Horacio Castillo
Tres
poemas históricos
Generación
Animales
de carne y hueso, con un poco de luz irremediable
[en los ojos,
a veces
nos creíamos criaturas heroicas
y
corríamos a las plazas. Escuchábamos
bellísimas
palabras, las voces se otorgaban idéntico calor
y
sentíamos el placer de la acción.
Pero
luego, entre ruinas, comiendo el pan del sobreviviente,
comprendíamos.
Y al salir el sol,
mientras
los escarabajos emergían de las piedras,
avivábamos
el fuego para ahuyentar la peste
y
llorábamos por la siguiente generación.
[Materia
acre, Carmina, Buenos Aires, 1974]
*
Apenas por un poco más de luz
Hemos
sido mucho tiempo prisioneros de los conceptos.
Demasiados
han muerto por una palabra,
o menos,
por su sombra,
para
seguir haciéndolo.
Seamos
más honestos: luchamos, sí,
pero
apenas por un poco más de luz,
la
dignidad de haberlo intentado.
[Materia
acre, Carmina, Buenos Aires, 1974]
*
Tren de ganado
Somos
inocentes, gritábamos desde los trenes.
¿Era de
noche o de día? ¿Estábamos vivos o muertos?
Asomados
por el tragaluz mirábamos la inmensa llanura.
De pronto
un mugido nos traía el recuerdo de Ifigenia
y
volviéndonos hacia nuestros hijos los apretábamos contra el pecho.
¿Qué es
aquello? El sol. ¿Qué es aquello? Una nube.
Habíamos
olvidado el color del mar, el olor de la lluvia.
Los que
sabían de estrellas habían olvidado sus nombres
y les
dábamos los nombres de nuestros hijos para orientarnos al regreso.
¿Qué es
aquello? Un árbol. ¿Qué es aquello? Un río.
Y un
canto gregoriano se elevaba a nuestro alrededor,
hablaba
por todos los destinados al sacrificio.
Somos
inocentes, gritábamos desde los trenes.
¿Era de
noche o de día? ¿Estábamos vivos o muertos?
La leche
se había agriado en los pechos de las madres,
peinábamos
nuestro cabello y se convertía en ceniza.
¿Qué es
aquello? Un pájaro. ¿Qué es aquello? Una piedra.
Y bajando
la cabeza ocultábamos nuestro rubor,
cortábamos
en silencio las uñas de los muertos.
Somos
inocentes, gritábamos desde los trenes.
¿Era de
noche o de día? ¿Estábamos vivos o muertos?
Bebíamos
al atardecer el vino de los ciegos,
soñábamos
todavía con un bosque de orquídeas.
¿Qué es
aquello? Arena. ¿Qué es aquello? Niebla.
Y la vida
escapaba como un murciélago entre las sombras
y nos
dormíamos con una inusitada mansedumbre en la mirada.
Después
nuestros ojos se volvieron como los ojos de las estatuas,
miramos
nuestras manos y había desaparecido la línea de la vida,
y desde
la estiba se elevó el ronco yambo
gimiendo
por ti, por mí, por todos nuestros compañeros.
Sólo
quedaron detrás nuestro líneas etruscas,
cantos de
cera navegando hacia el sol,
y a
nuestro lado siempre tú, piadoso coro,
tú, alma
mía, vaca coronada de nardos y violetas.
[Alaska,
Libros de Tierra Firme, Buenos Aires, 1993]
Horacio Castillo