda huella o marca de la grandeza humana, la constatación – no resultado de la reflexión, sino una percepción tan directa como ver una montaña o quemarse con el fuego – de que tales obras sólo pueden surgir de mentes, almas, espíritus, psiquis – como se quiera – de una extraordinaria capacidad de sufrimiento, gozo, concentración, creatividad, observación, imaginación…
   Esa impresión, por otra parte, ejerce un poder emulativo en nosotros, traza un paradigma moral, no porque nos diga cómo comportarnos, qué hacer y qué no hacer, sino porque nos impulsa (iba a escribir “obliga”, y aún dudo si no será la palabra justa) a exigirnos, a ir hasta el fondo de las cosas, a tomar la vida en serio, incluso en la risa, la burla de uno mismo y la alegría, que son a veces la cosa más seria del mundo. Sin imposición alguna, con la sola presencia de su grandeza artística, tácitamente diseñan una jerarquía espiritual. Por unos minutos – según la apreciación más bien escéptica de Leopardi – no podemos ser indignos de lo que hemos leído u oído.


[Córdoba, 7-VI-2011]

2 comentarios:

  1. Jorgelina Paladini23 de enero de 2012, 6:27

    Comparto esa sensación y esa impresión. Hay manifestaciones artísticas que nos marcan. La música de Beethoven es una de ellas. No hay lugar para la indiferencia al escucharla.

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  2. Sí, Beethoven tiene mucho lirismo. A mí me pasa con "La Grosse Fuge" y los últimos poemas de Hölderlin, o con el segundo movimiento de la Séptima y el final de "Los Bandidos" de Schiller, o los himnos a la noche de Novalis. Una lectura interesante al respecto del tema música y poesía es "Imagen de John Keats" de Cortazar, donde compara en un par de momentos a Keats con Mendelssohn - aunque para mí Keats es más bien un Bill Evans flautista, un Coltrane merendando con Garcilaso. Saludos.

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