martes, 16 de marzo de 2010


BREVE INFORME SOBRE RUTAS
DE LA POESÍA ARGENTINA ACTUAL






[El presente trabajo fue escrito por encargo de la revista española
Ínsula, para un número dedicado a la literatura argentina desde el
retorno de la democracia (Letras argentinas: un nuevo comienzo),
y fue publicado en el número 715-716, en el 2006. Aquí figura con
leves correcciones. Se trata, por cierto, sólo de una aproximación
a un territorio demasiado cercano, vasto y complejo como para que
pudiera ser abarcado en un artículo, el cual debía ceñirse, por otra
parte, a estrictos límites de espacio. Valga el intento, con todo, de
presentar un enfoque crítico algo diferente de los que predominan
desde hace varios años sobre la poesía argentina contemporánea.]



I


El espacio de lo sublime


En una entrevista reciente a Hans Magnus Enzensberger, con motivo de cumplirse los treinta años del asesinato de Pier Paolo Pasolini, el poeta alemán respondía de la siguiente manera a la pregunta de Stefano Vastano sobre la célebre interrogación hölderliniana “¿Para qué poetas en tiempos de miseria?”: “Responder hoy a la pregunta de Hölderlin, y de Pasolini, significa constatar con sincera brutalidad que la institución y el oficio del poeta han perdido su importancia. Hoy el terreno sobre el cual se mueve con comodidad se ha reducido drásticamente. Hay menos espacio para las pasiones y para la violenta rabia, típicas de Pasolini”. Y agrega: “Ya no hay espacio para lo sublime. Y así ha cambiado la posición social del poeta: no se ven en torno los monstruos sagrados. Pasolini ha sido considerado en Italia como el último de los monstruos sagrados. Así como el último de los nuestros ─en el espacio alemán─ ha sido el poeta Paul Celan.”


[Hans Magnus Enzensberger, Pier Paolo Pasolini y Paul Celan]


Más allá de que no podamos individualizar en la Argentina una figura intelectual equivalente a la de Pasolini en el mismo período, este proceso de reducción del espacio de lo sublime en la poesía[1] fue descripto por el poeta y crítico Ricardo H. Herrera (Buenos Aires, 1949), en un polémico artículo publicado en 1991 en su colección de ensayos La hora epigonal, con la significativa denominación “Del maximalismo al minimalismo”. El hecho más notable identificado por Herrera en el pasaje de la década del ’70 a la del ’80 es la crisis de las tendencias “maximalistas” representadas, por un lado, por la poesía militante sesentista y, por el otro, por la poesía neorromántica setentista y el sucesivo triunfo del “minimalismo”. Herrera advierte una razón de orden político en la transformación del maximalismo sesentista en el minimalismo de los años ’80. Cita, en efecto, un artículo de Daniel Freidemberg (Resistencia, Chaco,1945), “La imposible totalidad”, aparecido en el primer número de la revista Diario de poesía, el medio de difusión más poderoso del minimalismo en las últimas décadas. Decía allí Freidemberg: “Hubo en Buenos Aires algo que se llamó ‘generación del 60’: una actitud ante la escritura que, guste o no el rótulo, dejó su marca en la poesía argentina. La «bajó» ─por así decirlo─ a lo cotidiano, al léxico y los tonos de la conversación; redescubrió un trasfondo poético ahí donde todo parecía rutina, insignificancia”. Comenta Herrera: “Sólo que [Freidemberg] no dice que ese trasfondo era la liberación latinoamericana, y que al opacarse esa promesa del utopismo, el trasfondo, el fondo y la superficie misma volvieron a ser tan rutinarios e insignificantes como siempre.”

En otro ensayo de esa época, publicado en un número monográfico de Ínsula sobre el presente de la novela y la poesía en España e Hispanoamérica, comentaba Herrera dos antologías de la poesía argentina editadas por entonces en España (Nueva poesía argentina, de Leopoldo Castilla, Hiperión, 1987, y la selección de Adrián Desiderato para el número 18 de la revista barcelonesa Hora de poesía, de 1981), y en su caracterización de esas muestras poéticas podemos leer, por contraste, el sentido de su reivindicación: "No hay poetas memorables, básicamente porque la última poesía argentina ha dejado de ser un arte de la memoria: la nueva poesía se puede fotocopiar pero no memorizar. Esta eliminación del sustrato fónico, este avasallamiento de la oralidad por la escritura, que desaloja a la experiencia poética de la voz y del oído para confinarla en los límites de la página, esta condena de toda forma de lirismo ─ya sea porque se vea en él una superchería, una antigualla o una trampa del poder─ es, junto con la antinaturaleza, la primera impresión que nos produce la lectura de estos dos libros. Desde el punto de vista técnico, el verso libre ha desembocado en el cultivo de la prosa entrecortada, y si, excepcionalmente, algunos de esos malogrados prosistas intenta «cantar», no encontramos en él un dominio del arte de acentos y consonancias, sino apenas una mímica del énfasis que denota, por el uso de los «¡Oh!» y los «¡Ah!», su intención de elevarse a las inalcanzables esferas de la música."[2]


Desde un ángulo diametralmente opuesto al de Herrera, en 1993 Daniel Freidemberg realizaba en “Poesía argentina de los años 70 y 80. La palabra a prueba”[3] un exhaustivo examen de la escritura poética predominante en el período y trazaba un panorama casi completo del mismo. Retoma allí las observaciones hechas por él quince años antes, que resume en los siguientes puntos: a) “una extrema diversidad de poéticas”; b) “desde hacía cuatro o cinco años, la ausencia de cualquier movimiento con una propuesta definida (más exactamente: desde que los integrantes del grupo Último Reino abandonaron la cohesión en torno de cierta actitud que había sido caratulada como «neorromántica»)”; c) “el fenómeno literario y periodístico-cultural del neobarroco”; d) “la incipiente emergencia de una suerte de «objetivismo» sustentado en el discurso de la prosa y el tono impersonal”; e) “una heterogénea cantidad de elaboraciones de la herencia del coloquialismo de los años 60, ya libres de excesos confidenciales o sentimentales, de efectismos y de la creencia ingenua en la posibilidad de transmitir inmediatamente un sentimiento o una idea.”



Carriles poéticos de los años 80


Aunque el crítico postule tal “extrema diversidad de poéticas”, de hecho en su estudio se dedica exclusivamente a examinar dos de ellas, la del neobarroco y la del objetivismo, y a desautorizar ─con razón, aunque no siempre con razones justas─ el neorromanticismo setentista. En la genealogía del objetivismo, puede distinguirse claramente el impersonalismo crítico de Alberto Girri; la visión desencantada de Joaquín Giannuzzi; el realismo romántico de Raúl González Tuñón y el realismo coloquialista sesentista (César Fernández Moreno, Francisco Urondo, Juana Bignozzi, Juan Gelman en el plano creativo y Noé Jitrik en el plano teórico, entre otros); la actitud paródica, el fragmentarismo y el lenguaje llano de Leónidas Lamborghini; la “«antipoesía» irreverente y prosaísta” del grupo de Rosario El lagrimal trifurca y el ejemplo del realismo “sucio” norteamericano. Entre los autores que pertenecen o están próximos a esta tendencia, es posible identificar dos promociones: la de los poetas nacidos en la década del ’40, tales como Freidemberg, Diana Bellessi (Zavalla, Sta. Fe, 1947), Elvio Gandolfo (Rosario, 1947), Daniel Samoilovich (Buenos Aires, 1949), Jorge Aulicino (Buenos Aires, 1949), Mirta Rosenberg (Rosario, 1951); y otra de autores nacidos en la década del ’60, tales como Daniel García Helder (Rosario, 1961), Martín Prieto (Rosario, 1961), Gabriela Saccone (Rosario, 1961), Osvaldo Aguirre (Rosario, 1964), Fabián Casas (Buenos Aires, 1965), Beatriz Vignoli (Rosario, 1965), Laura Wittner (Buenos Aires, 1967), entre muchos otros. Como se ve, se trata de una escuela casi exclusivamente porteña y rosarina.






[Daniel Freidemberg, Daniel Samoilovich, Mirta Rosenberg,
Fabián Casas, Beatriz Vignoli y Laura Wittner]


En la genealogía del neobarroco argentino (bautizado como “neobarroso” por uno de sus representantes, Néstor Perlongher), además de antecedentes hispanoamericanos (José Lezama Lima, Severo Sarduy, Haroldo de Campos, etc.), puede advertirse la influencia de teóricos franceses como Lacan, Barthes, Deleuze, y la lejana tutela de Oliverio Girondo, en especial el de En la masmédula. Pero el padre del neobarroco rioplatense es, sin lugar a dudas, Osvaldo Lamborghini (Buenos Aires, 1940 – Barcelona, 1985). Así lo reconoce una de sus discípulas, Tamara Kamenszain (Buenos Aires, 1947), en su artículo “La nueva poesía argentina: de Lamborghini a Perlongher”[4]. Allí, luego de afirmar la orfandad de los poetas argentinos (así, en bloque) y su consiguiente necesidad de fabricarse “el golem de laboratorio que nos apadrina”, se encuentra con que “Lamborghini emerge de nuestro laboratorio como aquel tatita joven que nos tiene dominados”: “escribir después de Osvaldo Lamborghini supone volver a transitar un camino que sólo él conoció como baqueano: el camino de la desconfianza. Nadie en Argentina desconfió tanto de las palabras, nadie se resistió tanto a dejarse seducir por sus combinatorias, nadie trató con tanta tenacidad como él de sacarse de encima a la literatura.”



[Arturo Carrera, Osvaldo Lamborghini, Tamara Kamenszain y Néstor Perlongher]


Por el camino de la desconfianza y del intento ─tan literario─ de desembarazarse de la literatura, abierto por O. Lamboghini, transitarán durante un cierto trayecto de sus obras Kamenszain, Arturo Carrera (Pringles, Bs. As., 1948), Néstor Perlongher (Buenos Aires, 1949 - São Paulo, 1992), Emeterio Cerro (1952-1996), entre otros. La revista militante del neobarroco ha sido Xul, pero luego la mayoría de estos poetas encontrarán cálida acogida asimismo en Diario de poesía.



Pax neobarroca-objetivista


Es interesante contemplar, transcurrido el tiempo, cómo las asperezas iniciales entre la tendencia neobarroca y la objetivista se han pulido y hoy ambas conforman un compacto frente único, que en los últimos años ha monopolizado casi sin fisuras el campo poético argentino y ha ejercido una eficaz (y para algunos nefasta) influencia en las nuevas generaciones, ya sea a través de los suplementos literarios de los principales diarios nacionales; ya sea a través de revistas de larga trayectoria y difusión en el país (Diario de poesía, Punto de Vista, Xul, La danza del ratón) y algunas sucursales provinciales y virtuales (Vox de Bahía Blanca, poesia.com, etc.); ya sea a través de editoriales; ya sea a través de su presencia dominante en instituciones universitarias y culturales. Si en 1988 Guillermo Saavedra postuló la existencia de “La ‘mafia’ neobarroca”, ‘denuncia’ en su momento celebrada por los objetivistas, evidentemente ha habido con posterioridad un entendimiento entre ambas familias poéticas y desde hace largos años comparten pacíficamente el territorio poético argentino. Probablemente la razón de fondo que sustenta este acuerdo pueda comprenderse a través del siguiente párrafo de Freidemberg: "Gran parte de la poesía más novedosa que se está escribiendo en la Argentina se respalda en una operación ideológica que se presenta como “transgresora”: revertir la valoración negativa de conceptos como “superficial”, “digresivo”, “intrascendente”, “indiferenciado” o “superfluo”. Según el poeta Daniel Samoilovich, el neobarroco surge como respuesta a la crisis de la metáfora de profundidad: a esta altura de la modernidad o la posmodernidad, la “profundidad” ha revelado no ser más que una metáfora, pero el neobarroco no es la única respuesta posible. Otra sería el “objetivismo”, que Samoilovich presenta con una frase de Felisberto Hernández: “Algo que esté allí y que mirado por ciertos ojos se transforme en poesía”."[5]

Se diría que, del temple político y estético fuerte que en un tiempo sustentó al realismo y la vanguardia, ya no quede sino el lánguido mandato de afirmar lo “novedoso” y lo “transgresor” a toda costa, para estar “a esta altura de la modernidad o la posmodernidad” (“¿una nueva expresión del gusto de ponerse a tono con la época?”), aunque lo novedoso ─a casi un siglo de las primeras transgresiones vanguardistas─ hoy suene bastante trillado y la “operación ideológica” de marras se parezca menos a la rebeldía que a una sumisa adecuación a los imperativos de la cultura masiva de la banalidad y lo superfluo. Por otra parte, recordemos que en la vida y en la fotografía quizá pueda ser suficiente que “algo esté allí y que mirado por ciertos ojos se transforme en poesía”, pero que en la práctica de la poesía no bastan las ideas, ni los objetos, ni las superficies: hacen falta palabras, ya se sabe, es decir, metáforas tendidas entre el abismo del mundo y el abismo del hombre, y un arte verbal que logre volverlas perdurables.




La "transgresión" debe continuar: Monstruos de los 90


Ahora bien, de las nupcias entre los transgresores hijos del “golem” neobarroco y los transgresores pero flemáticos objetivistas, ha nacido la camada poética recogida en Monstruos. Antología de la joven poesía argentina (Fondo de Cultura Económica / ICI, Buenos Aires, 2001), seleccionada y prologada por Arturo Carrera. Dicho sin sarcasmo, hubiera sido más justo decir Monstruitos (o quizá “mostritos”, dada la predilección por la pronunciación “plebella”), ya que tampoco aquí encontramos aquellos “monstruos sagrados” de la estirpe de Pasolini o Celan (no hablamos ya de talentos, sino de actitudes poéticas): “La poesía de los jóvenes ─apunta en el prólogo su compilador─ parece acercarnos con zoom lo trivial de las hablas” y denota “un acercamiento al lenguaje «absolutamente despreocupado».”[6] Salvo alguna que otra excepción, el conjunto muestra una notable filiación estilística en el objetivismo y el neobarroco, y el denominador común de todos ellos podría resumirse en la siguiente declaración: “La lírica está muerta. ¿Quién tiene tiempo, habiendo televisión por cable y FM, de escuchar el laúd de un joven herido de amor?”[7] El autor de la proclama liricida es Alejandro Rubio (Buenos Aires, 1967), poeta que se define como “objetivista” y que ha sido vinculado asimismo con Osvaldo Lamborghini; ha publicado un celebrado libro de título sincero, Música mala (1997), y en Monstruos figura con un largo poema que puede ser leído como representativo de distintos aspectos de la escritura predominante en su generación. Transcribimos fragmentos del comienzo y del final: “Ventolín. Nubarrones. / Voces que se cuelan / entrecomilladas. Mañana hepática / en una pocilga posmo. Dolor de cabeza, / dolor de estómago, dolor / en lo que los antiguos llamaban / «el alma». Brujas que tiran las cartas / y destapan siempre, parece a propósito, / el ahorcado. Cobran diez pesos la media hora, / viven en Belgrano, sus clientes son de Bernal. (…) / Esquivé a un grupo de psicópatas bajitos / que corrían a un gato tuerto y me adentré / en la zona de material, donde tenía su casilla / el Chongo, López, hombre de en verga dura, / para mostrarle mi nuevo atributo y ver / si el gustito era el mismo, o más, / o distinto. Toqué a la puerta de metal, esperé; / pasaron dos minutos y me animé a abrir y asomarme: / tirado en la cama, muerto, castrado / estaba el Chongo, moscas azules revoloteaban / sobre un charco de sangre. Salí / medio ciego, pero pude columbrar / a un niño de cinco, quizá seis, / con remera negra, las nalgas al aire, / ensartando en un aro de plástico / el falo falocrático. / Averiguar quién fuera el asesino / hubiera sido tarea de un Philip Marlowe, / no mía: acá las cosas pasan, fato es este / que la mitología no menta. A mi habitáculo volví / donde reposo entre almohadones / en los que a veces creo descubrir / la figura de un bambi; solo, sin / vaticinios que emitir, me acaricio / el aujerito y reflexiono / sobre el Fratacho del Chongo López / y sobre muchachos granujientos / que bajan a tientas de una escalera oscura.”[8]



II


Las rutas laterales de la poesía argentina



Si tuviéramos que atenernos a la formidable máquina periodística e institucional que, como hemos visto, predomina en el país, el plantel oficial de la poesía argentina actual estaría constituido por los autores que pueden ser adscriptos al linaje del objetivismo y/o del neobarroco. Pues bien, ya es tiempo de que se reconozca que la autopista objetivista-neobarroca no es la única por la que ha circulado la poesía argentina en las últimas décadas. Hay otras rutas además de la que comunica Buenos Aires-Rosario. No se trata, por cierto, de una cuestión meramente geográfica[9] (ha pasado el tiempo del antagonismo entre unitarios y federales), sino de imparcialidad crítica y, también, de poéticas. En efecto, a nuestro juicio, la poesía más intensa, arriesgada y perdurable de estos años no es la que ha transitado por el “camino de la desconfianza” hacia las palabras, ni la que se ha propuesto la “novedosa” transgresión de convertir la escritura en un registro de lo “superficial”, lo “digresivo”, lo “intrascendente”, lo “indiferenciado”, lo “superfluo”. Hay en el período aventuras poéticas más osadas que la de remedar en versos banales la presunta banalidad del mundo o corroer indefinidamente las formas y el lenguaje para evidenciar la insatisfacción ante las formas y el lenguaje.

