La
lección del maestro
(Palabras para Alfonso Berardinelli)
Aquí estoy, en el café de siempre de una
esquina de Córdoba, trayendo a la memoria recuerdos de veinte años atrás,
cuando vivía en Italia. No sé cómo llegó a mis manos el primer libro que leí de
Alfonso Berardinelli. Yo había hecho estudios sobre la poesía italiana
contemporánea en la Universidad de Florencia, pero, extrañamente, nadie lo
había mencionado, ni siquiera como autor, con Franco Cordelli, de la antología Il pubblico della poesia. Como no hay
manera de ocultar por mucho tiempo lo que es valioso, un día di con uno de sus
ensayos, y a partir de entonces comencé a buscar sus libros. Poco tiempo
después fue invitado por Carlos Giordano, el profesor con quien yo trabajaba, a
dar una conferencia en la Universidad de Arcavàcata di Rende; lo conocí personalmente,
y la admiración por su obra se convirtió en afecto por su persona. Lo fui a
visitar en Roma, estuvimos varias horas conversando y me dedicó algunos libros suyos
que me faltaban. Tengo una foto de ese tiempo en la que estoy leyendo,
subrayando y transcribiendo en un cuaderno, que todavía conservo, largos
párrafos de sus ensayos, a los que no me resignaba a resumir, para que no se
perdiera la gracia y la eficacia de su estilo. A mi lado, en un cochecito, se
ve dormido a Francisco, mi hijo mayor, nacido hacía unos pocos meses. Desde
entonces, nos hicimos amigos con Alfonso, y ya de vuelta en la Argentina tuve
la suerte de intervenir para que fuera invitado a dar cursos y conferencias en
el país, donde ya cuenta con numerosos y fieles lectores.
A partir de aquel encuentro en Calabria
y hasta el último en Córdoba hace un par de años, he encontrado en el diálogo
con él lo mismo que se encuentra en sus páginas ensayísticas: la atención hacia
el otro, que le permite captar en un gesto o una frase casual una compleja
trama existencial; el amor por la poesía (recuerdo un viaje a través de las
Altas Cumbres de mi provincia, con Berardinelli y con el poeta Alejandro Bekes,
recordando poemas de memoria) y su instinto infalible para percibir sus
falsificaciones; el talento para vincular poesía y sociedad, problemáticas de
la literatura y de la época; su ironía, su buen humor, que no ocultan sin
embargo un fondo de experiencia trágica del mundo. Y, ante todo y sobre todo,
su libertad de pensamiento, una cualidad más rara de lo que se cree, libertad
que, unida a su rigor y su valentía intelectual, lo convirtieron muy pronto en
una figura incómoda para la sociedad literaria italiana. Para mí, que venía de
un país donde las polarizaciones y las servidumbres ideológicas impedían o
dificultaban la independencia de juicio, la suya fue una lección preciosa. Me
enseñó lo mejor que un maestro ―lo fue, lo es para mí― puede enseñar: a pensar y
a sentir por sí mismo, a ser fiel a lo que el examen de las obras y de la realidad
nos muestra, sin preocuparnos demasiado por las consecuencias que la
manifestación de nuestras ideas pueda acarrearnos. Esto, más o menos, es lo que
he intentado decir en las “Palabras para Alfonso Berardinelli”, unos versos sin
mayores pretensiones líricas, apenas un modo de expresarle mi admiración y mi gratitud:
Palabras para
Alfonso Berardinelli
“solitaire-solidaire”
Albert Camus
(“Jonas ou l’artiste au travail”)
Allá
estoy, en un pueblo perdido de Calabria,
De
nombre casi mágico, Arcavàcata,
Moviendo
el cochecito de mi hijo de meses
Y
leyendo, anotando, transcribiendo
En
un cuaderno blanco que aún conservo
Palabras
de tus libros, largos párrafos
Que
no quería resumir, sólo por no perder
La
gracia de su estilo, aquella luz
Que
brota de las cosas que están bien conformadas
(Como
dijo Tomás y repetía Dedalus).
Cinco
lustros pasaron desde entonces
Y
aquella luz me sigue iluminando;
No
olvido tu lección, una lección sencilla
Y
rara, como es rara la palabra genuina
Que
ha avanzado, como agua de vertiente
De
estas sierras, debajo de la pétrea
Aridez
de la época, y resurge un buen día
Vuelta
una miel silvestre
De
sol, dulce y amarga, bajo el cielo.
Abejorro
de Roma, que has zumbado por años
Sobre
testas ungidas, sobre ciénagas ciegas
Y
las parras doradas de los grandes poetas,
Has
sido siempre para mí la imagen
Del
pensamiento libre, de una Europa
Libre
de curas negros, curas rojos
Y
grises empresarios de miseria,
La
Europa de Orwell, Auden, Enzensberger,
La
verdadera Europa imaginaria,
Donde
un artista a solas en su cuarto
Escribía,
con mano de Camus,
En
la página en blanco aquellas dos
Palabras:
“solitario― solidario”.
Pablo Anadón
(Córdoba,
Argentina, 27
de marzo de 2013)