Horacio Castillo
Simeón
estilita
Simeón estilita
Aquí
en lo alto de la columna, estoy vivo.
La
última estrella se apagó definitivamente,
los
árboles y los animales se desvanecieron en la oscuridad
y
con ellos los hombres y las obras de los hombres.
Estoy
vivo, mirando allá abajo la corriente
que
arrastra diarios, latas de conserva, cámaras
[fotográficas,
arrastra
gatos muertos, automóviles, coturnos,
arrastra
palabras de Esquilo, máscaras japonesas,
souvenirs,
todos los detritos de la época.
Pero
de pronto los cielos se parten y una lluvia poderosa
cae
sobre el mundo. Llueve infinitamente
y
el agua abre los nichos y lava los huesos,
abre
los hospitales y lava a las parturientas,
abre
los tálamos y lava a los recién amados.
Estoy
vivo. ¡Ladra, Tiempo, rebuzna, Muerte!
Y
se oye a lo lejos un rumor como de multitud,
se
oyen cascos de caballos repicando en el pavimento,
se
oyen voces y gritos, música de crótalos,
y
una salva de risas rompe contra la columna,
llena
de espuma lúbrica los resabios del sueño.
La
procesión avanza con el velo manchado de rojo,
los
jinetes, alardeando, hacen corcovear sus cabalgaduras,
las
muchachas con la rodilla desnuda sonríen de soslayo,
los
muchachos, transpirados, miran hacia arriba y guiñan
[el ojo,
y
otra salva de risas rompe contra la columna,
llena
de espuma santa las frondas del amanecer.
Estoy
vivo. ¡Ladra, Tiempo, rebuzna, Muerte!
Y
ofrezco mi sangre dichosa a los nonatos.
Horacio Castillo
[En:
Cendra, Ediciones del Copista,
Colección “Fénix”, Córdoba, 2000]
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