El hecho de que los poetas que han emprendido tales aventuras no se hayan constituido en grupo, sin duda ha favorecido que quedaran en una situación de inferioridad ante las tendencias que, como rezagos de la lógica vanguardista, han actuado de manera corporativa para imponer su visión de la poesía, así como ante una crítica más preocupada por detectar los movimientos estratégicos en el bourdieano campo literario que por examinar la silenciosa conmoción que provoca la excelencia de una obra individual. Se trata, pues, de voces solitarias, cuyo sigiloso prestigio a menudo se reconoce, pero casi siempre se olvida en el momento de hacer los balances en la azarosa Bolsa de Valores poéticos locales. Tal vez no sea casual, tampoco, que varios de ellos residan en el interior del país, lejos, pues, de los medios más poderosos de promoción literaria.




Lirismo crítico

Por tratarse, justamente, de voces aisladas, es difícil hablar de estos poetas en conjunto. Pero quizá pueda advertirse por lo menos un aspecto en común, especialmente si los vemos contra el fondo de las tendencias dominantes antes reseñadas: las dificultades de la palabra poética en la época no les ha hecho desconfiar ni renegar de la poesía misma, y si lo han hecho, el esplendor verbal, rítmico e imaginativo con que lo expresan convierte tal negativa en una afirmación. Para ellos, la lírica no sólo no ha muerto, sino que en su poder de indagación en lo que la sociedad le niega al hombre, hallan una dimensión más genuina para dar cuenta del encuentro ─y también el desencuentro─ del hombre consigo mismo y con los demás hombres. Se trata, pues, de una lírica crítica, en el sentido que tempranamente apuntaba Ramón López Velarde en su ensayo sobre la función de Lugones en la evolución de la poesía en lengua española, luego de la muerte de Darío, donde señalaba: “el sistema poético hase convertido en sistema crítico”; a lo que añadía: “Quien sea incapaz de tomarse el pulso a sí mismo, no pasará de borrajear prosas de pamplina y versos de cáscara.”[10] Tal auscultación del propio pulso, así como de los latidos del mundo en el propio latido, transfigurados “en una música, un rumor, un símbolo”, dan a esta lírica contemporánea su tensión y su originalidad, que no necesita recurrir a la parodia de la tradición para formular una palabra inédita.

Mientras la poesía “transgresora”, “desconfiada”, “intrascendente”, e incluso aquella en diminutivo, ingenua o fingidamente ingenua, de algunos autores más jóvenes, da la sensación de haber sido escrita por seres que ya están de vuelta de todo[11], y de allí su ironía, su cansancio, su contagioso tedio, su sospecha sistemática de todo lo que en la existencia, en el lenguaje o en la literatura pueda pedir una mirada inocente, en estos otros poetas, en cambio, se observa aún aquella paradoja que el crítico italiano Sergio Solmi señalaba como característica de la lírica moderna: “La paradoja de la lírica moderna parece consistir en esto: una suprema ilusión de canto que milagrosamente se sostiene después de la destrucción de todas las ilusiones. El alma, despojada de sus sueños y de sus ídolos, constreñida a abrazar la «rugosa realidad», a expresar la sustancia presente y amarga de la existencia, encuentra en esto su duro y necesario reconocimiento, un paradójico principio de música y de olvido. La fábula resurge sobre el mundo destruido como un espejismo en el desierto.”[12]



Horacio Castillo: mitos de nuestro tiempo



Tal paradójica dialéctica podemos encontrarla, por ejemplo, en Horacio Castillo (Ensenada, Bs. As., 1934), uno de los líricos críticos más originales de estos años. El investigador inglés Jason Wilson señalaba en 1989, en un panorama de la poesía hispanoamericana “Después del surrealismo”: “Horacio Castillo (…) vive y trabaja en La Plata, fuera de las modas literarias porteñas. Es una ventaja. Escribe una poesía controlada, fría, que deriva vagamente de la austeridad de Alberto Girri (…); evita los encantamientos del sonido, y trabaja sobre imágenes sensuales y lacónicas. No tiene miedo a la literatura clásica y se enfrenta oblicuamente con su tiempo histórico.”[13] Que la suya es una poesía que no se hace ilusiones, queda claro ya desde su primer libro, Materia acre (1974)[14]: “Animales de carne y hueso, con un poco de luz irremediable en los ojos, / a veces nos creíamos criaturas heroicas / y corríamos a las plazas. Escuchábamos / bellísimas palabras, las voces se otorgaban idéntico calor / y sentíamos el placer de la acción. / Pero luego, entre ruinas, comiendo el pan del sobreviviente, / comprendíamos. Y al salir el sol, / mientras los escarabajos emergían de las piedras, / avivábamos el fuego para ahuyentar la peste / y llorábamos por la siguiente generación.”[15] Este poema, que ha sido leído como un “sutil mea culpa por el caos argentino”[16], también permite una interpretación más dilatada, de orden epocal. Lo mismo ocurre en otros textos suyos donde se hallan plasmados distintos aspectos de la traumática experiencia histórica argentina (y no sólo argentina), como “Al pie de la letra”, “Tren de ganado”, “Los ancianos callaban”, etc. Tal ambigüedad, tal delicado equilibrio “entre lo más concreto y lo más abstracto, lo singular y lo general, lo histórico y lo atemporal”, como hemos observado en otra parte[17], otorga a la poesía de Castillo buena parte de su poder sugestivo, y deriva de uno de los modos más característicos de su escritura: la creación de pequeños mitos en versos, donde se conjuga la precisión imaginativa y un amplio radio significativo, que hace posible, como en las leyendas antiguas, una multiplicidad de lecturas. Véase cómo obra este procedimiento en dos textos que afrontan la “rugosa realidad” del mundo destituido de ilusiones señalado por Solmi, ese arduo horizonte gnoseológico del hombre contemporáneo. En el primero, “Homenaje a la palabra alcanfor”, esta lírica del pensamiento reflexiona sobre la materialidad del signo, su virtual riqueza (y arbitrariedad), y la definitiva incomunicabilidad de todo lenguaje, no menos sometido a la muerte y a la corrupción que nuestro cuerpo: “La palabra alcanfor, por ejemplo en la frase: / muertos empapados en alcanfor, / ¿es una realidad distinta del ojo, la mano o el olfato? / ¿Otro extraerá de ella un río que lleva el ágata y la peste, / vírgenes entregadas a los extranjeros en húmedos lienzos? / Muertos empapados en alcanfor: / un idioma estará también bajo la tierra, / descarnándose como nuestros huesos, / antes y después sin interlocutor posible.”[18] En el segundo poema, “El cinocéfalo”, este simio con cabeza de perro encarna… ¿la razón crítica?, ¿el progreso científico?, ¿la poesía como instrumento cognoscitivo?: “Devoraste el ángulo de ciento ochenta grados que teníamos delante, / devoraste la seguridad de lo absoluto, / devoraste la posibilidad de afirmación, / devoraste el prestigio de lo real. / Y ahora, a mis pies, esperas el resto, / miras como pidiendo compasión, / como intuyendo / ─hocico de perro, corazón de mono─ / que no existe culpable.”[19]



*


Rodolfo Godino: molienda de lo íntimo


También bajo la denominación de Gedankenlyrik podría incluirse la poesía de Rodolfo Godino (San Francisco, Cba., 1936).[20] Críptico y elegíaco como el primer Montale, y a la vez irónico y crítico como el segundo (el de Satura en adelante), tal conjunción les da a sus versos un aire extraño (inconfundible), como de quien confiesa lo más secreto ─y a menudo doloroso─ de su experiencia íntima, pero con una suerte de distancia displicente, mordaz, que elude tanto el patetismo como la locuacidad, y en cambio examina, distingue, valora y juzga los propios sentimientos, pensamientos, deseos, remordimientos, afecciones y desafecciones, como si fueran de otro, en versos sentenciosos de contundente y cuidadosa precisión: “gran máquina soy moliendo / mis huesos como ajenos escombros”[21], dice el poeta. El de los huesos quebrantados, como el de los dientes que rechinan, suelen ser sonidos habituales en la poesía última de Godino, que a partir de su regreso al país luego de algunos años de ausencia y de la publicación de su libro A la memoria imparcial (1995), que sigue en más de diez años a la importante antología de su obra anterior, Curso (1982), ha emprendido una especie de sostenido e intenso examen poético de conciencia, examen de toda una vida y de toda una época. La “ley callada” que rige este implacable examen fue formulado así por el poeta: “por más que escandalice, / la verdad interior / ─que traba la lengua y anda por su túnel / resistiendo a sí misma─ / debe ser descubierta.”[22] Y el instrumento idóneo para extraer de su madriguera a la “verdad interior”, a pesar de los reconocidos límites de las palabras, no es otro que la poesía. De allí la importancia que adquiere en la obra de Godino la reflexión sobre el oficio mismo de poeta: no se trata de un desapegado análisis metapoético, sino de una indagación en la que está en juego la vida (del alma, por lo menos, que aquí no es puesta entre comillas), el sentido de la existencia y su lugar en el mundo. Así, aunque esta escritura guarde algunas semejanzas con el objetivismo, por su común ascendiente en el impersonalismo y la contención expresiva de cierta poesía anglosajona (Eliot, Williams, Stevens, Lowell, a través de la mediación de Alberto Girri), hay una diferencia de fondo, además de la gracia estilística y la precisión milimétrica con que Godino trabaja el verso libre y logra originales amalgamas de prosaísmo y lirismo, a menudo a través de una personalísima adjetivación: para los objetivistas, como hemos visto, lo real sería “algo que esté allí y que mirado por ciertos ojos se transforme en poesía”, un estatuto que otorga a ésta una función en cierto modo accesoria, como un reflector que lanza haces de luz intermitente sobre el mundo; para Godino, la realidad comienza o por lo menos se cumple en el poema, y entre lo real exterior y lo real interior, entre el sueño y la vigilia, entre la memoria, la observación y la imaginación, hay paridad ontológica y continuos trasvasamientos y metamorfosis.



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Alejandro Nicotra: el pan hecho de sol


Mientras para Horacio Castillo han sido de provecho las “útiles sombras” de autores como Kavafis, Elytis y, entre nosotros, Girri, y para Rodolfo Godino lo han sido las de Girri también y los poetas norteamericanos antes mencionados, para Alejandro Nicotra (Sampacho, Cba., 1931) ha sido fundamental el magisterio de la poesía española, en particular de Antonio Machado y la Generación del ’27, pero asimismo de autores como Rilke, Frost, Seferis (el de los Tres poemas escondidos) u Octavio Paz. A partir de su quinto libro, Puertas apagadas (1976), ha desarrollado una obra de características singulares dentro de la poesía argentina actual, reunida recientemente bajo el título de uno de ellos, Lugar de reunión (2004).[23] Tales características no están desligadas de la experiencia concreta de un hombre que ha hecho carne la condición marginal del poeta en la sociedad contemporánea, transcurriendo la mayor parte de su vida en un rincón de la provincia (el Valle de Traslasierra) que, al decir del poeta Raúl Gustavo Aguirre, “dista mil kilómetros de cualquier punto del país”. “Poesía arraigada”, pues, la suya, como él ha definido la de otro valioso y hoy casi olvidado poeta, Antonio Esteban Agüero (San Luis, 1917-1970), su tío y maestro. Ese arraigo se manifiesta en las imágenes del paisaje que lo rodea, en la atención hacia los ciclos de la naturaleza (las primeras nieves, los incendios en las sierras, el espinillo florecido, “el viejo valle / condensado en la mesa”), pero nunca se advierte el riesgo del descriptivismo: por el contrario, hay una extremada decantación en esta escritura, que tiende a transmutar las figuras de la realidad circundante en emblemas de una interioridad “expuesta”. Esa decantación, que se ha ido acentuando con el tiempo, da a los versos de Nicotra un diseño estilizado, que ha sido comparado con el de la poesía china y que podría vincularse asimismo con la transfiguración del mundo en la lírica hermética italiana. Ahora bien, si la consustanciación con la naturaleza y el lirismo confidencial son algunas notas centrales de su escritura, hay otra, que por lo general ha pasado más inadvertida, que es la dimensión histórica de esta poesía. Hay un texto clave en su obra, “El pan de las abejas”, donde se confronta el legado de la poesía, “el pan hecho de sol”, y la amenaza del “ominoso enemigo que es mejor no nombrar”, representado por el “hombre enmascarado” y el “sapo gordo / saciado de saqueo”. El texto recuerda la visita a la casa derruida de su viejo maestro, en quien Nicotra ha visto una imagen del destino trágico del poeta en nuestra sociedad, y fue publicado en 1976: “El pan de las abejas, la miel de todos. // Sopla el tiempo / sobre la galería de tu casa: nadie / sino la luz sorda, vacía, / entre pilares rotos. / Ni tu sombra, ni el rumor del poema. // («El agua con racimos y la luz con abejas»…) / Patio sin parras. Seco aljibe. // Ayer, / la madre pasa con un plato de miel. // He visto las colmenas devastadas / y en el aire de marzo, / espacio azul, / el humo que subía desde los panales. // He visto al hombre enmascarado, / los torpes guantes, / y el pueblo de la brisa / y de la flor: / gota a gota, / los pequeños / cadáveres. // He visto al sapo gordo / saciado de saqueo. // Sopla el tiempo / desde la fresca sombra de las parras, / los cántaros, las flores. (El temblor / y la luz de las abejas.) Oigo / tu voz. // Un niño pasa con un plato de miel. // He visto las colmenas devastadas, / el humo por el aire de marzo. // Y he visto, / entre las ruinas y la sombra, / el pan hecho de sol; / quiero decir / ─lo sabes─: vi tu muerte / y tu vida. (La galería rota / de tu casa, las páginas / doradas.) Y mi vida / y mi muerte, / seguramente iguales. // Un hombre pasa con un plato de miel. // El pan de las abejas, / la miel de todos.”[24]



