lunes, 23 de marzo de 2020



Horacio Castillo

Simeón estilita





Simeón estilita


Aquí en lo alto de la columna, estoy vivo.
La última estrella se apagó definitivamente,
los árboles y los animales se desvanecieron en la oscuridad
y con ellos los hombres y las obras de los hombres.
Estoy vivo, mirando allá abajo la corriente
que arrastra diarios, latas de conserva, cámaras 
                                                                 [fotográficas,
arrastra gatos muertos, automóviles, coturnos,
arrastra palabras de Esquilo, máscaras japonesas,
souvenirs, todos los detritos de la época.
Pero de pronto los cielos se parten y una lluvia poderosa
cae sobre el mundo. Llueve infinitamente
y el agua abre los nichos y lava los huesos,
abre los hospitales y lava a las parturientas,
abre los tálamos y lava a los recién amados.
Estoy vivo. ¡Ladra, Tiempo, rebuzna, Muerte!
Y se oye a lo lejos un rumor como de multitud,
se oyen cascos de caballos repicando en el pavimento,
se oyen voces y gritos, música de crótalos,
y una salva de risas rompe contra la columna,
llena de espuma lúbrica los resabios del sueño.
La procesión avanza con el velo manchado de rojo,
los jinetes, alardeando, hacen corcovear sus cabalgaduras,
las muchachas con la rodilla desnuda sonríen de soslayo,
los muchachos, transpirados, miran hacia arriba y guiñan 
                                                                                  [el ojo,
y otra salva de risas rompe contra la columna,
llena de espuma santa las frondas del amanecer.
Estoy vivo. ¡Ladra, Tiempo, rebuzna, Muerte!
Y ofrezco mi sangre dichosa a los nonatos.

Horacio Castillo

[En: Cendra, Ediciones del Copista,
Colección “Fénix”, Córdoba, 2000]

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