Alfonso Berardinelli
¿Finalmente somos todos
poetas?
La deriva demagógico-populista
sobre la poesía
“La poesía está viva, viva la poesía”.
Así el domingo pasado en la “Lettura” del Corriere
della Sera sonaba el festivo grito dominical con el cual ha sido titulado
un largo artículo de Paolo Di Stefano. El tranquilizador mensaje (copos de
azúcar lanzados al pueblo de los poetas) era especificado en los subtítulos: el
número y la calidad de los autores contradicen a los profetas de la catástrofe,
hay “editores heroicos, los espacios están a salvo, los versos encuentran
lectores, pero se ha perdido el diálogo entre las generaciones de escritores”.
Bien:
primero la agradable mentira y luego, al final, una sencilla verdad: entre los
muchos y solícitos poetas de hoy y los pocos poetas de ayer “se ha perdido el
diálogo”, como decir que la continuidad se ha interrumpido y la que hoy
llamamos poesía, en la mayor parte de los casos, tiene poco que ver con la que
se definía como poesía ayer. ¿Ha habido tal vez una radical revolución formal? ¿Como
la que un siglo atrás alejó la poesía del siglo XX de la del siglo anterior?
No, ninguna revolución formal, sino una revolución social: el pueblo ha tomado
el poder poético. Y viva, somos todos libres de crear, de expresarnos, de
publicar. Con el derecho, además, de tener derecho (para decirlo con aquel
retórico de Rodotà)
de ser considerados poetas si lo deseamos poderosamente, si estamos firmemente
convencidos de serlo. Sentirse poetas, lograr publicar, equivale al derecho de
ser considerados poetas, “prescindiendo” de lo que hayamos escrito. Quien tenga algo que objetar sobre la sustancia (sobre la cualidad, el valor, el interés)
es un profeta de la catástrofe.
El populismo en política tiene
sus contraindicaciones, porque acaricia los deseos y los sueños de las
mayorías. Tiene, sin embargo, buenas razones en todo sistema democrático en el cual
el poder en teoría pertenece al pueblo. El populismo poético, en cambio, es
sólo ridículo. Merecería una sátira surrealista (ah, ¡si los surrealistas
existieran todavía!) o una escena de teatro del absurdo, en la cual aparezca un
solo inocente lector perseguido por veinte poetas que reivindican el derecho de
ser leídos por él… También en poesía está vigente ya una paradoja, como en
todas partes en la sociedad: la pretensión de pertenecer a un club exclusivo
que no obstante abre las puertas a todos.
Paolo Di Stefano escucha diversos
pareceres y parece (parece) llegar una vez más a conclusiones optimistas. Uno
puede quedarse a escucharlo, dudando o no. Pero las que cuentan son las cinco
listas de poetas con sello timbrado y certificación otorgada por el Corriere.
Paso por alto la primera lista, brevísima, la de los nacidos antes de 1930:
Nelo Risi, Giampiero Neri, Giancarlo Majorino, Franco Loi. Aquí hay poco para
objetar. Pero las cuatro listas que siguen contienen a 54 poetas. Son
demasiados, pero también son pocos. Hace un año, según el crítico Alberto
Casadei, los poetas en actividad eran 110, es decir, el doble (le escribí una
cartita abierta, porque se había olvidado por completo de los 6 que yo publiqué
en Scheiwiller: Carlo Bordini, Bianca Tarozzi, Riccardo Held, Giorgio
Manacorda, Paolo Febbraro, Matteo Marchesini).
Nicola Crocetti, editor de la
revista Poesia, habla de cómo acertar a los “valores auténticos” entre los “centenares
de libros que salen”. Buen problema. Más aún, el único problema. Pero cada uno
puede notar que hoy casi no hay crítico que se ponga de acuerdo con otro
incluso si se deben individualizar sólo los diez nombres más seguros. Si se
llega a los 54 (según Di Stefano), a los 64 (número caro a Cortellessa) o a los
110 (número elegido por Casadei), reina la confusión, pero tambalea también la
demagogia poética-populista, porque el pueblo de los poetas excluidos incluso
de listas tan generosas es al menos igualmente amplio cuanto la de los
incluidos.
Sería divertido ejercitar el
método de la adivinanza. Un ejemplo: los Novissimi de la neovanguardia eran
Giuliani, Pagliarani, Sanguineti, Porta, Balestrini. Entre éstos los poetas eran dos.
Adivinen cuáles. Repasando las listas de los poetas nacidos después de 1930 y
llegando a 1980, prueben de adivinar por cada década cuáles son los “valores
auténticos” y cuáles los presuntos derechos poéticos, adquiridos por antigüedad
o por “usucapión”. En lo que a mí respecta, poetas legibles no he encontrado
más de 10 ó 12 dentro de 54. Adivinen cuáles son, procurándose un ejemplar de
la “Lettura”, en su quiosco hasta el 15 de agosto.
P.S.: En cuanto a la legibilidad
de los poetas, no es necesario hacerse los vivos. Se puede ser gramaticalmente
claros, y sin embargo ilegibles, en el sentido de que, después de haber leído,
la lectura resulta inútil. Hoy los poetas de lectura clara han aumentado. Se
lee y no es que no se entienda: pero no se entiende por qué se dice de ese modo
lo que se dice, desde el momento que leyendo vienen inmediatamente ganas de
decirlo de otro modo, o no decirlo en absoluto. La ilegibilidad es esto.
[En: “Il Foglio”, 16 de agosto, 2015,
Traducción
de P. A., Córdoba, 21-VIII-15]
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