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Jacobo Regen: paradójicas epifanías



Otro poeta que podemos incluir en esta constelación a la vez prestigiosa y secreta de la lírica argentina actual, es Jacobo Regen (Salta, 1935). Pocos libros (¿desde cuándo la poesía ha comenzado a medirse por la productividad y la presencia pública de los autores?), que caben con holgura en un tomito de cien páginas[25], le han bastado a este poeta para hacer de sus textos una presencia necesaria en toda antología nacional que se precie. Raúl Gustavo Aguirre escribió hace años sobre esta poesía: “La infinitud del decir habita estas palabras sobre las que, por supuesto, pasarán de largo el buscador de esoterismos y el coleccionista de metáforas. Y no obstante, ¡cuánta creación como al acaso, como si nada! Despojada de todo énfasis, la voz penetra apenas en el silencio: el tiempo detenido, la lejanía, dos trazos, unas pocas palabras para implicarnos en un paisaje que más bien pertenece a una geografía ancestral, donde sujeto y objeto prescinden de sus límites como en aquello que para el Zen constituye el presupuesto de la más alta iluminación.” Paradojales epifanías, en efecto, pueden ser definidos algunos de los mejores poemas de Regen, cuyo temple espiritual (y estético) es posible ya percibir en este ejemplo de su primer libro: “Sé dura, oh luz, conmigo. / No regañes a flor de piel: inquiere / lo que en el fondo busca tu castigo / y, sin descanso, hiere. // Hiere profundo, profundo. / Que es mucho lo que perdí, / rodando… (no por el mundo / sino por dentro de mí).” Retomando la imagen final de estos versos, decíamos en un ensayo sobre la obra poética de Regen que “desde el primer poema hasta el último (…) se reconoce una poesía que tiene la cualidad de los cantos rodados, ese pulido inconfundible que no se debe sólo al burilado del arte, sino sobre todo al roce de la palabra que ha llegado rodando desde una gran distancia, desde un largo silencio reflexivo”, y que “este decantamiento también forma parte de la ética del creador.”[26] En el poema que da título a su segundo libro, Umbroso mundo (1971), se cita un verso de Georges Schehadé que guarda relación ─una vez más─ con aquella proposición de Solmi sobre la lírica de la modernidad como un espejismo que nace del desierto, como una “suprema ilusión de canto que milagrosamente se sostiene después de la destrucción de todas las ilusiones”: “Hay jardines que no tienen ya países”. Y escribe Regen, con esa gracia paradojal que ilumina incluso desde el desconsuelo: “Umbroso mundo, / seguiremos siempre / poblando de fantasmas verdaderos / tus países ausentes. / Así, lejos de todo, / crecerá en el olvido un árbol verde / a cuya sombra vamos a dormirnos / hasta que alguna vez el sueño nos despierte.” El tiempo con sus pérdidas, la vida con sus sufrimientos, la historia desgraciada de un país o del mundo pueden darnos la certeza de que ya está todo perdido; es entonces cuando la poesía otorga su don más raro y precioso, quizás también más absurdo, un don que nunca lograrán comprender quienes hacen del arte una rencorosa mímesis, innecesaria al fin, de nuestra miseria.



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Juan José Hernández: la provincia universal



Otro poeta que podríamos adscribir a esta línea del lirismo crítico, es Juan José Hernández (San Miguel de Tucumán, 1930). En los últimos años la casa Adriana Hidalgo Editora de Buenos Aires ha publicado toda su obra narrativa (La ciudad de los sueños, 2005), ensayística (Escritos irreberentes, 2003) y poética (Desideratum, 2001). La reunión de sus escritos en los distintos géneros evidencia la notable unidad y coherencia de su universo creativo y reflexivo. Unidad y coherencia que no sólo no excluyen, sino que están basadas en tensiones contrastantes. El centro de ese universo es, sin dudas, un astro real e imaginario, un sol espléndido y sombrío a la vez: el ámbito mítico de su tierra de origen, la provincia de Tucumán, más precisamente la ciudad que le da nombre, y el tiempo de la infancia y de la adolescencia transcurridos allí, antes de su traslado a Buenos Aires. Un espacio y un tiempo que nutren su obra con sus jugos alimenticios y venenosos, que le dan el vigor de la palabra cargada de experiencia y originan también la fuerza revulsiva del antídoto crítico. A diferencia del admirado Carlos Mastronardi (Gualeguay, 1901- Buenos Aires, 1976), otro provinciano universal, quien desde Buenos Aires buscaba perderse en el “fresco abrazo de aguas” de la rememoración nostálgica de su Entre Ríos natal; a diferencia del contemporáneo surrealista Francisco Madariaga (Corrientes, 1927 – Buenos Aires, 2000), quien ─también desde el “exilio” capitalino─ intentaba actualizar los poderes primigenios de la vida en los esteros correntinos, al margen de las condiciones feudales en que tales poderes se desplegaban; en la obra de Hernández la añoranza y la insatisfacción frente a la vida de provincia aparecen como dos caras inescindibles de la misma experiencia. Se trata, en el fondo, de una percepción que va más allá de los límites del vínculo con la propia tierra, en cuanto que asume las características de una comprensión metafísica de la naturaleza ambigua del mundo: “Engañosamente / opalescente / la bella confusión / de lo viscoso / ¿gema o gargajo?”[27] De la misma manera que las tensiones entre cosmopolitismo y provincialismo son afrontadas en su obra poética, ensayística y narrativa sin eludir la complejidad de la problemática, así también se advierte un modo bastante particular de resolver los conflictos entre tradición y modernidad en el plano estilístico, ya sea a través del empleo de una discursividad narrativa, por momentos francamente prosaica, en versos más o menos libres, ya sea por medio de un eficaz manejo de la métrica tradicional en versos que oscilan entre la disonancia irónica y la transfiguración metafórica del más puro lirismo. Un magnífico ejemplo de esta última veta poética es el poema “Elegía”, en el que confluyen algunas dimensiones de su obra que hemos visto aquí. El texto, no casualmente, lleva un epígrafe de Lugones, de la oda a Tucumán incluida en las Odas seculares (1910),“Tu molicie más dulce que la miel”, y se hallan entretejidas a lo largo del poema diversas alusiones al poeta de los Crepúsculos del jardín, a Mastronardi, a Nerval y a aspectos emblemáticos de la mitología provinciana: “Nocturnos aguaceros de verano, / su redoblar sonoro en los techos de cinc. / Temerosas del rayo, las mujeres / cubrían el espejo de la sala: / dalia gris de la lluvia / sesgada de relámpagos / en un tiempo y espacio / para siempre perdidos. // ¿Qué añoras? ¿Una calle monótona // bordeada de naranjos? / ¿La plaza de una estación de tren / donde un prócer escuálido / ―melena y ceño adusto― / sigue de pie junto a un sillón de mármol? // Bajo toldos de frescura y pereza / me quedaba tendido. / Animal del deseo, sobre mi pecho su jadeo dulcísimo. // Nunca paseaste silbando entre arboledas, / ningún jardín le dio a tu alado ensueño / fácil jaula. En vez de ruiseñores / la estridente charata de vuelo sorpresivo / y el coro de coyuyos semejante a un aullido. / ¿Príncipe de Aquitania? / No eras el desterrado; más bien un excluido. // ¡Tantos veranos indolentes fueron míos! / Yo había descubierto / al huésped silencioso del estanque azogado, / idéntico y distinto de mí mismo. // Nocturnos aguaceros / que oyes caer, indiferente, / no en los techos de cinc / sino sobre el asfalto de una ciudad / en la que a veces te sientes extranjero. // De pronto, un anhelo quimérico / que viene del pasado / ilumina el confuso borrador del poema / y te devuelve intacta la casa de tu infancia: / agua morena de tu madre joven / que está lloviendo ahora / en un patio de baldosas rosadas.[28]



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Ricardo H. Herrera: el desamparo musical



Paradójicamente, entre los poetas que comienzan a publicar a mediados de la década del ’70, quizás la obra que presenta características más originales es la de un autor cuya transgresión consistió justamente en eludir el culto de la transgresión propio de sus coetáneos, es decir, en negarse a hacer el enésimo nudo en la ya vetusta “tradición de la ruptura”, para cimentar en cambio su palabra en la ruptura que implicaba en esos años ─todavía hoy lo es─ hacer un uso no paródico de la tradición poética. En uno de sus poemas, “Invierno de 1956”, Ricardo H. Herrera recuerda el momento en el que por primera vez, de niño, caminando por una calle bordeada de plátanos rumbo a la escuela, tuvo la experiencia del desamparo asociada a la música, una sensación que quedó desde entonces ligada para siempre a la poesía: “No desprendido aún / de aquel desvalimiento, / siempre por la poesía llego a la misma angustia / de mirar lo remoto con las manos abiertas / y vacías (las palabras, las hojas caídas / del ramo de nuestro extrañamiento: / negras, doradas, rojo turbulento)…”[29] Como se ve, no elude en sus textos la primera persona del singular, elisión habitual en la poesía del período, pero es un “yo” que aparece como una suerte de objeto de estudio de un pintor, contemplado desde lejos, “en la lejanía espiritual”, como los botellones y cacharros sobre una mesa en las telas de Morandi. Toda su poesía se muestra como una indagación en torno de ese vacío metafísico que se abriera ya en la infancia, una exploración obsesiva, recurrente, realizada con un arte voluptuoso y distante a la vez, que se complace ─o que intenta remediar la fractura por la que los seres y las cosas se hunden en el sinsentido─ en la contemplación ensimismada de la naturaleza, captada en sus mínimos matices sensoriales, en el goce sexual y la pasión amorosa, en una refinada musicalidad verbal, que extrae de la métrica tradicional acentos personales y actuales. La conciencia de que “la poesía / se ha vuelto tan difícil como ser” da a sus versos una tensión dramática y reflexiva, en la que no hay cabida para la ironía o el ingenio[30], y que hace del poema un espacio donde está en juego tanto el sentido de la escritura como de la existencia ─ un espacio incierto, humilde y grande a la vez, siempre en cuestión, cuya naturaleza misma y cuya insignificancia para la sociedad exigen cada vez un renovado acto de fe: “Me conmueve, poesía, esta pobreza / a la que me reduces. / Tu forma arcaica, el verso, es la escudilla / en donde pruebo inerme / la estrechez de vivir.”



Otros poetas de los 70. Últimas promociones poéticas



La obra de Herrera, claro está, no se encuentra sola en su generación. Entre otros autores valiosos, que por razones de espacio no podemos tratar aquí, podemos mencionar a Santiago Sylvester (Salta, 1942), Rafael Felipe Oteriño (La Plata, 1945), Néstor Mux (La Plata, 1945), Celia Fontán (Rosario, 1947), Susana Cabuchi (Jesús María, Cba., 1948), Cristina Piña (Buenos Aires, 1949), etc.




[Santiago Sylvester, Rafael Felipe Oteriño, Néstor Mux,
Celia Fontán, Susana Cabuchi y Cristina Piña]

Con posterioridad, se han sucedido dos promociones poéticas. En ambas ha sido decisivo el peso de
Diario de poesía y de la maquinaria de difusión del neobjetivismo y el neobarroco, que ha pasado como una aplanadora sobre la formación estilística de los jóvenes poetas, reduciéndolos a un lenguaje cada vez más llano y esmirriado; a la anécdota versificada, que en los mejores casos deja el recuerdo de una atmósfera o una situación, pero raramente una línea memorable por la gracia de una exacta conjunción poética; a un verso libre que no supone la contraposición o la superación de los recursos métricos, sino simplemente su ignorancia; a una voluntaria opacidad formal, resultado de la exclusión de la metáfora, la hipálage, la metonimia, etc.[31] Tampoco podemos dejar de tener en cuenta otro rodillo compresor, el de “la cultura de masas y la civilización del consumo”, denunciado por Pier Paolo Pasolini en un artículo de los años setenta a propósito de “Los jóvenes que escrib[ían]” en la Italia de entonces[32], que por las asimetrías históricas guarda algunas semejanzas con la Argentina de hoy. Emiliano Bustos, en “Generación poética del ’90, una aproximación”, caracteriza de la siguiente manera la escritura de estos años: “realismo, por sobre todas las cosas, inmediatez, prosa, leyes que inventó la televisión y el rock […], apatía y cinismo […], humor, literatura y antiliteratura, irrefutable tercer mundo, chatarra, basura, márgenes de todo tipo, y lo secundario en general.”[33] Bustos distingue asimismo un segundo “gesto” poético, que habría surgido hacia la mitad de la década, esbozado por poetas más jóvenes, en su mayoría, y en su mayoría mujeres: “Este segundo ‘gesto’ comparte con el primero su proximidad a lo real en general, y en muchos sentidos el paisaje es el mismo”, pero buscaría salir de la clausura realista por medio de lo lúdicro, denominado por el crítico, con justeza, “jueguito”[34]. Ana Porrúa señala que en esta línea de poesía deliberademente ingenua ─pero de una ingenuidad algo perversa, notemos, como de niñas con trenzas que trajeran bajo las falditas medias de red y ligas─ “la poesía habla desde un lugar de infancia y se hace cargo solamente de la miniatura, de lo pequeño.”[35] Tal estética aniñada, en diminutivo (un antecedente posible se halla en la artificiosa ingenuidad cultivada por Arturo Carrera), se diría una versión “blanda” del realismo “duro” precedente, pero, como bien observaba Bustos, “el paisaje es el mismo”.




Senderos menos transitados



Otros indicios sobre las poéticas del período el lector español podrá encontrarlos en el prólogo a nuestra antología Señales de la nueva poesía argentina (2004)[36]. Aquí sólo querríamos recordar que, afortunadamente, no toda la escritura de los últimos años en la Argentina es reductible a realismo, impersonalidad objetivista o transgresión neobarroca, prosaísmo, versolibrismo, parodia, “rock-fútbol-y-política”, infantilismo lúdicro, etc. Aunque en franca minoría, casi invisibles en relación con la multitud que circula por los carriles antes mencionados, hay algunos poetas de las últimas generaciones que han elegido otras rutas transitables para la poesía argentina presente, tanto o más valiosas que aquellas que hoy se encuentran más iluminadas, rutas o senderos cuya falta de uso, como en el poema de Frost, quizás marca “toda la diferencia”.

