Enrique Banchs
(1888-1968)
Diez sonetos de La Urna
Cuando en las fiestas vago en el suburbio,
desde las tierras altas la mirada
de albatros tiendo a la ciudad cargada
de hombres, al lado del Estuario turbio.
Como en una visión de grandes valles,
veo, entrando en el cielo, humeantes barras,
las azoteas rojas, las pizarras
y el tajo ceniciento de las calles.
Y veo el barrio donde está tu casa,
(lo veo y la tristeza me traspasa)
y la casa escondida donde estriba
mi vida laboriosa y miserable...
Y se me alza en el pecho, inolvidable,
el gran amor de la ciudad nativa.
*
I
Tornasolando el flanco a su sinuoso
paso va el tigre suave como un verso
y la ferocidad pule cual terso
topacio el ojo seco y vigoroso.
Y despereza el músculo alevoso
de los ijares, lánguido y perverso
y se recuesta lento en el disperso
otoño de las hojas. El reposo...
El reposo en la selva silenciosa.
La testa chata entre las garras finas
y el ojo fijo, impávido custodio.
Espía mientras bate con nerviosa
cola el haz de las férulas vecinas,
en reprimido acecho... así es mi odio.
II
Odio era: no es. Que ya no existe
esta otra fiebre de la carne viva.
A tanto que me muere no resiste
este otro orgullo de violencia altiva.
Antes era mi ser todo tormenta,
todo contradicción, lucha, mentira;
tendía la mirada turbulenta
el arco de la ira.
Y en divergentes fuerzas me partía,
y hoy soy hogar de sólo una energía
suprema, que alimenta un gesto eterno:
un amor pensativo y doloroso.
Por él soy como un lago silencioso,
entre grandes montañas, en invierno...
*
Hospitalario y fiel en su reflejo
donde a ser apariencia se acostumbra
el material vivir, está el espejo
como un claro de luna en la penumbra.
Pompa le da en las noches la flotante
claridad de la lámpara, y tristeza
la rosa que en el vaso agonizante
también en él inclina la cabeza.
Si hace doble al dolor, también repite
las cosas que me son jardín del alma.
Y acaso espera que algún día habite
en la ilusión de su azulada calma
el Huésped que le deje reflejadas
frentes juntas y manos enlazadas.
*
La firme juventud del verso mío,
como hoy te habla te hablará mañana.
Pasa la bella edad, pero confío
a la estrofa tu bella edad lejana.
Y cuando la vejez tranquila y fría
del color virginal te haga una aureola,
no sabrá tu vejez mi estrofa sola,
y te hablará cual pude hablarte un día.
Y cuando pierdas la belleza, aquella
adolescente, el verso en que te llamo,
te seguirá diciendo que eres bella.
Cuando seas ceniza, amada mía,
mi verso todavía, todavía
te dirá que te amo.
*
Los álamos están como soñando,
quietos en la dulzura vespertina;
bajo la rutilancia mortecina
del sol la fronda muda está soñando.
Todo está mudo como siempre cuando
la ilusión de las formas se termina;
y el aire, hecho silencio, disemina
la paz letal de los que están soñando...
¡Otro día que pasa y no la viste!
Ayer tampoco y así siempre. El cielo
como una hoja seca cae del cielo.
El día pasa y caminante triste
todo se lleva en triste compañía,
que triste compañía es mi consuelo.
*
¡Cuánto escribí!... Y sin embargo nada
ha dicho un poco, un poco de mi ser;
¡cuánto he deseado! Y vedme: ¿qué deseada
cosa llegué a tener!
¡Cuánto lloré! Mas ¿qué misterio es ese
que yo he sentido y para qué no sé?
Porque lo mismo estoy cual si no hubiese
llorado nunca. ¿Para qué lloré?...
¡Oh, noche! apaga como a un cirio mi alma.
No me dejes pensar, soñar, sentir,
no me digas que quise.
¡Oh, noche! envuelve con tu dulce calma
tanta inutilidad, tanto vivir
en vano, y lo que soy y lo que hice...
*
Despedirse de tanta, tanta cosa
que me tuvo tan larga compañía
y al fin y al cabo es lo que más valía,
viéndolo bien, ¿no es cosa dolorosa?
Porque yo escribo este soneto y siento
que divido mi vida en dos mitades:
una es de nube, se la lleva el viento,
y otra es de tierra, toda realidades.
Yo me pregunto si tendré la fuerza
de olvidar tanto si que al fin se tuerza
la ilusión que es preciso me mantenga.
Y de veras no sé, no sé qué hacer...
Acaso nada, no sentir, no ver,
y dejarse llevar por lo que venga.
*
Te has ido y no te has ido; te alejaste
¡y nunca tan presente como ahora!
En mi mirada estás cuando te llora,
siempre te llora porque te ausentaste.
Me basta ver la casa en que viviste,
la puerta, el árbol deshojado, el techo,
me basta preguntar: ¿qué hay en mi pecho?
para verte otra vez, pálida y triste.
¿Adónde podrás ir que no te dejes?
¿dónde que no te vea, aunque te alejes?
A tu lado quizás te olvidaría,
pues siempre estoy con lo que está lejano,
(lo sabes, juventud: fausto de un día):
yo siempre estoy con lo que está lejano.
*
Todo esto es bueno y tiene misteriosa
gracia. Y alrededor todo es dulzura
y rebosa alegría cual rebosa
la penumbrosa pérgola frescura.
Como es su deber mágico dan flores
los árboles. El sol en los tejados
y en las ventanas brilla. Ruiseñores
quieren decir que están enamorados...
¡Dios mío, todo está como antes era!
Se va el invierno, viene primavera,
y todos son felices; y la vida
pasa en silencio, amada y bendecida;
nada dice que no, nada, jamás...
Pero yo sé que no la veré más.
[Enrique Banchs, La Urna, 1911]