Tres viejos poemas
para mi hija Mariana
hoy, en su cumpleaños
Estampa de Mariana al despertar
Aquí llega Mariana, la pequeña,
medio trastabillante,
con el pelo revuelto
y su trapo del sueño en una mano;
asoman bajo el camisón
piernitas finas y grandes pantuflas
con cara de oso:
me ha dado un beso y sigue
por el pasillo oscuro, restregándose
los ojos con el dorso de la mano,
hacia el sol que deslumbra en la cocina
a tomar su tazón del desayuno
cantando la canción de Manuelita.
*
Invierno
a Francisco, Irene, Mariana
Y los hijos se alejan
hacia la escuela, bajo el mediodía
de invierno. Nos quedamos
en una esquina con la más pequeña,
mientras los otros dos se van por la
avenida:
cada tanto se vuelven y saludan.
Los miramos callados, con un poco
de frío. Luego, regresamos
dando un rodeo por la orilla del arroyo,
mientras juntamos las ramitas secas
y la corteza de los eucaliptos
(chisporrotea arriba,
entre el oleaje opaco de las hojas y el
cielo,
verde y oro, un delirio
de loros alarmados):
así, cuando esta tarde lleguen
de la escuela los chicos
con la mochila a cuestas
frotándose las manos ateridas
y abran la puerta dándose empujones,
encontrarán, como una bienvenida,
las llamas rojas en el hueco negro,
el olor y el crujido de la leña,
un poco de calor y un resplandor
que a lo mejor les dure, ya olvidados,
para toda la vida.
*
La taza azul
a Mariana
A esta tacita de café
del mediodía y de la medianoche
algún otro poeta de más genio
debería escribirle su elogio merecido.
A mí el aliento
apenas si me alcanza
para decir el sorbo de alegría
que le agrega a mi vida diariamente.
Un poco de café
con su hebra vaga de humo,
y el alma sin sosiego se hace amiga
del tiempo, de las horas sin sentido.
(Si además el pocillo
llega en las manos de una niña,
ya se parece a la felicidad).
P. A.
[Poemas de los libros
El
trabajo de las horas
(1994-2004),
Ediciones del Copista, Colección “Fénix”,
Córdoba, 2006,
y Estudios
de la luz (2005-2007),
Editorial Pre-textos, Colección “Cruz
del Sur”, Valencia, 2010]