Alejandro Bekes (Santa Fe, 1959), por ejemplo, ensayista original y eximio traductor de antiguos y modernos (Horacio, Dante, Shakespeare, Nerval, Baudelaire, etc.)[37], escribe una poesía que se diría al margen de la cronología artística ─pero no de la historia humana─, decididamente lírica y clásica, como si se salteara los episodios vanguardistas y neovanguardistas del siglo pasado, obviara por razones de higiene espiritual a toda la gama de tendencias de la generación anterior y directamente dialogara con las obras del último y el penúltimo Borges, de Mastronardi, Banchs, Darío, Bécquer y los poetas del Siglo de Oro español. Por razones de brevedad, me limitaré a transcribir uno de sus sonetos, “Sucesiones”: “Rojo entre las perdidas arboledas / sufre el camino las dos ruedas duras / del carro, el golpe de las herraduras / y el látigo en el aire. Las dos ruedas // torpes sacuden algo como hueco / que va en el carro. El hombre del pescante / está de luto. El arrebol errante / pierde la canción fúnebre del eco. // El hombre oscuro en el camino rojo / tiene la voz sin vida y es mi padre / y los caballos trepan entre espinas. // Y el rocío embalsama ese despojo / que va detrás, la caja de su padre; / la trágica dulzura en las colinas.”[38]

En un registro poético bastante diferente (tampoco a estos autores les agrada integrar un “frente” estilístico común) se encuentra la escritura de Elisa Molina (Córdoba, 1961), cuyos poemas se caracterizan por la nitidez del trazo imaginativo, por una cotidianidad intimista que oscila entre la vigilia y el sueño, por el lirismo contenido y por la delicada musicalidad compositiva. Si tuviera que vincular su breve obra con algunos antecedentes, mencionaría a Emily Dickinson y a Rodolfo Godino. Leamos, por ejemplo, su poema “Helechos”, probablemente en memoria de su madre: “Finalmente, está hecho: / repetí tu gesto. / Tembló una telaraña y su rocío, / la yema de los dedos rozó / los bordes de la piedra fría / y arranqué un helecho de las sierras, / un gajo de raíz, / con un poco de tierra. // Si me hubieras visto, / este día se habría detenido / apenas un instante / en tu sonrisa. // De lejos nos llegaban / las voces de los chicos. // Acaso se detuvo.”[39]



[Alejandro Bekes, Elisa Molina y Roberto Malatesta]


El modo de incorporar y elaborar la cotidianidad ─un territorio compartido por casi todos los nuevos autores, de la tendencia que fueran─ permite distinguir una gradación que va del lirismo crítico al prosaísmo neobjetivista. En ese arco, poetas como Roberto D. Malatesta (Santa Fe, 1961) o Fabián Casas (Buenos Aires, 1965), uno más próximo del primer polo y el otro del segundo, han logrado superar la mera transcripción documental, obteniendo acentos de auténtica intensidad poética. Tal vez la poesía escrita por mujeres haya dado, dentro del neobjetivismo, los mejores resultados, como se puede encontrar en los textos de Gabriela Saccone (Rosario, 1961), Beatriz Vignoli (Rosario, 1965) o Laura Wittner (Buenos Aires, 1967). Al margen tanto del neobjetivismo como del lirismo crítico, si bien con puntos de contacto con éste último, se destaca la escritura expresionista y por momentos visionaria de poetas como Esteban Nicotra (Villa Dolores, Cba., 1962) o Diego Muzzio (Buenos Aires, 1969) y el formalismo crítico de Carlos Schilling (Sunchales, Sta. Fe, 1965). Entre los poetas aparecidos en los últimos años, cabe esperar de la obra de autores como Pedro Mairal (Buenos Aires, 1970), Cecilia Romana (Buenos Aires, 1975), Tomás Aiello (Buenos Aires, 1975), Javier Foguet (Tucumán, 1977), Nicolás Magaril, (Córdoba, 1978), Daniel Mariani (Córdoba, 1981), entre otros.



[Esteban Nicotra, Diego Muzzio, Pedro Mairal,
Javier Foguet, Cecilia Romana y Daniel Mariani]



Con un poema de Mairal, “Aguas vivas”, en el que se extraen algunas gotas de lirismo de la piedra pómez más prosaica, de uno de los hábitos más arraigados en la vida diaria de los argentinos, las infinitas colas para hacer un trámite (“Argentino, naciste haciendo cola…”, inicia otro texto de Mairal, y en esa espera sin fin bien puede verse un símbolo de la sociedad argentina), cerramos este incompleto repaso de la poesía de los últimos años en la Argentina: “En la fila del banco / para atenuar la espera y el silencio, / los clientes miramos el fondo azul del mar / por un televisor colgado al techo: / es un documental sobre aguas vivas, / medusas de gelatina / bailando en el cobalto de las profundidades, / los violáceos tentáculos ardientes / flameando como crines en el sueño, / traslúcidas se mueven en conjunto, / se expanden y contraen / en su elegante nado, / se dejan arrastrar por las corrientes. / Es su turno, señora, / le digo y me arrepiento / porque ella justo estaba sonriendo, / mirando la pantalla. / Con un solo tirón / la traje desde el fondo del océano / hasta la tierra firme y sus impuestos, / la devolví a sí misma / con su pañuelo verde en la cabeza, / la devolví a su edad, su guerra contra el tiempo, / su maquillaje espeso y pantalones. / De vuelta en el oxígeno vigente / la señora se acerca hasta la caja / y olvidada de las profundidades, / paga las aguas muertas y argentinas / con fondos personales.”[40]


Alta Gracia, 1 de diciembre de 2005



Bibliografía mínima

Antologías

Antología de la nueva poesía argentina, compilada por Daniel Chirom, con prólogo de Raúl Gustavo Aguirre e introducción de Cristina Piña, Editores Cuatro, Buenos Aires, 1980.Nueva poesía argentina, compilada por Leopoldo Castilla (selección y prólogo), Hiperión, Madrid, 1987.Nueva Poesía Argentina durante la dictadura (1976-1983), compilada por Jorge Santiago Perednik (selección y prólogo), Calle Abajo, Buenos Aires, 1989.Breve antología de la poesía argentina actual, compilada por Ricardo H. Herrera (selección y prólogo), en Poesía, Nº 88-89, Universidad de Carabobo, Venezuela, 1991.70 poetas argentinos (1970-1994), compilada por Antonio Aliberti (selección y prólogo), Editorial Plus Ultra, Buenos Aires, 1994.Poesía argentina de fin de siglo, compilada por Lidia Vinciguerra, con estudio preliminar de Cristina Piña, Editorial Vinciguerra, Buenos Aires, 1996.Poesía en la fisura, compilada por Daniel Freidemberg (selección y prólogo), Ediciones del Dock, Buenos Aires, 1995.Poetesse argentine, compilada por Pablo Anadón (prólogo, traducción al italiano y notas), Edizioni Periferia, Col. “Plural Poesia”, Acquaviva Picena, Italia, 1996.Monstruos. Antología de la nueva poesía argentina, compilada por Arturo Carrera (selección y prólogo), Fondo de Cultura Económica / ICI, Buenos Aires, 2001.Puentes / Pontes. Poesía argentina y brasileña contemporánea, compilada por Jorge Monteleone y Heloisa Buarque de Hollanda (selecciones y prólogos), Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2003.Señales de la nueva poesía argentina, compilada por Pablo Anadón (selección y prólogo), Llibros del Pexe, Gijón, España, 2004.

Crítica

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Notas

[1] Enzensberger define sucintamente el sentido que le otorga a tal “espacio de lo sublime”: “hasta los años ’70, en efecto, nos dirigíamos al poeta para escrutar el secreto de la vida”.
[2] HERRERA, Ricardo H.: “Poesía argentina: nuevas tendencias”, Ínsula, Madrid, Nº 512-513, agosto-setiembre de 1989, pág. 37. Este ensayo se halla recogido también en su libro La hora epigonal, Grupo Editor Latinoamericano, Bs. As., 1991, págs. 85-95, con el título de “Militancia y frivolidad”.
[3] FREIDEMBERG, Daniel: “Poesía argentina de los años 70 y 80. La palabra a prueba”, en Cuadernos Hispanoamericanos, Madrid, Nº 517-519, Julio-setiembre de 1993, págs. 139-160.
[4] KAMENSZAIN, Tamara: “La nueva poesía argentina: de Lamborghini a Perlongher”, Literatura y crítica. Primer encuentro, Universidad Nacional del Litoral, Santo Tomé (Sta. Fe), 1986, págs. 137-146.
[5] FREIDEMBERG, Daniel: op. cit., pág. 157.
[6] CARRERA, Arturo: “Prólogo”, Monstruos. Antología de la joven poesía argentina, Fondo de Cultura Económica / ICI, Buenos Aires, 2001, pág. 11.
[7] RUBIO, Alejandro: “Ars poetica”, Monstruos cit., pág. 160.
[8] RUBIO, Alejandro: “Crisol”, Monstruos cit., pág. 161 y 163.
[9] Si bien no deja de llamar la atención que en la reciente antología Twenty poets from Argentina (Red Press, London, 2005), compilada por Daniel Samoilovich y traducida por Andrew Graham-Yoll, sólo dos de los veinte poetas elegidos no residan ni en Buenos Aires ni en Rosario. “Según los responsables de la antología ─refiere el diario Página 12, el 28 de agosto de 2005─, fue bastante difícil encontrar exponentes de la poesía argentina en las provincias, ya que casi el cincuenta por ciento de la población radica en el Gran Buenos Aires.” (Por cierto, un novedoso criterio estadístico-demográfico de selección).
[10] LÓPEZ VELARDE, Ramón: “La corona y el cetro de Lugones” (1916), en Obras, Edición de José Luis Martínez, Fondo de Cultura Económica, Biblioteca Americana, México, 1994, pág. 528.
[11] ¿Hará falta recordar a Juan de Mairena?: “Los hombres que están siempre de vuelta en todas las cosas son los que no han ido nunca a ninguna parte. Porque ya es mucho ir; volver, ¡nadie ha vuelto!” (Antonio Machado, Juan de Mairena, Losada, Bs. As., 1973 ─1ª ed. 1943─, pág. 30).
[12] SOLMI, Sergio: “Quasimodo e la lirica moderna I”, Scrittori negli anni. Saggi e note sulla letteratura italiana del ‘900, Garzanti, Milán, 1976 (1ª ed., 1963), pág.161.
[13] WILSON, Jason: “Después del surrealismo”, en Ínsula, Madrid, Nº 512-513 cit., pág. 48.
[14] CASTILLO, Horacio: Materia acre, Carmina, Bs. As., 1974. Hay dos ediciones de su obra poética reunida: La casa del ahorcado 1974-1999, estudio preliminar de Pablo Anadón (Colihue, Col. “Musarisca”, Bs. As., 1999) y Apenas por un poco más de luz. Obra poética 1974-2005, prólogo de Esteban Nicotra (Editorial Brujas, Col. “Vital”, Córdoba, 2005). Horacio Castillo es también un importante traductor de poesía griega antigua y moderna.
[15] CASTILLO, Horacio: “Generación”, Materia acre cit., pág. 33.
[16] WILSON, Jason: “Después del surrealismo”, en Ínsula, Madrid, Nº 512-513 cit., pág. 49.
[17] Cfr. ANADÓN, Pablo: “Más sobre poesía e historia”, Fénix / Poesía – crítica, Nº 5, Ediciones del Copista, Córdoba, Abril de 1999, pág. 147-149.
[18] CASTILLO, Horacio: “Homenaje a la palabra alcanfor”, Tuerto rey cit., pág. 7.
[19] CASTILLO, Horacio: “El cinocéfalo”, Tuerto rey cit., pág. 5.
[20] Prácticamente toda la obra poética de Godino, compuesta por una docena de volúmenes, se halla actualmente reunida en sus libros Viaje favorable (1954-2004), Ediciones del Copista, Col. “Fénix”, Córdoba, 2004, y Lengua diferente, Ediciones del Copista, Col. “Fénix”, Córdoba, 2005.
[21] GODINO, Rodolfo: “Materia prima”, Ver a través (2001), en Viaje favorable cit., pág. 247.
[22] GODINO, Rodolfo: “Para escribir el poema”, Centón (1997), en Viaje favorable cit., pág. 180.
[23] NICOTRA, Alejandro: Lugar de reunión. Obra poética 1967-2000, Ediciones del Copista, Córdoba, 2004 (Premio Consagración “Letras de Córdoba” 2003). Completa su producción hasta el presente su último libro, El anillo de plata, Ediciones del Copista, Col. “Fénix”, Córdoba, 2005.
[24] NICOTRA, Alejandro: “El pan de las abejas”, Puertas apagadas, Lugar de reunión cit., págs. 46-47.
[25] Ha publicado: Canción del ángel (1964), Umbroso mundo (1971), El vendedor de tierra (1981) y dos recopilaciones, que incluyen algunos (no muchos) textos inéditos: Poemas reunidos, Ediciones del Tobogán, Salta, 1992, y Antología poética, Fondo Nacional de las Artes, Col. “Poetas argentinos contemporáneos”, Buenos Aires, 2002.
[26] ANADÓN, Pablo: “Lección de lo irremediable o el aprendizaje de la despedida”, en Fénix Nº 16-17, Ediciones del Copista, Córdoba, Octubre 2004 – Abril 2005, pág. 158.
[27] “Materia”, en Ráfagas (2001), Desiderátum. Obra poética (1952-2001), Adriana Hidalgo Editora, Buenos Aires, 2001, pág. 30.
[28] “Elegía”, en Cantar y contar, ibidem, págs. 79-80.
[29] HERRERA, Ricardo H.: “Invierno de 1956”, Estudios de la soledad, Grupo Editor Latinoamericano, Bs. As., 1995, pág. 13. Este volumen recoge la poesía de Herrera publicada entre 1985 y 1995, mientras que sus libros anteriores fueron reunidos en Años de aprendizaje (1977-1985), Melusina, Mar del Plata, 2002. También ha publicado De un día a otro (1997) , Imágenes del silencio cotidiano (1999) y El descenso (2002). Es asimismo autor de una amplia y sólida obra ensayística y de traducción.
[30] “Todos sus poemas ─observó Jason Wilson─ mantienen un tono apasionado y serio que torna superficial a la mayoría de los poetas de su generación” (WILSON, Jason: “Después de la poesía surrealista” cit., pág. 49).
[31] Edgardo Dobry señalaba en “Flaneurs desasosegados. Un panorama de la poesía argentina de los noventa”, publicado en la revista española la página: “poesía prosaica, en el límite inferior del versolibrismo, escrita en una lengua que incorpora lo coloquial y los clichés hasta sus grados más bajos”, y reconocía que la reducción al mínimo de la metáfora se debe a que ésta manifiesta “el dominio de una subjetividad activa”.
[32] PASOLINI, Pier Paolo: “I giovani che scrivono”, en Descrizioni di descrizioni, Einaudi, Turín, 1979, págs. 242-243.
[33] BUSTOS, Emiliano: “Generación poética del ’90, una aproximación”, en Hablar de poesía, Nº 3, Grupo Editor Latinoamericano, Bs. As., junio de 2000, pág. 98.
[34] Ibidem, pág. 101.
[35] PORRÚA, Ana: “Notas sobre la poesía argentina reciente y sus antologías”, en Punto de vista, Nº 72, Buenos Aires, abril de 2002, pág. 24.
[36] Señales de la nueva poesía argentina, Selección y prólogo de Pablo Anadón, Llibros del Pexe, Gijón, 2004.
[37] En España se ha publicado su libro de ensayos Los caminos tortuosos (AMG Editor, Logroño, 1998) y recientemente se han editado sus traducciones métricas de la Poesía de Gérard de Nerval (Ediciones del Copista, Col. “Fénix”, Córdoba, 2004) y de las Odas de Horacio (Losada, Bs. As., 2005).
[38] BEKES, Alejandro: “Sucesiones”, en Abrigo contra el ser, Ediciones Río de los Pájaros, Concordia, 1993, pág. 47. Ha publicado asimismo los siguientes libros de poesía: La Argentina y otros poemas, El Imaginero, Bs. As., 1990; País del aire, Universidad Nacional de Entre Ríos, 1996, y El hombre ausente, Ediciones del Copista, Col. “Fénix”, 2003.
[39] MOLINA, Elisa: “Helechos”, en Escrito en el agua, Ediciones del Copista, Col. “Fénix”, Córdoba, 2003, pág. 55.
[40] MAIRAL, Pedro: “Aguas vivas”, en Consumidor final, Bajo la luna nueva, Buenos Aires, 2003, págs. 64-65.

