martes, 24 de marzo de 2020



Horacio Castillo

Tres poemas históricos




Generación

Animales de carne y hueso, con un poco de luz irremediable
                  [en los ojos,
a veces nos creíamos criaturas heroicas
y corríamos a las plazas. Escuchábamos
bellísimas palabras, las voces se otorgaban idéntico calor
y sentíamos el placer de la acción.
Pero luego, entre ruinas, comiendo el pan del sobreviviente,
comprendíamos. Y al salir el sol,
mientras los escarabajos emergían de las piedras,
avivábamos el fuego para ahuyentar la peste
y llorábamos por la siguiente generación.

[Materia acre, Carmina, Buenos Aires, 1974]

*

Apenas por un poco más de luz

Hemos sido mucho tiempo prisioneros de los conceptos.
Demasiados han muerto por una palabra,
o menos, por su sombra,
para seguir haciéndolo.

Seamos más honestos: luchamos, sí,
pero apenas por un poco más de luz,
la dignidad de haberlo intentado.

[Materia acre, Carmina, Buenos Aires, 1974]

*

Tren de ganado

Somos inocentes, gritábamos desde los trenes.
¿Era de noche o de día? ¿Estábamos vivos o muertos?
Asomados por el tragaluz mirábamos la inmensa llanura.
De pronto un mugido nos traía el recuerdo de Ifigenia
y volviéndonos hacia nuestros hijos los apretábamos contra el pecho.
¿Qué es aquello? El sol. ¿Qué es aquello? Una nube.
Habíamos olvidado el color del mar, el olor de la lluvia.
Los que sabían de estrellas habían olvidado sus nombres
y les dábamos los nombres de nuestros hijos para orientarnos al regreso.
¿Qué es aquello? Un árbol. ¿Qué es aquello? Un río.
Y un canto gregoriano se elevaba a nuestro alrededor,
hablaba por todos los destinados al sacrificio.
Somos inocentes, gritábamos desde los trenes.
¿Era de noche o de día? ¿Estábamos vivos o muertos?
La leche se había agriado en los pechos de las madres,
peinábamos nuestro cabello y se convertía en ceniza.
¿Qué es aquello? Un pájaro. ¿Qué es aquello? Una piedra.
Y bajando la cabeza ocultábamos nuestro rubor,
cortábamos en silencio las uñas de los muertos.
Somos inocentes, gritábamos desde los trenes.
¿Era de noche o de día? ¿Estábamos vivos o muertos?
Bebíamos al atardecer el vino de los ciegos,
soñábamos todavía con un bosque de orquídeas.
¿Qué es aquello? Arena. ¿Qué es aquello? Niebla.
Y la vida escapaba como un murciélago entre las sombras
y nos dormíamos con una inusitada mansedumbre en la mirada.
Después nuestros ojos se volvieron como los ojos de las estatuas,
miramos nuestras manos y había desaparecido la línea de la vida,
y desde la estiba se elevó el ronco yambo
gimiendo por ti, por mí, por todos nuestros compañeros.
Sólo quedaron detrás nuestro líneas etruscas,
cantos de cera navegando hacia el sol,
y a nuestro lado siempre tú, piadoso coro,
tú, alma mía, vaca coronada de nardos y violetas.

[Alaska, Libros de Tierra Firme, Buenos Aires, 1993]

Horacio Castillo

lunes, 23 de marzo de 2020



Horacio Castillo

Simeón estilita





Simeón estilita


Aquí en lo alto de la columna, estoy vivo.
La última estrella se apagó definitivamente,
los árboles y los animales se desvanecieron en la oscuridad
y con ellos los hombres y las obras de los hombres.
Estoy vivo, mirando allá abajo la corriente
que arrastra diarios, latas de conserva, cámaras 
                                                                 [fotográficas,
arrastra gatos muertos, automóviles, coturnos,
arrastra palabras de Esquilo, máscaras japonesas,
souvenirs, todos los detritos de la época.
Pero de pronto los cielos se parten y una lluvia poderosa
cae sobre el mundo. Llueve infinitamente
y el agua abre los nichos y lava los huesos,
abre los hospitales y lava a las parturientas,
abre los tálamos y lava a los recién amados.
Estoy vivo. ¡Ladra, Tiempo, rebuzna, Muerte!
Y se oye a lo lejos un rumor como de multitud,
se oyen cascos de caballos repicando en el pavimento,
se oyen voces y gritos, música de crótalos,
y una salva de risas rompe contra la columna,
llena de espuma lúbrica los resabios del sueño.
La procesión avanza con el velo manchado de rojo,
los jinetes, alardeando, hacen corcovear sus cabalgaduras,
las muchachas con la rodilla desnuda sonríen de soslayo,
los muchachos, transpirados, miran hacia arriba y guiñan 
                                                                                  [el ojo,
y otra salva de risas rompe contra la columna,
llena de espuma santa las frondas del amanecer.
Estoy vivo. ¡Ladra, Tiempo, rebuzna, Muerte!
Y ofrezco mi sangre dichosa a los nonatos.

