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domingo, 11 de julio de 2021

 

Boris Pasternak

 

Amanecer

 



 

 

Amanecer

 

Vos lo eras todo, todo en mi destino,

Luego vino la guerra y la desgracia,

Y a lo largo de largo, largo tiempo,

De vos no supe nada, ya más nada.

 

Y ahora, después de muchos, muchos años,

Nuevamente tu voz me ha estremecido.

Leí toda la noche tus palabras,

Como si despertara de un desmayo.

 

Quiero ir a la calle, entre el gentío,

Mezclarme en el trajín de la mañana.

Podría hacer saltar todo en añicos,

Que el mundo se pusiera de rodillas.

 

Bajo corriendo por las escaleras,

Como si fuera la primera vez

Que saliera a estas calles en la nieve,

A las veredas todavía desiertas.

 

Y aquí y allá se encienden luces cálidas,

La gente bebe el té, corre al tranvía.

De pronto, un parpadeo, y la ciudad

Parece otra ciudad desconocida.

 

Teje la tempestad en los portales

Su espesa red de copos y de escarcha,

Y todos se apresuran, anhelantes,

Sin terminar aún su desayuno.

 

Siento lo que ellos, lo que todos sienten,

Como si lo que viven lo viviera,

Me derrito lo mismo que la nieve,

Frunzo el ceño al igual que la mañana.

 

Hay personas conmigo sin un nombre,

Árboles, niños, gentes como todas.

Por ellas yo me siento derrotado

Y sólo en esto estriba mi victoria.

 

Boris Pasternak

 

[Versión de P. A.

Córdoba, 12-VII-21]

 

*

 

Рассвет

 

Ты значил все в моей судьбе.

Потом пришла война, разруха,

И долго-долго о тебе

Ни слуху не было, ни духу.

 

И через много-много лет

Твой голос вновь меня встревожил.

Всю ночь читал я твой завет

И как от обморока ожил.

 

Мне к людям хочется, в толпу,

B их утреннее оживленье.

Я все готов разнесть в щепу

И всех поставить на колени.

 

И я по лестнице бегу,

Как будто выхожу впервые

На эти улицы в снегу

И вымершие мостовые.

 

Везде встают, огни, уют,

Пьют чай, торопятся к трамваям.

В теченье нескольких минут

Вид города неузнаваем.

 

В воротах вьюга вяжет сеть

Из густо падающих хлопьев,

И чтобы вовремя поспеть,

Все мчатся недоев-недопив.

 

Я чувствую за них за всех,

Как будто побывал в их шкуре,

Я таю сам, как тает снег,

Я сам, как утро, брови хмурю.

 

Со мною люди без имен,

Деревья, дети, домоседы.

Я ими всеми побежден,

И только в том моя победа.

 

Борис Пастернак


lunes, 2 de noviembre de 2020

 

Prólogo al libro

De Varíkino a Peredélkino

de Rossana Zaera

(Malabaria, 2020)






Estoy solo. Es de noche, una noche de principios de febrero, después de la tormenta de verano (aquí, en el sur del hemisferio sur, como se sabe, febrero es mes de las postrimerías del verano, lluvioso y más fresco que en los meses estivales anteriores, ya casi otoñal). Acabo de asomarme al patio de la casa de mi infancia: por el cielo, hacia el norte, va la luna, en su deriva al oeste, entre nubes que se cierran y se abren, y que al abrirse crean una aureola azulada alrededor del astro. Fumo, bebo un vaso de vodka y escucho viejas canciones rusas, del tiempo de la Segunda Guerra, la Gran Guerra Patria, como se la recuerda en Rusia, lo mismo que hago casi todas las noches en los últimos años. Esta noche, tan parecida a otras, sin embargo, es diferente, única: acabo de leer los textos y de contemplar las imágenes del libro De Varíkino a Peredélkino, de Rossana Zaera.

La vida es muy extraña, y la poesía y el arte no son menos extraños, como lo son estas afinidades entre personas que jamás se han visto ni han hablado, entre las cuales hay un océano de por medio, y no obstante están unidas por un vínculo tan misterioso y entrañable como seres de distintos siglos que soñaran un mismo sueño.

