jueves, 18 de julio de 2013

La lección del maestro
 (Palabras para Alfonso Berardinelli)




Aquí estoy, en el café de siempre de una esquina de Córdoba, trayendo a la memoria recuerdos de veinte años atrás, cuando vivía en Italia. No sé cómo llegó a mis manos el primer libro que leí de Alfonso Berardinelli. Yo había hecho estudios sobre la poesía italiana contemporánea en la Universidad de Florencia, pero, extrañamente, nadie lo había mencionado, ni siquiera como autor, con Franco Cordelli, de la antología Il pubblico della poesia. Como no hay manera de ocultar por mucho tiempo lo que es valioso, un día di con uno de sus ensayos, y a partir de entonces comencé a buscar sus libros. Poco tiempo después fue invitado por Carlos Giordano, el profesor con quien yo trabajaba, a dar una conferencia en la Universidad de Arcavàcata di Rende; lo conocí personalmente, y la admiración por su obra se convirtió en afecto por su persona. Lo fui a visitar en Roma, estuvimos varias horas conversando y me dedicó algunos libros suyos que me faltaban. Tengo una foto de ese tiempo en la que estoy leyendo, subrayando y transcribiendo en un cuaderno, que todavía conservo, largos párrafos de sus ensayos, a los que no me resignaba a resumir, para que no se perdiera la gracia y la eficacia de su estilo. A mi lado, en un cochecito, se ve dormido a Francisco, mi hijo mayor, nacido hacía unos pocos meses. Desde entonces, nos hicimos amigos con Alfonso, y ya de vuelta en la Argentina tuve la suerte de intervenir para que fuera invitado a dar cursos y conferencias en el país, donde ya cuenta con numerosos y fieles lectores.
A partir de aquel encuentro en Calabria y hasta el último en Córdoba hace un par de años, he encontrado en el diálogo con él lo mismo que se encuentra en sus páginas ensayísticas: la atención hacia el otro, que le permite captar en un gesto o una frase casual una compleja trama existencial; el amor por la poesía (recuerdo un viaje a través de las Altas Cumbres de mi provincia, con Berardinelli y con el poeta Alejandro Bekes, recordando poemas de memoria) y su instinto infalible para percibir sus falsificaciones; el talento para vincular poesía y sociedad, problemáticas de la literatura y de la época; su ironía, su buen humor, que no ocultan sin embargo un fondo de experiencia trágica del mundo. Y, ante todo y sobre todo, su libertad de pensamiento, una cualidad más rara de lo que se cree, libertad que, unida a su rigor y su valentía intelectual, lo convirtieron muy pronto en una figura incómoda para la sociedad literaria italiana. Para mí, que venía de un país donde las polarizaciones y las servidumbres ideológicas impedían o dificultaban la independencia de juicio, la suya fue una lección preciosa. Me enseñó lo mejor que un maestro ―lo fue, lo es para mí― puede enseñar: a pensar y a sentir por sí mismo, a ser fiel a lo que el examen de las obras y de la realidad nos muestra, sin preocuparnos demasiado por las consecuencias que la manifestación de nuestras ideas pueda acarrearnos. Esto, más o menos, es lo que he intentado decir en las “Palabras para Alfonso Berardinelli”, unos versos sin mayores pretensiones líricas, apenas un modo de expresarle mi admiración y mi gratitud:


Palabras para Alfonso Berardinelli
 “solitaire-solidaire”
Albert Camus
(“Jonas ou l’artiste au travail”)


Allá estoy, en un pueblo perdido de Calabria,
De nombre casi mágico, Arcavàcata,
Moviendo el cochecito de mi hijo de meses
Y leyendo, anotando, transcribiendo
En un cuaderno blanco que aún conservo
Palabras de tus libros, largos párrafos
Que no quería resumir, sólo por no perder
La gracia de su estilo, aquella luz
Que brota de las cosas que están bien conformadas
(Como dijo Tomás y repetía Dedalus).
Cinco lustros pasaron desde entonces
Y aquella luz me sigue iluminando;
No olvido tu lección, una lección sencilla
Y rara, como es rara la palabra genuina
Que ha avanzado, como agua de vertiente
De estas sierras, debajo de la pétrea
Aridez de la época, y resurge un buen día
Vuelta una miel silvestre
De sol, dulce y amarga, bajo el cielo.
Abejorro de Roma, que has zumbado por años
Sobre testas ungidas, sobre ciénagas ciegas
Y las parras doradas de los grandes poetas,
Has sido siempre para mí la imagen
Del pensamiento libre, de una Europa
Libre de curas negros, curas rojos
Y grises empresarios de miseria,
La Europa de Orwell, Auden, Enzensberger,
La verdadera Europa imaginaria,
Donde un artista a solas en su cuarto
Escribía, con mano de Camus,
En la página en blanco aquellas dos
Palabras: “solitario solidario”.


Pablo Anadón

(Córdoba, Argentina, 27 de marzo de 2013)