33 comentarios:

  1. Podía suponer, Pablo, que habría desacuerdos entre tu visión y la mía. Es inevitable que los haya y está muy bien. Lo que no esperaba de tu parte es tanta deshonestidad en el abordaje y en las lecturas, tanta mala leche. Salvo que sea superficialidad, falta de capacidad intelectual, o una mezcla de las dos cosas. Como sea, lo lamento mucho. De una polémica entre visiones diferentes encaradas con honestidad e inteligencia habría podido surgir algo bueno, pero ante algo así, apenas tristeza.

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  2. Francamente, desde que he comenzado a seguir este magnífico blog, no puedo salir de mi azoramiento. Estoy anonadado. Renuncié hace tiempo a seguir los comments de blogs de política o economía; creí que los vituperios eran la dialéctica de las sibilas como Carrió o los pseudo-gauchos como De Angelis, pero veo que el famoso campus intelectual de Bourdieu no puede prescindir del agravio y que se cuecen habas en los estratos más inopinados. ¿Insultar es una forma de diluida avant-garde o de neo-academicismo a lo Boileau que no soporta otra cosa que los halagos de las tres, cuatro revistillas "canónicas" de rigor? Sólo que el agua para hervir las habas no es en este caso el artículo del señor Anadón que, discutible o no, enuncia su postura como un perfecto gentleman. Vaya, vaya, hasta es bueno que la poesía suscite polémicas - siempre lo hizo, desde los griegos - pero la tristeza - melancolía, bilis (muy) negra, brota del previsible DF, no de esta nota.

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  3. Bueno, Daniel, me parece un tanto excesiva tu reacción: "deshonestidad", "mala leche", "superficialidad", "falta de capacidad intelectual"... ¿No es demasiado? Como Juan Carlos Sánchez Sottosanto, que ha opinado después de vos, estoy bastante asombrado. Te creí más abierto al diálogo, a la discusión. Por otra parte, todos esos atributos con que definís a mi persona no ayudan mucho a saber en qué consisten precisamente tus objeciones a mi trabajo. Si lo releyeras con calma, si no te ofuscaras por la contradicción, advertirías que, si te cito con cierta amplitud, es porque te considero uno de los referentes más lúcidos de la crítica neobjetivista. Que no concuerde, en muchos casos, con tus juicios o tus valoraciones, ya es otra cosa. No por eso, sin embargo, se me ocurriría juzgarte como disminuido mental, o deshonesto, o superficial, o aquejado de leche en mal estado. Simplemente, entiendo que tenemos puntos de vista o gustos diferentes, y planteo mis objeciones y mi propia perspectiva, sin intento alguno de eliminar la contradicción denigrando las aptitudes intelectuales, las intenciones o la honestidad del otro. Quiero creer que abriste el blog en un mal día. Tomo, pues, tus juicios sobre mi persona como exabruptos del momento, y quedo a la espera, cuando te parezca, de tus argumentos.

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  4. Me sumo desde mi modesto lugar al grupo de sorprendidos por el comentario de D.F. Que existan diferencias conceptuales o de abordaje no me resulta razón suficiente para una crítica como la vertida por este señor, que por su tono peyorativo y cargado de resentimiento (a no ser por el empleo -aunque bastante escaso- de cierto lenguaje culto) bien podría ser parte de una pelea entre vedettes despechadas.
    Observo, no sin amargura, que el ámbito de las letras también está salpicado por la suciedad de la parafernalia vacía de contenidos aunque grandilocuente en las formas.
    Quisiera que este señor explique con claridad qué fue lo que lo llevó a volcar aquí un comentario cargado de subjetivemas tan infundados como exagerados, ya que leo y releo el artículo y no encuentro excusa alguna para semejante sucesión de improperios.
    También me hago eco de la sensación de tristeza tras leer esta entrada, sólo que la misma en mi caso nace únicamente como consecuencia del comentario de D.F. Si, señor... un corolario verdaderamente triste a un artículo que me sorprendió a lo largo de su desarrollo por lo claro y profundo de su tratamiento.
    Un debate con altura entre las partes habría resultado enriquecedor para todos, qué pena que D.F. no encontrara mejores y más sensatos términos para plantear su postura. Supongo que habrá sido a causa de un mal día, como ocurrentemente señaló Anadón, puesto que no quisiera creer que le faltan a su léxico palabras para expresarse en otro registro. Insisto, de aquí nace la verdadera tristeza.

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  5. Tras leer los insultos de DF (¿Distrito Federal? ¿Duda Filosófica? ¿Flagrante Delito, al revés?), no puedo menos que lamentar la delgadez del barniz democrático que nos cubre, la dificultad para el diálogo. Tal vez los tiempos de represión y censura en que crecimos o fuimos jóvenes nos dejaron una huella tan lancinante, que algunos no se atreven siquiera a firmar con su nombre completo. Tal vez sea, simplemente, que el señor DF no tuvo la paciencia de escribir sus argumentos, si es que los tiene, y en cambio prefirió recurrir al agravio sin fundamentos, a la actitud patotera. Nada nuevo: los seguidores de este magnífico blog ya hemos visto los comentarios que suscitó el artículo sobre Arnaut Daniel y sus traductores. Pero DF debería saber que cuando no hay argumentos el insulto cae sobre quien lo profiere. No creo que se pueda decir nada más: quien en una polémica no pone su nombre y su apellido bajo sus palabras, en realidad no merece respuesta.

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  6. Veo que más allá de las palabras que merezca el Sr. DF la polémica queda sin efecto. Tratando de ser equidistante, diré que hay virulencia contenida en el texto de Anadón y un enojo explícito en el de DF. Lo cual me demuestra, como simple espectador, interesado en informarme sobrs los últimos años de la poesía argentina, que ha habido posiciones muy enfrentadas. Con el mayor de los respetos, la parte del trabajo de Anadón donde habla de políticas de publicidad, no me interesa. Eso es una dispusta por la visibilidad. Los argumentos en el sr DF me parecen propios de esa pelea. Y creo que debe ser un protagonista de las mismas, por las referencias que se hacen sobre él en los comentarios. Los argumentos específicamente literarios de Anadón me parecen insuficientes, y muchas veces, meramente valorativos. No alcanzo a percibir el perfil de las corrientes actuantes en esa época, pero sí el valor que les da el autor de la nota a cada una de ellas. Es una lástima que la polémica se haya interrumpido aquí.
    Saludos a todos
    Agustín Negri, Buenos Aires

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  7. Respondiendo a Agustín Negri: creo que la polémica puede seguir. No hay por qué interrumpirla. Me interesaría saber por qué o en qué aspecto te parecen insuficientes los argumentos literarios de Anadón. Empiezo por pedirte esta precisión, porque la verdad es que en literatura difícilmente puede haber argumentos que, en última instancia, no sean valorativos. Se trata, justamente, de valores estéticos. Es - a mi juicio - una discusión sobre valores estéticos, ni más ni menos. Es obvio sin embargo que cada uno tiene sus razones para sostener los propios. En fin: creo que vale la pena continuar el debate en torno al tema planteado, que es más o menos esto, si se me permite una síntesis: ¿qué es lo valioso en poesía o en literatura? O de otro modo: ¿qué razones tenemos para sostener nuestros juicios de valor en materia literaria?

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  8. Sr. Bekes, con todo respeto, creo que la valoración es lo propiamente subjetivo o emocional de la estética. Pero, respondiendo a su primera pregunta, lo que me interesaría saber no es sólo que el neobarroco fue de determinado modo, por ejemplo, y las opiniones sobre esta corriente, sino, del modo más objetivo, por qué el neobarroco o cualquier otra corriente actuaron y produjeron del modo en que lo hicieron, cuál era su propio fundamento, y qué relación tenía con la cultura y la historia. De otro modo, parecería que los neobarrocos o los objetivistas entraron un día a jumbo y dijeron me voy a comprar este estilo, y yo este otro. No sé si me explico bien,
    gracias
    Agustín Negri

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  9. Bueno, estoy un poco desconcertado: no sé si debo responderle a Agustín Negri o a Jorge Aulicino... Espero que no se trate de un caso de doble personalidad, al estilo del Dr. Jekyll y Mr. Hyde. De todos modos, conociéndome, no me asustaría demasiado. Y en esto como en todo, el que esté libre de pecado...

    Me parece que al evaluar una argumentación, si la crítica ha de ser honesta, cabe preguntarse ante todo qué se propuso el autor. Me parece que Anadón da suficientes indicios para que el lector pueda reconocer las dos corrientes que hasta no hace mucho se definían como neobarroco y neobjetivismo (ignoro si siguen llamándose así; no me extrañaría que también hayan mudado el nombre, dado que un rasgo típico de la intelectualidad de nuestro país es la necesidad de cambiarse constantemente la máscara); dos corrientes, decía, muy notorias en la Argentina, y sobre las que se ha derramado ya suficiente tinta; con todo, Anadón les dedica un buen tramo de su artículo. Yo diría incluso que les dedica demasiado, considerando que esas dos "rutas" se han llevado siempre la parte del león en lo que a prensa se refiere, en detrimento de otras, que quedan relegadas a un lugar infinitamente menos visible. En otras palabras: Anadón, como crítico, tiene derecho a detenerse en aquellas expresiones literarias que a él le parecen más valiosas, puesto que lo mismo hacen todos los críticos. Su honestidad, en este caso, se ve en el hecho de que dedica un amplio espacio a las corrientes que sin duda le parecen menos interesantes y que son, además, las mejor conocidas por el público de la poesía en la Argentina.

    Si admitimos esto, estimado Agustín o estimado Jorge, tal vez debamos admitir también que nadie está obligado a valorar de un modo u otro lo que lee. Que mientras no haya de veras una "bolsa de valores" en el espacio literario, no habrá modo de justipreciar matemáticamente lo que vale o pesa un poeta o una poética; que en consecuencia las (precarias) valoraciones subjetivas son las únicas posibles, aunque intentemos fortalecerlas con argumentos. Hay un hecho muy fácil de ver: si vos no estuvieras de acuerdo con el criterio de valoración de tal o cual rasgo, ¿cómo podrías aceptar los argumentos de Anadón, por más sólidos que a él o otros lectores suyos nos parezcan? Digamos: si Anadón considera que tal poeta es profundo, o que propone una métrica original, o que conoce mejor que nadie los mitos griegos o araucanos, y vos no valoraras positivamente ninguna de esas cuestiones, ¿de qué te servirían sus argumentos?

    Estoy hipotetizando. Creo que la discusión es difícil, si no imposible, cuando no se comparten los criterios básicos. Aun así, el debate parece necesario. No sé bien por qué, ahora que lo pienso. La verdad es que el panorama de la poesía argentina es bastante melancólico. Conozco personas que se presentan en público como poetas, y que no alcanzan a percibir un alejandrino. La ignorancia llegó a los correctores de las grandes editoriales. No hace mucho me topé con una reedición de la Antología de la Literatura Fantástica, en la que los versos de Góngora que sirven de epígrafe al cuento "Sombras suele vestir" aparecen cortados por cualquier parte, como si fuesen prosa. Es como si hubiesen pintado una caries en la sonrisa de la Gioconda. No me hace ninguna gracia.

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  10. Estimado Agustín Negri: La polémica, en efecto, parece no haberse dado. No sé si entristecerme: en años de discusiones críticas, éstas por lo general me han resultado tan desgastantes cuanto inútiles ―y me he ganado numerosos enemigos involuntarios. Sin embargo, como ve, no cejo, ya que más que el interés personal o medrar con una obsecuente ‘política literaria’, me atrae la búsqueda de la verdad, aunque más no fuere una verdad relativa a la esfera de la “razón práctica”, como es la del juicio estético.
    Con respecto a los tramos del ensayo dedicados a lo que denomina “políticas de publicidad”, Agustín, está en todo su derecho de no interesarse, y lo entiendo. Tampoco a mí me interesarían mucho tales “políticas”, para ser sincero, si no fueran la causa de una situación inédita en las letras argentinas, que resulta al menos curiosa para una sociología de la literatura posmoderna nacional. La hegemonía de un grupo poético, no particularmente dotado artísticamente, en los principales medios de difusión literaria en el país, desde hace largos lustros, prácticamente ha ahogado la manifestación de otras tendencias, salvo en revistas de escasa circulación. De este modo, se ha dado aquella situación inédita a que me refería: lo más “visible”, lo ampliamente promocionado, antologado y estudiado, es lo menos valioso de la poesía presente, y lo más valioso permanece prácticamente “invisible”. Para decirlo con una paráfrasis de unos versos de W. B. Yeats: los "peores" están llenos de entusiasmo, mientras que los "mejores" se hallan hundidos en el desánimo (desánimo en buena medida ocasionado por la evidencia de que las obras de valor - no necesariamente las propias - ya no encuentran su lugar merecido). Es, por cierto, mi valoración personal, no pretendo que todos estén de acuerdo con ella (y mucho menos quienes forman parte del grupo en cuestión).
    Y a propósito: sobre la identidad del Sr. DF no hay ningún misterio, y por eso me dirijo a él por su nombre en mi comentario anterior: es Daniel Freidemberg, citado varias veces en mi ensayo, creo que con tanta deferencia cuanta divergencia crítica. A diferencia de Ud., no logro distinguir los “argumentos” que pueda haber ofrecido Freidemberg en su comentario; sólo percibo la necesidad de manifestar su enojo, denigrando al otro.
    En lo que atañe a mis propios “argumentos específicamente literarios”, dado que desconozco los criterios y parámetros con que Ud. valora su “insuficiencia”, nada puedo objetar: acepto simplemente su juicio, y trataré de esforzarme en futuros estudios sobre el tema.
    De mis “valoraciones” poco tengo que decir, salvo que me parece que valorar es una de las diversas competencias de la función crítica (Ud. mismo lo hace en las breves líneas de su comentario), y que no es malo que el lector conozca claramente el valor que cada crítico asigna a las obras estudiadas.
    Lamento, por último, que Ud. no llegue “a percibir el perfil de las corrientes actuantes en esa época”, que a mí me parecía bastante nítido en el breve informe. También en eso tendré que esforzarme ulteriormente.
    Gracias de nuevo por su comentario. Un cordial saludo, Pablo.