Hace un lustro (se me perdone la digresión personal, pero tiene que ver con el origen de estas páginas), pasaba mis noches “de claro en claro” y mis días “de turbio en turbio”, en el período más amargo que me tocó vivir, traduciendo, noche tras noche, los poemas del último libro de Pasternak, y los poemas de los últimos años de Esenin, acompañado en mi tarea por estas mismas canciones rusas, en especial aquellas de Bulat Okudyava, hermosas y melancólicas, por la pipa y por alguna botella de vodka o de gin. Me iba a dormir cuando aparecía la luz en las ventanas. Estaba atravesando una grave “depresión”, según la terminología clínica al uso, o más bien en el fondo de ella, pero entonces lo ignoraba. Los sorbos de la bebida blanca, la música, el tabaco y, sobre todo, esa artesanía minuciosa, esforzada y algo escéptica de la traducción —escéptica, digo, porque, como sentenció con justicia Robert Frost, “poesía es lo que se pierde en una traducción”— eran todo mi consuelo en la desdicha. Entre esas versiones, realizadas por puro gusto y pura desesperación, traduje también el poema “Noche de invierno”, de la colección poética de Yuri Zhivago, aunque no formaba parte de Cuando aclara (Когда разгулятся), el libro de Pasternak que me había propuesto traducir íntegramente. Salvando todo tipo de distancias, creo que sentía alguna equivalencia entre esa noche invernal pasternakeana y la que estaba viviendo: la soledad poblada de ausencias, la tormenta de la historia que azotaba en los postigos y, especialmente, esa humilde y temblorosa vela que ardía en la oscuridad, que para mí, a falta del amor, era la de la poesía. Estoy seguro, ahora, de que la traducción de estos poetas rusos durante aquellas largas noches de sorda angustia —pero era feliz traduciendo—, fue para mí literalmente salvadora.

Tiempo después, ya convaleciente, publiqué un puñado de esas traducciones en la revista española “Clarín” y en la revista argentina “Hablar de poesía”, y recibí la propuesta de la editorial valenciana Pre-Textos de publicar la traducción del libro de Pasternak. Fue por entonces también que, a propósito de una de aquellas publicaciones, me llegó la primera carta de Rossana Zaera, comentándome de su emoción al leer la versión de “Noche de invierno”, y luego la correspondencia prosiguió sobre la estela luminosa de aquella vela nocturna, en torno de la compartida devoción por la obra de Pasternak.

Hace un par de meses, cuando me encontraba en la tarea de revisión de aquellas traducciones y de preparación del estudio preliminar de su edición, recibí otra carta suya: me invitaba a redactar el prólogo para la exposición de su obra gráfica “De Varikino a Peredélkino”. Dudé, temeroso de no estar a la altura de su invitación, ya que lo ignoro todo sobre la técnica de la composición artística gráfica y fotográfica, sobre la cual no podría decir nada útil ni esclarecedor, pero finalmente acepté. Esta noche, luego de leer sus textos sobre los antecedentes de la obra y su viaje a Peredélkino, y de ver sus imágenes, me alegro y me felicito de haber aceptado, y me repito las palabras del maestro: “Algo, que ciertamente no se nombra / con la palabra azar, rige estas cosas”.

Lo diré sin vueltas, y sin pudor: terminé de leer el relato autobiográfico que precede a la obra, así como la crónica de su visita a la casa y a la tumba de Pasternak, y de contemplar con “delectación morosa” sus estampas, literalmente conmovido, con un nudo en la garganta y los ojos empañados de lágrimas. Esta obra de Rossana Zaera me reveló algo que siempre he sabido, pero que recién ahora se me presentó a la conciencia con tal claridad: el arte se justifica a sí mismo, en tanto arte, por sí mismo, por su resultado, pero lo que conduce a él, lo que hace que el artista bregue días y noches por su logro, es otra cosa, una cosa tal vez inasible por definición, algo que ha quedado sin respuesta en su vida, algo que no puede hallar respuesta en una fe religiosa, ni en una doctrina filosófica, ni en una teoría científica: es esa cosa sin respuesta la que lo lleva a la búsqueda, una búsqueda menos regida por la fuerza de la voluntad que por el imperio de la necesidad. Otro maestro, Antonio Machado, de algún modo, a su modo, lo dijo: “—¿Mas el arte?... / —Es puro juego, / que es igual a pura vida, / que es igual a puro fuego. / Veréis el ascua encendida.” También Boris Pasternak lo dice, en su poema “Noche” (“Ночь”), el primero que traduje de su libro (una vez más: “Algo, que ciertamente no se nombra…”):

 

Y allá, en un resplandor de lejanías,

Hay quien no puede conciliar el sueño

En la antigua buhardilla

Recubierta de tejas.

 

Él contempla el planeta

Como si el firmamento

Fuese el único objeto

Del afán de sus noches.

 

No te adormezcas, no duermas, trabaja,

No hagas un alto en tu tarea,

No duermas, lucha contra el sueño,

Lo mismo que el piloto, o que la estrella.

