domingo, 14 de enero de 2018


Sergio Solmi

A la hija




Dice sobre estos versos Giovanni Pacchiano, quien cuidó la edición de las poesías completas de Sergio Solmi: “Solmi amaba inventar y contarles a sus dos hijos, Renato y Raffaella, de niños, fábulas maravillosas y extravagantes. Aquí se encuentra el eco de una de ellas, y de una enfermedad de la hija.” Me gustaría dedicar, a mi vez, esta versión del poema a mis propios hijos, Francisco, Irene y Mariana, en quienes pensaba mientras lo traducía.


A la hija

Cangrejo y Camarón marchaban. Era
la noche, radiante se extendía
el país de las Langostas.

Era la noche sin final, la espera
sofocada de la incorpórea mano
que te apretaba la garganta,
del aterrado brinco, del ojo dilatado,
el exorcismo de las grandes sombras
precipitándose, las que incubaba
la lámpara sepulta. Y, sin embargo,
los animales de la infancia aún
reían en lo oscuro, aún recorrían
de aire y de seda mares increíbles,
los reinos encantados
rotaban los colores,
auroras boreales sobre el hilo
de la aventura. Y, mano
en la mano, esperábamos el alba.

Ahora que con desgarro, consternada,
has cruzado el umbral, y veo tu imagen
alejarse empujada por el viento
de alta mar, y aturdido el corazón
te sigue (¿por extraños
parajes tal vez andarás, por donde
ya no podré seguirte?,
¿tal vez será humillada
la hermosa palma
que con orgullo sostenía en alto?),
daría toda esperanza, aún los últimos
fantasmas entrañables de la mente
haría arder en rápida fogata
para entibiar tus miembros,
alumbrarte el camino.

Pero que un día, al menos, cuando baje
la gran calma, que entonces pueda tenerte cerca.
Que el murmurante bosque en un susurro
vuelva a animarse del antiguo viento.
Que el tiempo se haga nuevamente fábula.
Escucha. A lo mejor la oscuridad
no es tan oscura al fin… Mira: penetra
como la aguja de una luz azul
en el bosque sombrío. Mira: ahí,
en la espesa maraña hay un fantasma
de agua loca, que ríe. Descendamos
por el rayo impalpable. Hay otro bosque,
hay otro cielo. Cautamente, al sesgo,
con sus patas torcidas,
Cangrejo y Camarón regresan
a la guarida de las comadrejas.
Reptando, a los purpúreos
torreones de los hongos
amanitas aún trepan los astrónomos
caracoles. Exhalan los estanques
luminiscentes el suave canto
de las ranas.
                     ¿Será un instante, apenas,
o lo eterno? Y qué importa, si tan sólo
vive el rapto indecible
del corazón, más fuerte
que toda falsedad, toda verdad,
más verdadero que lo efímero e inmortal,
el verdadero sueño de la fábula,
cuando, mano en la mano,
descenderé al antiguo paraíso,
me perderé en aquel dulce color del alba.

(1952)

Sergio Solmi

[Versión de P. A.
Ranchos, 13/14-I-18]

*

Alla figlia

Gambero e Granchio marciavano. Era
la notte, raggiante s’apriva
delle Cavallette il paese.

Era la notte senza fine, l’attesa
soffocata dell’incorporea mano
che ti stringeva alla gola, del balzo
atterrito, dell’occhio dilatato,
lo scongiuro delle grandi ombre crollanti
che la sepolta lampada covava.
Ma gli animali dell’infanzia ancora
ridevano nel buio, scorrevano
d’aria e di seta gli incredibili mari, i paesi
incantati ruotavano colori,
aurore boreali sopra il filo
dell’avventura. E, mano nella mano,
attendevamo l’alba.

Ora che con strazio, sgomenta,
hai varcato la soglia, e l’immagine
tua vedo allontanarsi
sospinta dal vento del largo,
e il cuore interdetto ti segue
(forse per stranie
contrade n’andrai, dove
non potrò più seguirti?
forse umiliata sarà
la bella palma
che in alto orgoglioso levavo?),
ogni speranza darei, fin gli estremi
cari fantasmi della mente in rapido
fuoco arderei, che ti scaldi
le membra, t’avvivi il cammino.

Ma un giorno almeno, quando scenderà
la grande calma, t’abbia appresso allora.
La brulicante foresta a un brusìo
s’animi dell’antico vento. Il tempo
torni favola. Ascolta. Forse il buio
non è poi così buio... Guarda: penetra
non più che l’ago d’una luce azzurra
entro l’oscurità del bosco. Guarda:
nel folto intrico ride un fantasma
d’acqua pazza. Scendiamo
lungo il raggio impalpabile. C’è un altro
bosco, c’è un altro cielo. Cauti a sghembo
sulle zampe distorte Granchio e Gambero
ritornano alla tana delle donnole.
Strisciando, alle purpuree
torri delle amaniti ancora montano
i lumaconi astronomi. Gli stagni
luminescenti esalano il soave
canto delle ranocchie.
                                    Sarà un attimo
o l’eterno? E che importa, se soltanto
vive il ratto indicibile del cuore
più forte d’ogni falso e d’ogni vero,
più vero d’ogni effimero e immortale,
vero sogno di favola, allorquando,
la mano nella mano,
scenderò nell’antico paradiso,
mi sperderò in quel dolce color d’alba.

(1952)

Sergio Solmi

[“Dal balcone” (1968), en:
“Poesie, meditazioni e ricordi”,
Adelphi, Milano, 1983]

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