    P.S.: Ya escrito el comentario que antecede, y a punto de publicarlo, leo su segunda intervención y la respuesta de Bekes. Si Ud., Agustín Negri, es Jorge Aulicino, como indica la cuenta desde la que envió su comentario, entiendo que tan “simple espectador” no es. No comprendo la razón del seudónimo y creo que no ayuda a la claridad ni a la honestidad de la discusión. No importa. Un poco me divierte y otro poco me da vergüenza ajena el subterfugio. Vaya mi abrazo, con todo, para Agustín, Jorge o quien corresponda.

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  11. Si antes hablé de azoramiento, ¿ahora qué corno de sustantivo uso? Quizás al neobjetivismo y neobarroco haya que agregar un ¿neoesquizofrenismo? dado el desdoblamiento, o tal vez sea la esquizofrenia de siempre. Siendo un poco mejor pensados, tal vez Aulicino-Negri sea un neo-Pessoa con un neo-ortónimo y un neo-heterónimo, o un neo-Machado con un neo-Mairena, o Negri sea un pseudo-Aulicino o Aulicino un pseudo-Negri, o los dos sean pseudo, o como los dos teólogos del cuento de Borges, al final hasta Dios mismo se los confunda (eso sí, por favor, no se incineren mutuamente).
    Sobre la publicidad: y sí, desde una perspectiva poética, no hay nada más prosaico. Pero nos parezca ya algo obsoleta o no (a mí no me lo parece), desde la Escuela de Frankfurt en adelante sabemos que las industrias culturales existen y que tienen cualquier cosa menos inocencia a cuestas; desde la escuela de Birmigham, sabemos que hay cierta capacidad de eludir ese dominio cuasi todopoderoso, pero no demasiado. Y desde otros marcos teóricos sabemos que, avanzando el XX, la academia y los medios masivos participan de un modo u otro en la legitimación de ciertas modas en detrimento de otros carriles, y así la poesía puede devenir una fluctuación como la alta costura de París. ¿Es necesario insistir en cuáles son las revistas masivas que dictan o fosilizan rumbos, mientras que otros rumbos alternos pasan a la clandestinidad hasta que, ¡ay, qué genio nos perdimos! esas mismas revistas realizan una operación "rescate" de pobres escritores incomprendidos en su tiempo? Señores Bekes y Anadón, consuélense, post mortem, seguro que Ñ y adn, si persisten, les dedicarán artículos de tapa, o hasta habrá algún simposio sobre ustedes, con graves señores viviseccionando sus textos como a cobayos.
    Ardua, necesariamente incompleta, necesariamente subjetiva la nota de Anadón. Es digna de discusión, pero no de vituperio - y tampoco de jueguito de escondidas. Desde el terreno de la historia como ciencia social, sabemos que puede ser más fácil analizar la batalla de Caseros que el gobierno de De la Rúa. El tiempo aguza las perspectivas, amplía los campos, da pie a los descubrimientos. El presente es como un objeto tan puesto ante nuestros ojos que sus rasgos pierden nitidez. Abordarlo, entonces, es toda una cuestión de valentía.
    ¿Cuando se habla de los resentimientos de Anadón, se hace referencia a su mirada sobre los dos neos, o quizás al atrevimiento de pensar que fuera del hipotético eje Buenos Aires - Rosario (discutible, por cierto), el interior existe como foco de una poesía aún apenas entrevista? Quizás algo reprochable sea, si los guarismos no me fallan, notar una abundancia de poetas made in Córdoba o aledaños entre los elegidos, y una ausencia de latitudes, por ejemplo, más sureñas; también sospechable podría ser que varios de los poetas más cotizados por el sr. Anadón sean justamente los que figuran en el catálogo de la editorial de la que es responsable.
    Pero son sospechas que, nacidas en mí mismo, me parecen deleznables y me provocan tras breve reflexión, mi auto-reprobación. Porque ser un editor independiente, y en el interior, y darse el lujo de elegir a aquellos que las editoriales "mayores" ni se molestarían en considerar, también es una suerte de heroísmo.
    Viví 30 años en un pueblo del interior de la provincia de Buenos Aires, a apenas 200 km de la Capital, y sé cuán difícil es para cualquiera de "tierra adentro" ser visualizados por los cónclaves de los autocanonizados que se intercambian elogios y margaritas entre sí, desde su status quo ya asegurado - aunque sea a costa de un semidifunto neo-neo que agoniza, él también, ya no hecho poesía, sino prosa del mundo.

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  12. Corresponde a quien usted le parezca, Sr. Anadón, puesto que debería, como su colega Bekes, acostumbrarse a lidar con casos de doble personalidad. Si soy Negri, el Sr Aulicino me permitió usar su cuenta; si soy Aulicino, permití a mi Mr Hyde o quizá mejor a mi Dr Jeklly que hiciera eso mismo.
    Prensa, menos dotados, obsecuencia, bolsas de valores, ¿para qué discutir? En esos términos no me interesa discutir con usted ni con el Señor Bekes. Me parecen argumentos más que suficientes para provocar el digusto del Sr DF a quien usted identifica con el Sr Freidemberg. Y también provocan mi disgusto. Así que la daré ahora los argumentos de mi disgusto, y no los de mi defensa de tal o cual corriente.
    Había empezado por usar un seudónimo que morigerara mi auténtica irritación con sus argumentos, pero decidí luego que debian saber usted y los lectores de su blog que Aulicino y Negri habitan la misma persona. Por ambos caminos, hubiese llegado a la misma conclusión. Usted valora en función de una "hegemonía", "hegemonía" que a usted le parece inédita, pero no lo es en absoluto. Observe usted un poco la historia de la poesía argentina y lo verá. Sólo después de los 50 la hegemonía cambió de manos. Tal hegemonía no debería impedirle el juicio valorativo. Le impiden ver diferencias y tensiones, y sin más habla de un pacto o cosa parecida (cito de memoria, no voy a volver a su panfleto, no ahora ni en adelante), cuando en realidad gran parte de los infradotados entre los que me cuento al parecer, siguen sin tener puntos en común, ni siquiera en política editorial, con el manípulo neobarroco, al que sin embargo valoro en gran parte, como siempre he valorado su trabajo poético de usted, y también el del señor Herrera, a quienes, si mal no recuerdo, di cabida cuando pude en los medios en lo que puedo hacerlo. Recuerde asimismo que los medios suelen ir detrás de las modas, y nadie es allí tan poderoso, menos aún en un sumplemento literario, para imponer sus gustos y amistades. En realidad, he trabajado siempre como profesional en los medios, y no he de detenerme aquí a comentarle la deontología de esa función. Entiendo, como usted, que mucha gente ha sido postergada por los medios, o que en los medios se la ha tenido menos en cuenta, y en lo que a mí respecta, y dentro de una serie de variables periodísticas y de política editorial de los medios, traté de que usted y algunas otras personas que usted nombra fueran reconocidas en su labor poética, editorial o cultural. Otros medios e instituciones de las que no participo también reconocieron a poetas que uste coloca en un campor lateral. Por ejemplo -son sólo un ejemplos- El Sr Rodolfo Godino recibió en 1994 el Premio de Poesía "La Nación ", otorgado por un jurado compuesto por los señores Nicolás Cócaro, Jorge Cruz, Roberto Juarroz, Angel Mazzei y Octavio Paz, según consta en su curriculum. Y el Sr Herrera, si no recuerdo mal, supo publicar en páginas de suplementos capitalinos, como La Nación. En otro sentido, un autor que usted menciona y del cual da cuenta ampliamente entre los "laterales", el Sr Horacio Castillo, ha sido publicado por la editorial Tierra Firme, una de las que seguramente ubica usted en el aparato de la poesía hegemónica, y constantemente el Sr Castillo es publicado en blogs y revistas digitales de infradotados, entre ellos, la revista Atmósfera, del Sr José Villa, que como todo el mundo sabe pertenece al campo de los privilegiados por la crítica mediática y círculos de influencia, hace veinte años y ahora. Si hemos de ser sinceros, así como reconozco los valores de muchos, cuando no son los míos, también debo decirle que algunos de los nombres postergados, y que ahora debo reconocer entre los dotados, según la lógica de su discurso, no me interesan en lo más mínimo, personalmente. Esto no ha impedido que les diera lugar cuando pude a algunos de los que menciona. Lamento mucho, Anadón, toparme con algunas ideas suyas que no conocía. Le tengo aún cierto aprecio.
    hasta la vista
    Aulicino-Negri

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  13. Perdón. Perdón. Perdón. Me equivoqué.
    Nada de neobjetivismo ni neobarroco ni neo-Pessoa ni neo-Machado.
    ¡Viva el neosainete! ¡Viva el neogrotesco! ¡Viva Aulicino, neo-godfather magnánimo de la neolengua!

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  14. Sottosanto, parece usted más sotto que santo

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  15. Veo que la conversación se va degradando. Lo tuyo, Jorge, es entendible para mí. Quiero decir: entiendo que ni vos ni nadie son todopoderosos. Imagino (no lo sé) que muchos estarán tan atrapados en la maquinaria de los medios donde laburan como cualquiera en la suya (léase universidad o lo que a cada uno le cuadre). No sé si a eso apunta la primera parte de tu comentario. Que haya divergencias internas entre Juan y Pedro es lógico y natural. Si desde afuera uno los percibe, pese a todo, como un bloque, también será por algo. Es verdad que personalmente has mostrado interés en participar de este debate y de otros, mientras el misterioso DF largó su agravio y se borró. Concedido todo eso, creo que la ira no te permite (o no nos permite) en este momento una distancia crítica. Recuerdo una larga charla en un bar de Córdoba, hace dos años; yo le dije a Jorge Fondebrider que en un momento dado había dejado de leer "Diario de poesía": él no me dejó terminar y dijo: "Cuando apareció el poema del huevo duro." Me reí, porque era exactamente así. Cuando un hombre se ha gastado la vida escribiendo y tratando de encontrar un lugar donde publicar su trabajo (que para él vale algo, como nos pasa a todos) y ve publicada en un medio de tanto poder y alcance una mierda de ese calibre, ¿cómo creés que se siente? Por supuesto, no te estoy acusando a vos ni a Jorge de semejante boludez, ya que no sé quién habrá sido el responsable, ni quiero saberlo. Ahora, esa situación grotesca, pero nada excepcional (ese texto en todo caso era el colmo entre muchas cosas parecidas), que en aquel momento sentí personalmente como un insulto a cualquier labor literaria honesta, se nos aparece en la actualidad elevada a la enésima potencia. En lo personal, ya no espero nada de los tales medios ni me interesa aparecer acá o allá. Vivo como si todo eso no existiera, porque si mirara hacia ese lado, tendría que dejar de escribir. Me imagino que lo mismo les pasa a muchos. En otras palabras, la poesía que se publica en esos medios sólo es representativa de un sector, y la hegemonía que ejercen (como vos la llamaste) tapona y a la larga destruye lo que no pasa por su filtro.

    Creo que todos deberíamos pensar un poco antes de escribir estos comentarios; es claro que me incluyo. (El chiste sobre Jekyll y Hyde no era para ofender, me la dejaste picando.) Después de todo, se diría que estamos en lo mismo: a todos nos interesa la literatura. Siendo así, ¿a qué se debe la perpetua beligerancia? Me parece que hay una cierta dificultad para soportar la mera existencia del otro. No hablemos de soportar las diferencias inherentes al diálogo. Iré más lejos: creo que es uno de los más nefastos legados de la dictadura militar. Pido esto, en síntesis: que seamos menos milicos a la hora de "inventar" al prójimo. Ojalá se entienda la perorata.

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  16. ¡Qué genialidad el juego lingüístico del Señor Aulicino-Negri al dividir al medio el apellido del Señor Sottosanto! Pensar que alguna vez, leyendo sus comentarios en la polémica sobre Arnaut y sus traditores (perdón, quise decir: traduttores), llegué a pensar que carecía de sentido del humor y hasta -lo admito- de inteligencia.
    Me desborda la alegría de reconocerme equivocada ante tan erróneos juicios de valor. Sus comentarios evidencian toda una vida de dedicación a la literatura, toda una dedicadísima vida inmerso en la cultura (Dios me guarde de no ahogarme queriendo emularlo en su inmersión).
    Leeré más y más, con garra y ahínco, para poder estar a la altura de sus respuestas. Pena que la próxima Ñ aún no esté a la venta para acelerar mi culturización! Calculo que ojeando la Historia de Hauser en un par de días vuelvo con mucho más que decir, repleta de conocimiento para compartir con ustedes en este Sottosanto espacio. Ah... primera aulicinación que logro! Ya conseguí dominar el lenguaje lúdico oculto en un simple apellido! ¿Se entendió, no...? Sottosanto... Sacrosanto... Quién manejara el lenguaje de forma tan maravillosa como el Señor Aulicino-Negri!
    Me voy a leer un ratito a ver si logro alcanzarlo!
    Con amor y devoción, feliz de ser partícipe de tan alto debate,

    Juanita Pérez.

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  17. Ay, ¡qué horror! Quise firmar con una de mis múltiples personalidades y resultó que estaba loggeada con la verdadera. Tonta, tonta, tonta, y mil veces tonta! =(

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  18. Estimado Jorge:
    No hace falta que nos irritemos, ni que dejemos de tutearnos (a Agustín Negri lo trataba de Ud., porque no lo conocía, pero con vos es otra cosa). Suscribo plenamente el llamado a la calma y la verdadera reflexión sobre lo que nos reúne, aun en la divergencia, que formula Bekes, llamado que nos involucra a todos los que venimos comentando aquí, para que este espacio no se convierta en un cúmulo de exabruptos y fáciles ofensas.
    Y para comenzar, Jorge, te aseguro que en ningún momento, a pesar de nuestras recurrentes discrepancias, he dejado de tenerte aprecio. No perdería tiempo en discutir con quien me fuera indiferente. De hecho, creo haberte contado que uno de los pocos libros de poesía argentina contemporánea que llevé en mi valija a Italia, donde me quedaría por varios años, fue uno tuyo, “Paisaje con autor”. De hecho, también, en el último número de la revista “Fénix”, que acaba de aparecer, a la par de una nota mía discutiendo cuestiones de la traducción de poesía con vos y con Jorge Fondebrider, podrás leer una reseña (elogiosa) de tu último libro, “Cierta dureza en la sintaxis”, firmada por Santiago Sylvester. No te considero, pues, un “infradotado”, como en cambio DF ha juzgado al suscripto por la sola razón de disentir en ciertos puntos con sus opiniones. Y con respecto a D(aniel) F(reidemberg), te recuerdo asimismo que en un número anterior de la misma revista dediqué dos notas a su último libro, “En la resaca”. Eso, por cierto, no quita que, de ser necesario, plantee mis objeciones personales a sus consideraciones críticas.
    Ahora bien, creo que te equivocás cuando decís que valoro “en función de una ‘hegemonía’”, como si tuviera una preferencia previa por las obras que no tienen reconocimiento en la actualidad, antes que por aquellas que, por una razón u otra, tienen el beneplácito de la crítica o de los medios literarios. No valoro en función de la pertenencia a una u otra tendencia, ni en función de la celebridad o la marginalidad de un autor, sino en función del valor poético que encuentro en las obras concretas. Pruebas al canto: si le echás una ojeada (debería estar en la biblioteca de “Clarín”, porque en su momento envié un ejemplar al diario) a una antología de la poesía argentina surgida en las últimas décadas que preparé para una editorial española, “Señales de la nueva poesía argentina” (2006), verás que ahí figuran, en una selección necesariamente limitada por razones de espacio, no pocos autores del neobjetivismo, tales como Beatriz Vignoli, Gabriela Saccomano, Sergio Raimondi, Laura Wittner... Creo que admitirás que esa amplitud, en términos de poéticas, no es la que ha predominado en otras antologías de la poesía argentina reciente.
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  19. En cuanto a la imposibilidad de ver diferencias o tensiones, Jorge, por cierto que las advierto perfectamente (cuando se te pase el enojo, releé mi “panfleto” y verás que están claramente señaladas las distinciones), así como advierto cuando se produce un nuevo “pacto” de convivencia entre diferentes tendencias. También recuerdo la ocasión antes evocada por Bekes, cuando, en una mesa del bar El Ruedo de Córdoba, conversando serenamente con él, con vos y con Jorge Fondebrider, uno de ustedes recordó una reunión de la redacción de “Diario de Poesía” en que alguien dijo (no importa demasiado quién): “Hay que comerlos a todos”, y a partir de entonces, como ustedes rememoraban, los autores del neobarroco comenzaron a publicar asiduamente en las páginas de la revista. La antología “Monstruos” es una evidente muestra de los efectos de tal acuerdo, deglución o lo que fuera. Ahora bien, la percepción de este hecho, que puede ser interesante, como te decía, para un estudio histórico-sociológico de la poesía reciente, no impide que vea las diferencias entre un poema tuyo, pongamos por caso, y otro de Arturo Carrera.
    Por último. Sé muy bien, Jorge, de tu esfuerzo por difundir a poetas actuales en la revista “Ñ”, y se me ocurre que las ocasiones en que algún libro de “Fénix” ha asomado su cresta en sus páginas se ha debido a tu intercesión, por lo cual te estoy agradecido. Mi agradecimiento personal, con todo, no impide que quiera expresar con absoluta franqueza crítica mi visión de la poesía argentina presente, como he intentado hacer en el “Breve informe” de la discordia. No dudo de que el ensayito tiene muchos defectos y limitaciones, pero no los de “deshonestidad intelectual” y “mala leche” que DF me achaca.
    Un cordial saludo, Pablo.

