Dime a quién eliges
(Algunas observaciones sobre
una reciente encuesta literaria
en la Argentina)
Ernst Kirchner, "Grupo de artistas" |
Uno no
tendría que ocuparse de estas cosas, y menos en vacaciones, pero dado que
pareciera que nadie lo hace, y dado que tiene su importancia como síntoma de la
situación de la literatura en el país, más precisamente, del modo en que se le
da forma pública ―y publicitaria― a la situación de la literatura en el país,
habrá que dedicarle un par de horas al asunto.
Esta mañana
compré en el quiosco al frente de la plaza de Villa Dolores varios números
atrasados de la Revista “Ñ”. Me quedé hojeándolos en un bar cercano,
disfrutando del café, del tabaco, de la hora tranquila y del paisaje de la
ciudad. Mi humor, pues, era excelente, y la salud de mi hígado también. En uno
de esos ejemplares, el correspondiente al 15 de diciembre pasado, me encontré
con una encuesta, “Los mejores títulos del 2012”, presentada en la tapa como
“100 críticos, académicos, escritores, periodistas, traductores y editores
eligen los libros del año”.
El de la
encuesta me parece un género crítico muy interesante, que permite extraer
valiosos datos, no sólo sobre el objeto de la misma, por ejemplo la literatura
argentina del último año, sino también ―y diría que sobre todo― sobre la manera
en que se conduce un determinado sector social y cultural, en este caso de la
sociedad literaria argentina. En efecto, además de lo que la encuesta ofrece
como índice del estado de los valores literarios, resulta una buena muestra de
lo que nuestros colegas piensan, sienten y aprecian ―o dicen pensar, sentir y apreciar― sobre la obra de los
contemporáneos. La aclaración entre guiones responde al hecho de que no
siempre, como sabemos, hay perfecta concordancia entre la esfera privada del
pensamiento y el sentimiento, por una parte, y la esfera de su manifestación
pública por la otra, e incluso no pocas veces hay notable distancia entre una y
otra (para comprobarlo, basta con conversar sobre un libro con algún conocido
que trabaje como crítico literario y luego leer la reseña del libro firmada por
la misma persona). Se podría hacer, medio en broma y medio en serio, una
clasificación al respecto: 1) Los encuestados que dan su verdadero parecer
sobre los que juzgan los mejores libros del año; 2) Los encuestados que nombran
los libros que, por diversas razones, conviene
nombrar; 3) Los encuestados que mencionan los libros de los amigos o de sus
parejas; 4) Los encuestados que eligen los libros de los escritores o las
escritoras más agradables, o más apuestos, o más ‘buena gente’, o mejor
posicionados políticamente; 5) Los encuestados que eligen sus propios libros;
etc.
Otra
cuestión interesante consiste en la selección de los “críticos, académicos,
escritores, periodistas, traductores y editores” convocados para dar su
parecer. En este caso, se trata nada menos que de 100 nombres. El número parece
una garantía de imparcialidad, y su halo casi mítico de rotunda perfección,
garantía asimismo de infalibilidad. Por preferencia y por mayor asiduidad en la
lectura del género, me he detenido a ver en detalle quiénes han elegido los
títulos de poesía. Luego de repasar la lista (entre algunos otros, Aguirre,
Aulicino, Bejerman, Bellessi, Bignozzi, Casas, Chitarroni, Foffani,
Fondebrider, Gambarotta, Gruss, Laguna, Monteleone, Pavón, Prieto, Ríos, Rubio,
Setton, Villa), me pregunto, casi retóricamente, con qué criterio se ha seleccionado
a ese calificado plantel. Una interrogación trae la otra, y me pregunto, casi
retóricamente también, por qué no se ha convocado a otros poetas y críticos y
estudiosos y traductores tan calificados como los anteriores. Por ejemplo, al
azar de la memoria, las generaciones, las tendencias y los lugares de
residencia, me habría gustado saber qué hubieran opinado Jorge Leónidas
Escudero, Horacio Armani, Antonio Requeni, Jacobo Regen, Rodolfo Godino, Rodolfo
Alonso, Teresa Leonardi, Horacio Salas, Santiago Sylvester, Rafael Felipe
Oteriño, Cristina Piña, Celia Fontán, Ricardo H. Herrera, Susana Cabuchi, Enrique
Butti, Alejandro Bekes, Elisa Molina, Roberto Malatesta, Beatriz Vignoli, Víctor
Gustavo Zonana, Carlos Schilling, Claudia Masin, Diego Muzzio, Walter Cassara,
Mariano Pérez Carrasco, Pablo Seguí, Javier Foguet, Mori Ponsowy, Nicolás
Magaril, Alejandro Crotto, Marina Serrano, Ezequiel Zaidenwerg, etc.etc.