 

No duermas, artista, no duermas,

No te entregues al sueño.

Que de lo eterno tú eres el rehén

En la prisión del tiempo.

 

El viaje de Rossana Zaera “de Varikino a Peredélkino” es, evidentemente, un viaje de naturaleza religiosa, aunque no se presente como tal, una auténtica peregrinación. En primer lugar, con la misma evidencia, un viaje en busca del padre, a quien ella quiso salvar, como nos refiere en su hermosa y conmovedora rememoración de infancia, y no pudo, y a quien buscó durante años en los cajones de su escritorio, en las anotaciones de sus cuadernos, en las letras y en las palabras manuscritas en alfabeto cirílico, como quien rastrea indicios, signos jeroglíficos, de su presencia en los restos que quedaron de su vida. Y lo siguió buscando en sueños, en esa otra dimensión secreta de la propia existencia, donde vida y muerte diluyen sus fronteras, e incluso lo siguió buscando en la teoría cuántica del universo, que le ofreció la clave para esta búsqueda ulterior, la de su arte.

Esta travesía espiritual y artística tiene tres etapas. La primera, existencial, es la que la artista refiere en el texto “En un universo paralelo”. La segunda, su inmersión en la atmósfera del poema “Noche de invierno” (“Зимняя ночь”), entre otras páginas de Pasternak, un íntimo ensimismamiento, que transfigura las imágenes de aquella estancia nocturna del Doctor Zhivago, del poema “Cae la nieve” (“Снег идет”), etc., en trazos a la vez muy concretos y corpóreos, casi tangibles, y a la vez muy sutiles, fluidos y esfumados, justamente como esas nítidas visiones oníricas que se velan al despertar, sin perder su poder de sugestión. Viendo las tintas del capítulo “Varikino”, volvieron a mi memoria, vagamente, las tonalidades difuminadas de algunas películas de Andrei Tarkovski, en especial Nostalgia y El Sacrificio, con cuyo espíritu, plasticidad y tempo —tal vez me equivoque— creo que esta obra guarda una entrañable familiaridad.

La tercera etapa es el viaje, finalmente cumplido, a Peredélkino, donde Pasternak vivió y escribió en sus últimos años, donde murió y donde está enterrado. El registro de esa experiencia se encuentra en las fotografías incluidas en los capítulos “Peredélkino” y “Entrelazamientos”. Si Rusia se muestra como una suerte de patria alternativa del padre de la artista (ésta en sus sueños de la niñez localizaba en Rusia una familia paralela a la suya), el viaje a Peredélkino adquiere la significación de un reencuentro con el padre, quien ha encarnado en el alter ego del poeta ruso, Zhivago. Si el artista, como escribió Pasternak en el fragmento antes citado, es un rehén de la eternidad aprisionado en la temporalidad, lo que explora esta obra de Zaera es el rescate de sí misma de esa reclusión, para acceder al dominio en el que, como en los sueños, tanto las distancias espaciales como el curso lineal e inexorable del tiempo forman un meandro “donde todas las aguas se encuentran”, donde vivos y muertos coexisten (recuerdo ahora unos versos de mi propio padre, Alejandro Nicotra, una elegía: “La poesía, como el ángel / de Rilke, no distingue / entre vivos y muertos”). Para internarse en ese territorio prohibido a la existencia lleva un hilo dorado, un hilo de Ariadna, la cámara fotográfica de su padre, con la que capta imágenes de ese trayecto. Al regreso de su viaje, cuando revela las fotografías tomadas con la vieja cámara analógica, encuentra que las imágenes han quedado superpuestas. Rossana no lo dice, pero cabe pensar que lo que se ha superpuesto no son sólo estampas del espacio, sino del tiempo: allí está la mirada de la artista, que las ha captado, y de su mano, que presionó el disparador, pero están también la mirada y la mano de Francisco Zaera, su padre.