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  20. Pablo, Alejandro: la beligerancia es parte del asunto; no me asusta ni veo mala leche en eso, y nunca hablé de mala leche, como sí lo hizo, en efecto, el firmante DF. Tu ensayo, Pablo, era (uso el pasado porque fu escrito hace unos años) beligerante, y eso no está mal. Lo que sí parece una beligerancia expresiva insultante, pero en ultimo de los casos, ñona, es la de tus otros comentaristas en este blog, que ponen en duda mi inteligencia, que me tratan de Padrino, que suponen error o estupidez en donde hubo un juego de máscaras, cosas, estas, que se solían hacer en "los viejos buenos tiempos". Todo está ya pues teñido de una irritabilidad casi les diría resentida en algunos casos. Hablemos de nuevo de vos, ya que de manera muy directa, Pablo, Alejandro, hablan como colegas, que de algún modo debemos llamarnos. La beligerancia de tu trabajo Pablo era en efecto, por momentos, panfletaria. Hay fenómenos así, me refiero a los de hegemonía, y no son ni buenos ni malos. Si lees el artículo que escribí en la recopilación "30 años de poesía argentina" que publicó el Centro Cultural Rojas, de Buenos Aires, verás que hablo de la hegemonía de una corriente en los sesenta-setenta. Describo además el fenómeno que se produjo en esa época cuando la cátedra aportaba ideas y personas a los nuevos medios de entonces, básicamente los que creó Timerman, y a la industria editorial, sobre todo, a la empresa creada por Boris Spivakov, el Centro Editor de América Latina. En décadas anteriores, la hegemonía la tuvo el grupo Sur. No hablo ni bien ni mal de ese aparato productivo (tampoco hablo ahora ni hablé nunca mal de Sur). Al menos, creo que lo hice en un tono descriptivo. El tuyo, sin embargo, no lo era. Si incluís términos como Bolsa de Valores y das a entender que el aparato entero se monta para consagrar a los mediocres, entonces ese tono está cargado de un plus de agresividad innecesaria. Esa es, a mi entender, la falla principal de tu artículo. La descripción general la comparto en muchos puntos, aunque no valoro del mismo modo a los autores que considerás fuera de la corriente principal (o corrientes)que, en muchos casos, ya te digo, no estaban fuera de los medios y de las instituciones, ni tampoco -el caso de Castillo- del núcleo editorial que diera campo a las dos corrientes en pugna. Creo que no indagás lo suficiente en las controversias entre esas dos corrientes, tendencias o escuelas y sobre todo, en el probable sustrato cultural que les dio origen. Tal vez el espacio era insuficiente, tal vez sólo querías hacer una panorámica periodística, pero para mí está claro que lo que más te interesaba era correr el eje de aquel punto controversial y mostrar otro tipo de situación: una especie de acuerdo de Potsdam por el que neobarrocos y objetivistas se dividieron el mapa, y exluyeron con ello a una gran cantidad de valiosos autores. Esta, a mi juicio, no fue la historia. No soy objetivista, critiqué la razón ideológica del neobarroco, que básicamente me pareció trivial, pero no desde puntos de vista objetivistas. Y esto lo escribí en diario de poesía, del que me fui en 1992, en pleno auge de peleas y probables acuerdos espurios. Diario de poesía publicó en efecto muchas chambonadas en nombre del objetivismo o de lo que fuera, pero rescato de algunos integrantes del diario el haber insistido en la otra cara de los sesenta, por ejemplo, y con esto me refiero a la publicación de Giannuzzi y Padeletti, entre otros. Me cupo, junto al supuesto DF, intervenir para que Girri tuviera espacio en ese medio. El diario era heterogéneo, más allá de las buenas relaciones entre todos sus integrantes, y realmente había diferencias importantes. Esa redacción se disgregó por algo. En cuanto a Carrera y sus monstruitos, eso me parece sí bastante incomprensible. El compilador claramente no tenía nada que ver con la estética de los compilados ni tampoco parecía actuar como mero recopilador objetivo, dado el entusiasmo que acompañaba la muestra. Si quieren llamarle a esto "operación", bueno, no me opongo. La seguimos
    Jorge

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  21. Pido disculpas al Señor Aulicino si le resulté ofensiva. No fue mi intención agredirlo, pero sí hacerle notar mi irritación. Agredirlo era el posible costo de un comentario de esa índole, costo que sopesé y consideré justo ya que estaba sumamente irritada por su actitud, la cual me pareció y me parece terrible. Si se refirió a mi comentario cuando habló de que "todo está ya pues teñido de una irritabilidad casi les diría resentida en algunos casos..." se lo tomo como un cumplido, ya que deviene en la comprobación de que mis palabras fueron adecuadas, efectivas y eficaces. Diría entonces que a fines pragmáticos se leyó lo que quise que se leyera, y sí: quise que se me leyera irritada.
    Confieso que tras enviar los comentarios me sentí un tanto mal conmigo misma, pues no suelo dejar que la irritación me gane, y en esto sí sentí pudor, me sentí -como usted dijo- "ñoña". Sucede que algo aborrezco en este mundo y es el anonimato; peor aún, la falsa identidad.
    No sé a qué buenos viejos tiempos de juegos de máscaras se refiera. En todo caso no son éstos los tiempos, ni fueron las suyas reglas válidas. No leí un "Señores, era yo Agustín Negri, intentando alternativas para reavivar el debate". Eso hubiera sido un juego de máscaras legal (y leal). Lo que leí, que tanto me irritó, fue un Aulicino confundido que firmó con un nombre ajeno estando loggeado con el propio. Esto, que me resulta imperdonable y bochornoso, cobra un cáriz peor tratándose de usted, personalidad de referencia en un ambiente que considero sagrado.
    Como sea, me disculpo por haber comentado en forma agresiva. Esperaría también que usted se disculpara por haber comentado bajo una identidad que no es la suya, aunque está visto que no es algo que asuma.
    Espero con ansias que continúen el debate, el cual he disfrutado y me ha nutrido, esta vez sin "juegos de máscaras".

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  22. Me alegra, Jorge, que la discusión haya retomado el tono más calmo y meditativo de una conversación sin prisa en una mesa de café, como la que tuvimos aquella vez en Córdoba, y sería bueno que los demás comentaristas, incluido el misterioso DF, aportaran aún sus opiniones (no te enojes con Sánchez Sottosanto y Tamagno: por lo que sé, son jóvenes y apasionados, pero asimismo lúcidos). Pienso, incluso, que si los suplementos culturales fueran lo que alguna vez fueron, es decir, lugares de debate y reflexión, hace tiempo que debería haberse dado una discusión semejante, abierta democráticamente a distintos poetas y críticos que representasen diversas visiones del hecho poético en la actualidad.

    Si no me equivoco (en el caso de que lo haga, corregíme), tus objeciones principales a mi artículo son tres: 1) ese “plus de agresividad innecesaria” que percibís en él, que iría más allá de una descripción de la hegemonía dominante, y que le daría un carácter de beligerancia planfetaria; 2) la insuficiente indagación en las diferencias entre neobjetivistas y neobarrocos y el sustrato cultural que les dio origen; 3) la existencia de un acuerdo, “por el que neobjetivistas y neobarrocos se dividieron el mapa y excluyeron con ello a una cantidad de autores valiosos”.

    No sé, la verdad, Jorge, si en mi trabajito hay agresividad y tono panfletario. Lo acabo de releer y a mí me parece bastante tranquilo. Coincido, sí, en que no es puramente descriptivo, desde el momento que hay una evidente valoración de esa hegemonía. En eso, supongo que no estaremos de acuerdo. Fijate que si mi valoración de la misma, en vez de ser preponderantemente negativa, hubiera sido positiva, seguramente ni DF ni vos se hubieran sentido irritados por el estudio. Te aseguro que me hubiera encantado ser elogioso con respecto al grupo o los grupos desde hace un tiempo hegemónicos en la poesía argentina. Mucha gente me habría estado incluso agradecida. Pero para eso, entonces sí, hubiera debido ser intelectualmente deshonesto conmigo mismo y con los eventuales lectores.

    El problema, en efecto, quizá no sea la existencia misma de grupos hegemónicos, que, como vos decís, siempre los ha habido. El problema es la entidad poética de tales grupos de autores. Lo inédito de la situación no es que haya un grupo o unos grupos hegemónicos, sino que tales grupos no representan - siempre a mi juicio personal y falible - lo mejor de la poesía argentina inmediatamente pasada y presente. Una cosa es que la poesía argentina esté representada por grupos entre los que se encuentran autores como Lugones, Banchs, Fernández Moreno, Martínez Estrada, Pedroni, González Tuñón, Borges, Mastronardi, etc. etc., y otra que la representen Carrera, Kamenzsain, Prieto, García Helder, Alejandro Rubio, etc. etc.

    Lo nuevo, pues, lo inédito del fenómeno en las letras argentinas (ya se ha registrado antes en otras literaturas: ha sido advertido claramente, por ejemplo, en la poesía surgida en la así llamada “primavera poética italiana” de los años 70 por críticos como Alfonso Berardinelli o Pier Vincenzo Mengaldo), consiste en que autores no particularmente valiosos hayan logrado imponerse como modelos de la “nueva poesía argentina”, tal como se distingue con absoluta nitidez en la reciente antología que lleva ese título, compilada por Gustavo López, donde la escritura de un grupo es presentada como la propia de toda la producción poética nacional. Las raíces de ese fenómeno son complejas, y valdría la pena estudiarlas en profundidad. En líneas generales, entiendo que, como en el caso italiano, se vinculan con la masificación de la ‘creatividad’ en versos, la crisis de los criterios de discernimiento artístico en la crítica, la sustitución de tales criterios por otros más aleatorios (preferencias temáticas, políticas, amicales, editoriales, ¡sexuales!, etc.), las notorias lagunas en la “Bildung” de los jóvenes y no tan jóvenes poetas y críticos, entre otros aspectos.

    (Sigo en otro comentario)

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  23. Con respecto al segundo punto, la insuficiente indagación en las diferencias entre neobjetivistas y neobarrocos y el sustrato cultural que les dio origen, sí, el trabajo pone más el acento en lo que los ha reunido (principalmente a través de las citas de observaciones de Freidemberg y Samoilovich) que en sus diferencias, aunque éstas saltan a la vista con sólo mencionar los maestros que tuvieron una y otra tendencia. Para profundizar en eso y en el sustrato cultural que les dio origen, hubiera debido dedicar el estudio sólo a esas tendencias, y mi objetivo era mostrar que ellas no eran las únicas voces que el lector podía escuchar en el concierto poético argentino. Convengamos en que, como bien observó Bekes, el crítico tiene su derecho de ocuparse de aquellos autores que le parecen más interesantes, y ya fue bastante amplitud la mía el dedicar buena parte del estudio a la presentación de dichos grupos. Por otra parte, sabía que en el mismo número de "Ínsula" habría otros trabajos que los considerarían, como en la mayoría de los estudios que se vienen dedicando en nuestro país a este período.

    Por último, Jorge, en lo que atañe al tercer punto, creo que, “volente” o “nolente” (y más lo primero que lo segundo, diría), el “frente” neobjetivista-neobarroco de hecho ha ejercido un monopolio que ha dejado pocos resquicios en los medios literarios para la manifestación y la valoración de las demás poéticas que comparten el presente de la poesía argentina. Creo que tu actitud personal, dando lugar a poetas de diferentes estilos en la sección “Ficciones” de “Ñ”, no es la norma. Seguramente has leído la mayoría o la totalidad de los estudios críticos mencionados en la bibliografía al final de mi artículo; si los releés, como yo tuve que hacer para escribir ese “Breve informe”, te darás cuenta de que no estoy inventando nada. Una reciente manifestación de tal negación radical del otro se encuentra en un artículo aparecido con posterioridad a mi estudio, firmado por Martín Prieto y titulado “Neobarrocos, objetivistas, epifánicos y realistas: nuevos apuntes para la historia de la nueva poesía argentina”, que ha dado lugar a una réplica de Mariano Pérez Carrasco en el último número de la revista “Hablar de poesía” (www.hablardepoesia.blogspot.com).

    Bueno, Jorge, hasta aquí llego por hoy, que ya van a ser las tres y media de la mañana y he trabajado todo el día.

    Un cordial saludo, Pablo.

    P.S.: Me olvidaba: la metáfora de la Bolsa de Valores, si no me falla la memoria, pertenece al bancario T. S. Eliot, quien la usa para referirse a las alternancias, los ascensos y descensos de las 'cotizaciones' de determinados autores en la estima crítica a lo largo del tiempo. No tiene un sentido ofensivo, sino sólo descriptivo de tales variaciones valorativas.

