Leyenda y realidad
del peronismo
del peronismo
Una vieja página de Borges
Leí
hace unas noches en el tomo de las conversaciones de Jorge Luis Borges y Adolfo
Bioy Casares que el primero publicó en el diario La Razón , en mayo de 1971,
una página sobre el peronismo, titulada “Leyenda y realidad”, hoy recogida
entre sus Textos recobrados . Fui a verlo.
El
artículo, bastante medido –para ser de Borges– en su carácter polémico, tiene
la finalidad de informar a los jóvenes sobre un período que no vivieron y que
“un olvido cómplice o candoroso” ha tergiversado, construyendo en pocos años
una imagen falsa.
Si
con el adjetivo “cómplice” parece aludirse a la idealización del movimiento por
parte del peronismo tradicional, con el adjetivo “candoroso”, en cambio, se
diría que señala la ingenuidad con que cierta juventud nacionalista de
izquierda hizo suya la bandera peronista, identificándola con la del pueblo
argentino mismo, y pretendió incluso utilizar para sus propios fines el apoyo
que el astuto viejo político le dio, hasta que decidió echar a los “jóvenes
imberbes” de la Plaza de Mayo (que fue como decir del país) en un conocido
episodio de la historia argentina.
Una
semblanza irónica. Las críticas de Borges apuntan al carácter autoritario del
peronismo, a su aire de familia con el fascismo italiano, a la demagogia, la
censura, la corrupción económica y la corrupción moral (por ejemplo, a través
de la práctica frecuente de la delación) que dominaron durante esos años. No
pretende ser un estudio, sino una semblanza del llamado justicialismo,
presentada con lenguaje llano y no exenta de ecuanimidad (personalmente, sólo
le objetaría la reticencia acerca de las mejoras sociales del período).
Tal
vez el párrafo más agudo, a mi juicio, por su ironía, sea aquel en que define a
Perón como “un nuevo rico”, un nuevo rico que hubiera podido aprovechar su
omnipotencia política para instaurar una “rebelión de las masas”, “enseñándoles
con el ejemplo ideales distintos”, pero que “se redujo a imitar de manera crasa
y grotesca los rasgos menos admirables de la oligarquía ilustrada que simulaba
combatir: la ostentación, el lujo, la profusa iconografía, [...], el amor de
los deportes británicos y el culto literario del gaucho.”
Notará
el lector ese eficaz oxímoron entre el culto del nacionalismo campestre (hoy se
preferiría denominarlo “nacional y popular”) y el gusto por los deportes
británicos (el fútbol, por ejemplo), típico recurso humorístico de Borges en
sus impugnaciones del nacionalismo, como cuando señala en otros textos, no sin
verosimilitud histórica, que el nacionalismo es una moda importada de Francia.
Consecuencias.
Termina el párrafo de manera incisiva y terrible (“Inundó el territorio del
país con imágenes suyas y de su mujer. Su mujer, cuyo cadáver y cuyo velorio
usó para fines publicitarios”) y concluye la nota con una sesgada alusión al
Martín Fierro: “Perdóneme el lector el atrevimiento de haberle recordado males
que todos conocen, pero que ahora inexplicablemente se olvidan.”
Parece
que el artículo de Borges tuvo cierta repercusión en el país (fue reproducido
en otros medios) y creó bastante alarma entre sus amigos. Silvina Ocampo, al
enterarse, se enfureció y le señaló al amigo de su esposo el error que había
cometido al publicarlo: “Los peronistas están en una guerra; te pueden hacer
cualquier cosa”. Y luego le dijo a Bioy en privado: “Una compadrada con la que nos
compromete a todos”.
Borges
no le dio mayor importancia al asunto, pero muchos amigos temieron que pudiera
ser secuestrado o que lo asesinaran, cosas nada improbables dadas sus
costumbres rutinarias y los tiempos que comenzaban a vivirse en la Argentina
(yo mismo me he preguntado a veces, al leer estas y otras declaraciones suyas
sobre el peronismo, si no habrá pasado por la mente de varios sacarse de encima
a ese incómodo escritor).
A
los pocos días de publicada la nota, uno de los principales productores
financieros de la película Los orilleros , con guion de Borges y Bioy Casares,
“alarmado por lo que se viene”, decidió retirar su apoyo del proyecto. Tiempo
después, luego de contarle a Bioy sobre la cantidad de cartas que recibía por
su artículo periodístico, Borges comentó: “Esa publicación me va a hacer muy
popular, si no me matan antes”.
Silvina
estaba permanentemente preocupada, no dejaba que su marido lo fuera a buscar
solo al amigo y en una ocasión, en que salieron de su casa sin avisarle, entró
en pánico, dando por seguro que los habían secuestrado. En las calles de Buenos
Aires, señala Bioy Casares, se leyeron por aquellos días carteles que
proponían: “Muerte a Rojas y a Borges” (Rojas, por cierto, no alude al escritor
Ricardo Rojas, sino al almirante).
La
madre del poeta, en una ocasión en que atendió una de los tantas llamadas
telefónicas con amenazas de muerte, aconsejó al anónimo asesino en potencia que
se apurara a cumplir su propósito, porque ya estaba muy anciana, no fuera que
ella se le muriera antes.
Paralelos.
En fin, me ha parecido interesante recordar este episodio de la vida política
de Borges por varias razones: en primer lugar, para destacar su coraje cívico,
del que dio muestras en diversas oportunidades (también fue capaz a menudo de
otro coraje más raro aún entre los intelectuales, el de aceptar y hacer
públicos sus errores, como por ejemplo cuando asistió al juicio histórico de
las juntas militares durante el gobierno de Raúl Alfonsín y reconoció su
equivocación y su ignorancia sobre los horrores cometidos por la dictadura
militar, que él había apoyado). En segundo lugar, para traer a la memoria de
los lectores un texto de Borges ya olvidado. En tercer término, porque algunas
facetas de la imagen del peronismo recordadas por el autor parecen tener su
reflejo en nuestro presente, particularmente en esa vocación autoritaria del
peronismo y en esa duplicidad del gobernante que predica la justicia social y
se comporta como un nuevo rico, un rico que ha logrado su prodigioso enriquecimiento
a través de la política; y, por último, porque también el clima de
intimidación, de temor a opinar libremente, que dejan ver las repercusiones de
la publicación de Borges, se diría que tiene un vago, inquietante y progresivo
eco en nuestros días.
No sé qué admirar más, Pablo: si la valentía de Borges o la tuya. Ambas por igual, en todo caso.
ResponderEliminarGracias, Alejandro. Sabés cuánto valoro tu opinión, así que me reconfortan mucho tus palabras. Me temo, sin embargo, que tu admiración quedará bastante solitaria, pero es algo a lo que uno ya está acostumbrado, ¿no? ¿Debe importarnos? No, que no se escribe para obtener aplausos, sino para decir, cueste lo que cueste, lo que pensamos y sentimos - y antes aún: para descubrir lo que pensamos y sentimos. Un agradecido abrazo.
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