Está
claro el punto: a tales encuestados, tales libros elegidos. Los resultados de
la encuesta, en el ámbito de la poesía, han destacado los siguientes libros y
autores argentinos del pasado año: los cuatro más citados, La novela de la poesía, de Tamara Kamenzsain (Adriana Hidalgo); Estación Finlandia, de Jorge Aulicino
(Bajo la luna); Poesía completa, de
Olga Orozco (Adriana Hidalgo) y Control
no control, de Fernanda Laguna (Mansalva); con menor cantidad de votos, El paisaje interior, de Mirta Rosenberg
(Bajo la luna), aunque hay quienes dicen que tiene la misma cantidad que los anteriores
(dejo a otros el trabajo de confirmarlo); Notas
para una tanza, de Irene Gruss (Gog y Magog); Un hotel con mi nombre, de Cecilia Pavón (Mansalva), La tendencia materialista (antología),
de V. Kesselman, A. Mazzoni y D. Selci (Paradiso), La enfermedad mental, de Alejandro Rubio (Gog y Magog), etc.
No sé si
al lector la mención de autores y de editoriales le dice algo. A mí me dice
claramente lo siguiente: 1) que han sido nombrados autores, libros y
editoriales que tienen tanta publicidad crítica en los medios culturales
actuales que ya evocan la imagen de la “figurita repetida”, y hacen pensar en
el dilema del huevo o la gallina (¿son recordados porque son valiosos o son valiosos
porque son periódicamente recordados en los medios?); 2) que se trata de
autores que han salido de la costilla de “Diario de Poesía” (salvo, por cierto,
Olga Orozco, una poeta que, para bien o para mal, ya está más allá de toda
polémica), lo cual demuestra, por si hiciera falta, que todavía hoy el
monopolio de la tendencia neobjetivista tiene plena vigencia y que no hay
lugar, en estas operaciones literarias, para mostrar la existencia de otras
opciones poéticas en el país; 3) que casi no aparecen mencionadas editoriales
del interior, salvo alguna, como la editorial Nudista, que publica a una autora
porteña tan promocionada como Irene Gruss.
En fin,
el resultado de la encuesta, al menos en lo que atañe a la poesía, es, a mi
juicio, tan previsible cuanto desalentador. Evidencia el compacto dominio de un
grupo poético, cuyo prestigio literario ya nadie parece poner en duda, pero que
está lejos de ser incuestionable en términos estéticos y críticos, y una
notable indiferencia hacia los autores y las editoriales que vienen trabajando
sostenidamente en las provincias, con valiosos logros, salvo aquellas
sucursales del grupo que operan en Rosario o Bahía Blanca (la iluminada
autopista poética Buenos Aires-Rosario, que alguna vez señalé, desde hace
bastante tiempo extiende sus luces y sus carriles también hacia ese puerto de
la provincia bonaerense).
Quiero
que quede claro que no se trata de una reivindicación geográfica, sino del
valor de las obras y de la diversidad de las poéticas. Hay más, mucho más en el
país que lo que publica y difunde el estado mayor y menor del neobjetivismo en
Buenos Aires, Rosario o Bahía Blanca. Que sólo haya espacio cultural para los
mismos nombres, que se haya destacado entre los primeros cuatro títulos de la
escritura poética nacional al volumen de Fernanda Laguna, una obra digna del
más piadoso silencio, hace pensar que la salud de la poesía argentina atraviesa
un momento de crisis aguda, al borde del colapso, no por la ausencia de buenos
autores, sino por la presencia de una falange militante, muy activa, unida y
organizada, que promociona a sus adherentes y neutraliza el conocimiento de
quienes no participan de ella.
Si uno
no supiera que la bolsa de valores literarios es tan poco confiable como la financiera
para determinar lo que vale y lo que no, y si el tiempo no nos hubiera enseñado
que la escritura es un vicio tan absurdo y persistente como cualquier otro,
inmune pues a razones y sinrazones, sería el caso de dedicarse nomás a la
poesía como quien se dedica al ajedrez o a la filatelia, esas ocupaciones de
solitarios y de escépticos.
P. A.
Villa Dolores, 15 de enero, 2013