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  24. Bien, Pablo. Me parece que cuando describís ahora el frente, pacto o entente cordiale actual, se puede entender mejor a qué te referís: empiezo por aquí porque de los tres puntos en los que divídís mi comentario, creo que este es el más interesante. De hecho, acarrea al otro, el de la profundización en los "frentes" en que se dividía el panorama allá por los noventa. No eran, no son para mí, posiciones formales. Eran y son posiciones frente al conjunto de ideas que sustentaba cada corriente. No participé en ello desde el punto de vista objetivista, aunque de hecho quedaba parado más en el campo de éstos. Mi posición era la que defendí en el diario de poesía. No puedo resumirla aquí, pero puedo enviarte el artículo, que es de principios de los noventa, si mal no recuerdo. Respecto del frente actual, unificado, no sé qué decirte. Me parece que los nombres que das son los que consagra cierta cátedra, no necesariamente los medios (pero los medios, además, ya no consagran, son demasiado "medios", demasiado "denominador común", demasiado bastardos, y también me refiero a lo que antes eran consgratorios), y a este fenómeno viene aparejado otro, en el cual sí intervienen, a mi juicio, los factores que vos mencionás, otro modo -y no sé si llamarlo modo- de entender la literatura. Un modo, del que te lo diré de entrada, no entiendo. Me refiero a algo muy parecido a la trivialidad confesional o supuestamente minimalista, y ambas cosas juntas, que detentan cosas que he visto escritas por gente más joven, por la generación siguiente a la de la ententa cordiale. Entre eso y el mundo al que pertenecemos vos y yo, y muchos otros claro está, hay un abismo histórico, semántico, pues está claro que llaman a las cosas de otro modo, se ha perdido todo punto de contacto entre los nuevos códigos y los de apenas ayer. Y los de apenas ayer, son los de los últimos dos mil años. Entiendo que vos llamás poesía a lo mismo que yo, y que nuestras diferencias son,sí, de escuelas, no de una cosmovisión (si hay una del otro lado) radicalmente distinta. Hasta los noventa, podíamos decir Wallace Stevens, Quevedo o Francis Ponge, San Juan o Eliot, Montale o Breton, y todos sabíamos de quiénes y de qué hablábamos, poniendo el acento en esto o en lo otro, pero sin dudas en cuanto al significado de tales nombres o tales escuelas, o tales formas o ideas. Sucede de otro modo hoy. No hay sustrato común. (sigue)

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  25. Es como si un mundo hubiese desaparecido y ciertas criaturas lo estuviesen reconstruyendo, con manuales que les dicen dónde va cada pieza, pero sin lograr que los artefactos cumplan su función, es decir, sin lograr dotarlos de espíritu. Esto excede la cuestión de la bolsa de valores, porque es otra la bolsa y otras son las acciones. Muchas acciones no están allí en baja, sino que simplemente no están, no cotizan. Es un mundo en el que soy ajeno.
    Respecto de la "agresividad", que sería el tercer punto, es sólo mi impresión. Y no resulta de ningún modo decisiva.
    Ana: es inútil que le diga que no fue un error lo de mostrar al mismo tiempo la máscara y la firma. Lo bochornoso, de mi parte, no es haberme equivocado, sino haber utilizado ese juego, cuando estaba irritado, como usted. De modo que si usted si disculpa, acepte mis disculpas por el juego idiota.

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  26. Estimados lectores y eventuales comentaristas:
    De ahora en adelante, no se aceptarán en este blog comentarios anónimos, sin firma, ni intervenciones insultantes (me refiero, literalmente, a insultos, no a otro tipo de descalificaciones personales o ironías como las que se han leído aquí y allá a lo largo de esta discusión, que pueden ser admitidas como parte del ardor de la polémica). Ni unos ni otros ayudan al esclarecimiento de las problemáticas tratadas ni favorecen la responsabilidad intelectual al expresar las propias opiniones.
    (Aclaro, por si hiciera falta, que no aludo aquí a los casos del 'misterioso' DF ni de Agustín Negri ni de ninguno de los que han participado hasta el momento, sino a un último comentario sin firma, que por la primera razón señalada ha sido borrado).
    Cordialmente, Pablo Anadón.

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  27. Nota bene
    leeré el artículo de Pérez Carrasco, tengo el último número de Hablar de Poesía.

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  28. Jorge, antes que nada, te agradeceré si podés enviarme ese ensayo publicado en “Diario de Poesía” a principios de los noventa, que me interesa mucho. En cuanto a lo que señalás sobre la carencia de un “sustrato común” entre dos generaciones bastante próximas, no podría expresar mejor mi propia experiencia ante ciertas escrituras juveniles en boga. Hace unos años intenté aproximarme a ese fenómeno (que antes había estudiado bastante detenidamente, en manifestaciones semejantes, en la poesía italiana de las últimas décadas) en un ensayito que significativamente se titulaba “La poesía en el país de los monólogos paralelos”, aparecido en “La Gaceta” de Tucumán y en “Fénix”. Tal vez lo incluya aquí de nuevo, porque me parece que aún conserva cierta actualidad.

    Lo que vos decís me recuerda unas palabras de Freidemberg en la polémica que se desarrolló en tu blog a mediados del 2007, por ‘culpa’ de mi trabajito “Aproximaciones a la traducción de poesía en la Argentina” publicado en “Fénix” ese año, polémica que yo leí demasiado tarde, cuando la discusión ya estaba cerrada (mi tardía intervención, como te contaba, aparece ahora en el último número de la revista, editado asimismo con retraso). Decía en uno de los comentarios Freidemberg: “Una enorme porción de la poesía que se escribe en la Argentina es el resultado de una catástrofe que arrasó con algunos de los más elementales saberes sobre poesía (…). No estaría nada mal, todo lo contrario, que algo surja de una catástrofe, siempre que la asuma como catástrofe. Pero, como la ignorancia lleva a suponer ‘natural’ ese escenario devastado, la consecuencia es conformarse con poquito, como si no hubiera otras posibilidades, simplemente porque no se las conoce.”

    Aunque DF ahora esté enojado conmigo (estoy bromeando, ya que he empezado a dudar incluso si las iniciales misteriosas pertenecen al autor de “En la resaca”), debo decir que sus palabras me asombraron por un lado, porque no me las esperaba, y me admiraron por el otro. En efecto, creo que en esa Zona (recuerdo el film de Tarkovsky) estamos hoy en la poesía argentina.

    No soy, sin embargo, apocalíptico, y entiendo que tal “trivialidad confesional o supuestamente minimalista” observada por vos (se le podrían sumar otras características poco alentadoras), que tal vez prolonga y lleva a un extremo tendencias ya presentes en la escritura anterior, no puede persistir indefinidamente, y que llegará la hora de una renovada necesidad del esplendor formal e imaginativo que alguna vez tuvo nuestra poesía, como ya ocurrió en el pasado (pienso, por ejemplo, en la revolución llevada a cabo por el Modernismo, cuando la lírica castellana se adormecía en la modorra estilística del tardorromanticismo). Seguramente no llegaremos a ver nosotros esa hora, pero me parece igualmente advertir en la actualidad, incluso en las búsquedas de algunos jovencísimos, leves signos esperanzadores de tal necesidad de una escritura poética que ofrezca más altos desafíos que aquellos a los que estamos acostumbrados hoy.

    Coincido plenamente, también, en lo que manifestás sobre la Bolsa de Valores en su versión siglo XXI. Con respecto a mi mayor o menor agresividad o beligerancia, trataré igualmente de atenuarla en futuros trabajos.

    Un cordial saludo, Pablo.

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  29. Respondo con demora, Juan Carlos, a un par de observaciones que apuntabas en tu último comentario sobre el “Breve informe”. Te pido disculpas por la tardanza, pero la imperiosidad de las otras discusiones me hizo descuidar la contestación a tus señalamientos, que vuelvo a leer ahora.

    Con respecto al primero, tenés razón, quizá haya demasiados autores de Córdoba y alrededores, sobre todo entre los nuevos (para los "viejos" sólo atendí a mi franca admiración, sin fijarme de dónde eran), más por las dificultades de acceder a la producción reciente de las distintas provincias que por cualquier otra razón. Es increíble, pero todavía hoy es más fácil saber qué ha publicado la última editorial de Buenos Aires, que lo que se edita en una provincia vecina. Te aseguro que no hago ninguna reivindicación de campanario, y en la revista “Fénix” he tratado siempre de dar lugar a autores de los más variados puntos del país, justamente teniendo en cuenta las dificultades que a veces encuentran los poetas, como vos señalabas, para publicar en los medios literarios de la capital. De hecho, en el trabajo también aparecen mencionados salteños, tucumanos, santafesinos, entrerrianos, bonaerenses, porteños… Tampoco me interesa, con todo, renovar los enconos entre unitarios y federales, provincianos y capitalinos. En última instancia, lo que cuenta es la calidad poética de las obras, más allá del lugar donde nacieron o viven sus autores.

    Sobre la presencia de poetas presentes en el catálogo de la Colección “Fénix”, tu segunda reflexión es cierta: dado que, por suerte, el director editorial (no soy yo el editor, sino sólo el director de una colección entre otras que posee Ediciones del Copista) me ha dado absoluta libertad para decidir qué obras publicar o no allí, los poetas mencionados no están nombrados porque pertenezcan a la Colección "Fénix", sino que pertenecen a la colección porque me parecen poetas valiosos.

    Aprovecho para agradecerte tus atentas lecturas y comentarios en el blog, y te saludo muy cordialmente. Pablo

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  30. Agradezco la respuesta, que siento como epilogal a este debate que al fin, creo, cerró con una tregua de caballeros o una victoria pírrica, váyase a saber. De todas formas, revisando el blog en su integridad, me quedan algunas sensaciones encontradas. Por una parte, veo un par de hermosas versiones bilingües de Boris Pasternak, cosa bastante extraña en mis andaduras por blogs, traducciones de Frost, de Nabokov, poesías propias. Lamentablemente, ninguno de esos aportes mereció una andanada de 20 o 30 comentarios, y alguno ni siquiera uno. Es decir, parece que resulta más importante poner en el ruedo una crítica que toque algún ego, para que aparezcan insultos, supuestos juegos de máscaras o bloopers, y el debate termine cerrándose entre dos que, vaya, siempre son los mismos, una doble AA, como el bandoneón de Piazzolla. Que la crítica de poesía importe más que la poesía misma, vaya, es un síntoma fulero.

    Y digo esto de respuesta epilogal porque da cuenta de la posición periférica de aquellos que, ingenuamente, intervenimos en un debate que, como en algún cuento borgeano, parece ya tenía predeterminados los duelistas. Y no es azar; la doble AA, si san Google no me falla, se ha venido trenzando desde hace dos o tres años; en estos artículos del blog, como el que inicia el último número de Fénix, se continúa el entrevero. Aclaro: aunque pacíficamente, la nota exhumada y posteada ahora daba por sentada, vistas las circunstancias de previas beligerancias, la respuesta de un Freidemberg o un Aulicino; si venía algún actor secundario, mejor. Y un Aulicino responde, desde la máscara o el blooper, porque ya viene picado de pretéritos encuentros. Y de nuevo, los actores secundarios solo merecen algún chiste malo, un epíteto de ñoño o resentido, para concentrarse al fin en el señor que dirige una revista literaria del interior que, bueno, no tendrá el poder hegemónico del grupo Clarín, pero que escuece, escuece.
    No sé si aquí hay unitarios y federales, pero sí un juego especular donde, vuelvo a lamentarlo, la poesía en sí pasa a un segundo plano. Y si la poesía pasa a un segundo plano, creo que el resto de los intervinientes somos un poco de palo.
    Diviértanse con el juego. Torno a recordar el poema de Whitman cuando va a la conferencia de un docto astrónomo, se harta de guarismos, y sale a la noche a contemplar "las místicas estrellas".

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  31. Por supuesto, todo lo dicho antes por mí suena un poco miserable: y hablo de las miserias de mi propia postura, no de los demás intervinientes. Me hago cargo de ellas.

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  32. Juan Carlos, no veo nada de miserable en lo que decís, y lo entiendo, aunque me apene advertir el contraste entre el tono de tu primera intervención en el debate, en que juzgabas – con excesiva generosidad, sin duda – como “magnífico” al blog, y estos últimos comentarios, más bien desencantados. ¿Qué ocurrió entre ambos extremos? Me parece advertir que en tus “sensaciones encontradas” hay dos cuestiones principales que te molestan (y me alegra en tanto, por la parte positiva, que te hayan gustado las traducciones de Pasternak).

    La primera cuestión negativa que señalás me parece muy razonable, es decir, que la crítica sobre poesía asume mayor importancia que la poesía misma. Está claro que en esto mi responsabilidad es limitada, ya que mal podría comentar yo mismo mis propios poemas o mis propias traducciones. De todas maneras, es un hecho que, no sólo en mi blog, es más fácil que se sumen comentarios a un artículo de crítica que a un poema. A la vez, me parece bastante comprensible que se opine con mayor copiosidad acerca de crítica que de versos: sobre éstos, a menos que se realice un análisis pormenorizado o un ensayo interpretativo (cosa infrecuente en los comentarios, que se escriben, lamentablemente, con cierta prisa), a menudo sólo surge decir o sentir que nos gustan o no, nos conmueven o no, en cambio los argumentos naturalmente llaman a otros argumentos, como las gotas de lluvia atraen a otras gotas semejantes sobre el vidrio. Los comentarios, en el mejor de los casos (hay otros, ya sabemos), pertenecen aproximadamente al orden de la crítica, y se encuentran por lo tanto en la misma órbita de los textos ensayísticos. La poesía, en cambio, no hay nada que hacerle, siempre tiene algo de irreductible a otros lenguajes, afortunadamente.

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  33. La segunda cuestión es más difícil de precisar y quizá de responder, pero, si no me equivoco, consiste en que te parece haber intervenido en una contienda ajena, en la que tampoco se te ha dado el lugar apropiado. Es verdad que la discusión ha tendido a centrarse en dos posiciones, dos posiciones que vienen dirimiendo sus puntos de vista desde hace un tiempo. Aunque con Aulicino ya podríamos patentar – me lo decía él por correo, enviándome el artículo prometido – este “número en vivo” de esgrima polémica, lo cierto es que no hay nada previsto en estos cruces de opiniones, que no siempre se cierran con una tregua cordial como la presente (más bien lo contario). Tal vez para no repetir esa “doble AA” que vos recordabas (no dejó de correrme un escalofrío al leerlo), es que a él se le ocurrió inventar a Agustín Negri… Pero no creo que sea una cuestión personal, sino bien general la que aquí se ha debatido a propósito de la poesía argentina actual, ni que sea culpa de nadie si no se suman otros participantes a las discusiones (de hecho, creo que serían mucho más ricas si otros poetas y críticos decidieran intervenir en ellas), como tampoco creo que quienes se han integrado a la polémica hayan terminado por ser “de palo”. Por el contrario, en lo que a mí respecta, entre los saldos favorables de estas controversias, está el haber entrado en contacto con vos y con Ana Tamagno, a quienes no conocía, cuyas intervenciones he leído con verdadero interés (si no he respondido a algunas de ellas, es porque sus tiros se dirigían preferentemente “al arco contrario”). Con Bekes, en tanto, vivimos discutiendo fraternalmente desde hace largos años… Por otra parte, aunque siempre sea más estimulante ir a leer directamente un buen poema, así como salir a ver “las místicas estrellas” en vez de oír hablar sobre ellas, igualmente me parece que la poesía no ha estado demasiado ausente del debate, desde el momento que se han confrontado visiones diversas sobre la creación poética y su valoración crítica.

    De todas maneras, por último, pido disculpas si no he dado suficiente cabida en mis respuestas a las demás voces, entre las cuales la tuya, o si, traído y distraído por otras interpelaciones, he respondido con tardanza a los planteos que se me hacían desde posiciones más cercanas.

    Un amistoso abrazo, Pablo.

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