Horacio Castillo

[En: Cendra, Ediciones del Copista,
Colección “Fénix”, Córdoba, 2000]

lunes, 16 de marzo de 2020



Alfonso Gatto

La espalda





La espalda

Basta un día de cielo en los canales
de Lombardía, basta el sol caliente.
Vuelve a vivir la vida de la nada
que le es propicia, la memoria ausente.
Pierde sentido el nombre, a quien se encuentra
―sea bueno o malo― pasa mudo, teme
su palabra, noticias, la evidencia
atrae al látigo sobre la espalda.

Alfonso Gatto

[Versión de P. A.
Córdoba, 09-III-20]

*

La schiena

Basta un giorno del cielo tra i canali
di Lombardia, basta il sole caldo.
La vita prende a vivere dal nulla
che le conviene, la memoria è altrove.
Il nome non ha senso, chi s'incontra
―buono o cattivo― passa chiuso, teme
la sua parola e le notizie, attira
con l'evidenza il frusto della schiena.

Alfonso Gatto

[De "Giornale di due inverni"
(1943-1944 - 1964-1965), en:
Poesie, Mondadori, Milano, 1972]

viernes, 13 de marzo de 2020



Alfonso Gatto

La espera




La espera

Como un sordo ruido en la ansiedad,
o un clavo martillado, o una maldita
aflicción, la evidencia que devora
las palabras confusas de la noche.
Y en la espera, los breves pasos, trazos
negros del tren de guerra que retoma
la marcha con los faros apagados
y encendidos en los campos dispersos,
cerrados los helados cementerios
en los signos que ya no dicen nada.
Un asedio de cruces, gestos, gritos
entre harapos de niebla, luego callan,
sólo muerte a la espera de la muerte.
Ya las madres no acunan a sus niños,
todos están despiertos en las casas,
todos guardan silencio, todos mudos.

Alfonso Gatto

[Versión de P. A.
Córdoba, 13-III-20]

*

L’attesa

Come un sordo rumore nell’affano,
come un chiodo battuto, come un danno
dannato, l’evidenza che ringhiotte
le parole stranite della notte.
E nell’attesa i brevi passi, i neri
tratteggi del convoglio che riparte
coi fari accesi e spenti per le sparte
campagne, chiusi i freddi cimiteri
nei segni che non dicono più nulla.
Un assedio di croci e gridi e gesti
a stralcio della nebbia, poi taciuti,
morte che aspetta morte. Più non culla
la madre il suo bambino, tutti desti
nelle case a tacere, tutti muti.

Alfonso Gatto

[De "Giornale di due inverni"
(1943-1944 ‒1964-1965),
Mondadori, Milán, 1972]   

lunes, 2 de marzo de 2020



Giacomo Leopardi

A sí mismo





A sí mismo

Ahora reposa para siempre,
Cansado corazón. Murió el último engaño,
Que lo creía eterno. Murió. Siento
Que de engaños queridos, en nosotros
No sólo la esperanza, también murió el deseo.
Reposa para siempre. Demasiado
Palpitaste. Ninguna cosa vale
Tus latidos, ni es digna de suspiros
La tierra. Tedio y amargura
La vida, nada más, y fango el mundo.
Descansa ahora. Desespera
Ya por última vez. A nuestra raza el hado
Sólo donó la muerte. Ahora desprecia,
Tú, el brutal poderío de la naturaleza,
Que oculto impone la común condena,
Y la infinita vanidad de todo.

Giacomo Leopardi

[Versión de P. A.
Córdoba, 02-III-20]

*

A se stesso

Or poserai per sempre,
Stanco mio cor. Perì l'inganno estremo,
Ch'eterno io mi credei. Perì. Ben sento,
In noi di cari inganni,
Non che la speme, il desiderio è spento.
Posa per sempre. Assai
Palpitasti. Non val cosa nessuna
I moti tuoi, né di sospiri è degna
La terra. Amaro e noia
La vita, altro mai nulla; e fango è il mondo.
T’acqueta ormai. Dispera
L'ultima volta. Al gener nostro il fato
Non donò che il morire. Ormai disprezza
Te, la natura, il brutto
Poter che, ascoso, a comun danno impera,
E l'infinita vanità del tutto.

Giacomo Leopardi

[Settembre 1833]