 “Algo inmortal hay en nosotros que quisiera morir con lo que muere”, escribió Machado en una carta a Miguel de Unamuno, luego de perder a su adorada Leonor: también Rossana Zaera quiso morir cuando perdió a su padre. Como el legendario pastor tracio citarista, ella ha cumplido ahora este viaje, luego de años, para rescatarlo de la muerte, como intentó hacerlo de niña, para reunirse con él, a través de su arte. Hay un poema del México antiguo, en lengua náhuatl, “Principio de los cantos”, en el que se relata la travesía de un poeta en busca de las flores (“flores” y “poemas”, en la literatura azteca, eran lo mismo), a la región “de donde todos vienen” y a donde todos van, donde el rocío no se esfuma de la hierba cuando lo roza el sol: es decir, un viaje iniciático hacia el lugar eterno en que la poesía se origina y florece. Cuando regresa de su excursión, el poeta se lamenta de que no todos puedan ir allá, no todos puedan adentrarse en la Tierra Florida, porque es allí donde se encuentra “la verdadera vida”. Rossana Zaera nos dice que, entre los papeles de su padre, halló un pequeño recuadro de revista, recortado por él, con un proverbio árabe: “Siempre queda algo de perfume en la mano que da rosas”. En estas flores recogidas por ella en su viaje de Varikino a Peredélkino he sentido ese perfume, y lo sentirán también, sin duda, quienes se acerquen a este bello ramillete reunido en su obra. Allí están, en ese aroma transformado en sugerentes, inolvidables imágenes, el espíritu de su padre, el de Pasternak y el de la artista.

 

Pablo Anadón

 

Villa Dolores (Córdoba, Argentina)

9 de febrero, 2020

 

 


 


domingo, 31 de mayo de 2020



Boris Pasternak

Calma





Calma

El sol teje su luz en todo el bosque.
Una estela de polvo es cada rayo.
Dicen que por aquí se asoma el alce
En la bifurcación de los senderos.

Hay silencio en el bosque y hay sosiego,
Como si no estuviera, en el recóndito
Valle, embrujada por el sol la vida,
Sino por un motivo diferente.

En realidad, no demasiado lejos,
La hembra del alce va entre la maleza
Y la arboleda la contempla absorta:
Es por eso que el bosque está tan calmo.

La hembra come los brotes silvestres;
Se oye un sordo crujido cuando roe
Los gajos tiernos, y le roza el lomo
La bellota que oscila en una rama.

La hierba de San Juan, la melampira,
La margarita, el epilobio, el cardo,
En el embrujo del encantamiento,
La espían a través de los arbustos.

En todo el bosque tan sólo el arroyo
En el barranco, pleno de armonía,
Repite, en voz sonora o apagada,
Este acontecimiento extraordinario.

Resuena en la garganta de los bosques
Y llega en ecos al aserradero:
Pareciera que quiere decir algo,
Acaso, casi con lenguaje humano.

Boris Pasternak

[Versión de P. A.]

*

Тишина

Пронизан солнцем лес насквозь.
Лучи стоят столбами пыли.
Отсюда, уверяют, лось
Выходит на дорог развилье.

В лесу молчанье, тишина,
Как будто жизнь в глухой лощине
Не солнцем заворожена,
А по совсем другой причине.

Действительно, невдалеке
Средь заросли стоит лосиха.
Пред ней деревья в столбняке.
Вот отчего в лесу так тихо.

Лосиха ест лесной подсед,
Хрустя обгладывает молодь.
Задевши за ее хребет,
Болтается на ветке желудь.

Иван-да-марья, зверобой,
Ромашка, иван-чай, татарник,
Опутанные ворожбой,
Глазеют, обступив кустарник.

Во всем лесу один ручей
В овраге, полном благозвучья,
Твердит то тише, то звончей
Про этот небывалый случай.

Звеня на всю лесную падь
И оглашая лесосеку,
Он что-то хочет рассказать
Почти словами человека.

Борис Пастернак

jueves, 16 de enero de 2020



Boris Pasternak

No tocar





No tocar

“Pintura fresca, no tocar”.
El alma no tuvo cuidado:
En la memoria hay manchas de mejillas,
Y pantorrillas, manos, ojos, labios.

Más que toda ventura y desventura,
Mujer, yo te he querido.
Porque este blanco mundo amarillento
Es como cal de cándido contigo.

Y, bruma mía, amiga mía, juro
Que verás que se vuelve aún más blanco
Que un delirio, o tulipa de una lámpara,
¡Más que la venda en una frente, blanco!

1917

Boris Pasternak

[Versión de P. A.
Ranchos, 16-I-20]

*

Не трогать

“Не трогать, свежевыкрашен”,-
    Душа не береглась,
И память - в пятнах икр и щек,
    И рук, и губ, и глаз.

Я больше всех удач и бед
    За то тебя любил,
Что пожелтелый белый свет
    С тобой - белей белил.

И мгла моя, мой друг, божусь,
    Он станет как-нибудь
Белей, чем бред, чем абажур,
    Чем белый бинт на лбу!

1917

Борис Пастернак

sábado, 5 de marzo de 2016


BORIS PASTERNAK

EL TRIGO


Isaac Levitan - Un día nublado. Rastrojo


El trigo


Por medio siglo sumas deducciones
Aunque no las registres en cuadernos,
Y si no eres un poco deficiente
Algo habrás entendido de todo esto.

Has entendido el gozo del trabajo,
Secreto y ley del éxito,
Que el ocio, has entendido, es maldición,
Y no hay felicidad si no hay esfuerzo.

Que aguardan sus altares y sus revelaciones,
Héroes, figuras de leyenda,
El reino adormecido de las plantas,
El poderoso reino de las fieras.

Que primero, entre las revelaciones,
Está, en la sucesión de los destinos,
Legado de un antiguo padre a los venideros
Descendientes, nutrido por los siglos, el trigo.

Que no llama tan sólo a la cosecha
El sembrado de trigo y de centeno,
Que en un tiempo remoto este papel
Sobre ti lo escribió ya algún maestro.

Y que ésta es su palabra,
Su extraordinaria hazaña justamente,
En el ciclo terrestre de dolor,
De nacimientos y de muertes.


Boris Pasternak

[Versión de Pablo Anadón]


*


Хлеб



Ты выводы копишь полвека,
Но их не заносишь в тетрадь,
И если ты сам не калека,
Ты должен был что-то понять.

Ты понял блаженство занятий,
Удачи закон и секрет.
Ты понял, что праздность проклятье
И счастья без подвига нет.

Что ждет алтарей, откровений,
Героев и богатырей
Дремучее царство растений,
Могучее царство зверей.

Что первым таким откровеньем
Остался в сцепленьи судеб
Прапращуром в дар поколеньям
Взращенный столетьями хлеб.

Что поле во ржи и пшенице
Не только зовет к молотьбе,
Но некогда эту страницу
Твой предок вписал о тебе.

Что это и есть его слово,
Его небывалый почин
Средь круговращенья земного,
Рождений, скорбей и кончин.


Борис Пастернак


miércoles, 25 de marzo de 2015


Boris Pasternak


En busca de hongos



Isaac Levitan
"Sendero en el bosque"

Días atrás, una querida amiga, Claudia Kühn, me refirió las palabras que su padre solía repetir cuando era niña e iban de excursión a recolectar hongos a los bosques de las sierras. Me las tradujo del alemán paterno: “Si uno permanece quieto y callado, un día húmedo después de la lluvia, puede escuchar cómo se entreabre el silencio con cada hongo que nace debajo de los pinos.” Dedico a ella y a sus memorias de infancia esta versión —que acabo de revisar de “En busca de hongos”, un poema del último libro de Boris Pasternak, Когда разгулятся (Cuando aclara), publicado poco antes de su muerte, en el que se relata una expedición semejante a las que ella recordaba.



En busca de hongos



Vamos en busca de hongos.
La carretera, bosques y cunetas.
Postes viales
A izquierda y a derecha.

Salimos de la amplia carretera,
Nos adentramos en el bosque umbrío.
Damos vueltas, aquí y allá, dispersos,
El rocío nos llega a los tobillos.

Y el sol, al pie de los arbustos, sobre
Hongos blancos y agáricos,
A través de la sombra más umbría,
Da su luz desde el linde de los bosques.

Detrás de un tronco, oculto, asoma un hongo
Y sobre él un pájaro se posa.
Para que no perdamos el camino
Nos sirven de señales nuestras sombras.

Pero el tiempo, en septiembre,
Es tan breve, que al alba
Será difícil que se nos encuentre
En la honda espesura del boscaje.

Los cestos están llenos,
Colmados los canastos.
La mitad sólo tiene
Hongos agáricos.

Emprendemos la vuelta. A nuestra espalda,
Queda inmóvil el bosque, como un muro:
Allí, en la belleza terrenal,
El día se ha extinguido en un segundo.



Boris Pasternak

[Versión en castellano de P. A.]








По  грибы



Плетемся по грибы.
Шоссе. Леса. Канавы.
Дорожные столбы
Налево и направо.

С широкого шоссе
Идем во тьму лесную.
По щиколку в росе
Плутаем врассыпную.

А солнце под кусты
На грузди и волнушки        
Чрез дебри темноты           
Бросает свет с опушки.      

Гриб прячется за пень,       
На пень садится птица.       
Нам вехой — наша тень,     
Чтобы с пути не сбиться.    

Но время в сентябре
Отмерено так куцо:
Едва ль до нас заре
Сквозь чащу дотянуться.

Набиты кузовки,
Наполнены корзины.
Одни боровики
У доброй половины.

Уходим. За спиной —              
Стеною лес недвижный,          
Где день в красе земной           
Сгорел скоропостижно.



Борис Пастернак