LA FORMA POÉTICA
Y LA CONCIENCIA MODERNA
Robert Frost les habla a los estudiantes
y responde al cuestionamiento
de un profesor
y responde al cuestionamiento
de un profesor
Parado junto al bosque una tarde de nieve, dijo Frost. Puso las dos manos en el púlpito y miró atentamente al señor Ramsey.
Sí, señor. Bien, ese poema concreto es frecuente en su obra pues está escrito en forma de estancia, con versos yámbicos relacionados por la rima.
Muy bien, dijo Frost. Veo que ustedes, chicos, aprenden muchas cosas aquí.
Hubo un gran estallido de risas, más cáusticas que alegres. El señor Ramsey esperó a que se apagaran mientras Frost paseaba la mirada maliciosamente por la capilla, dominando el desorden. No le desagradaba nada el alboroto que había originado su confusión, se podía ver, y cabía preguntarse si en realidad se trataba de una confusión. Finalmente dijo:
¿Quiere hacer alguna pregunta?
Sí, señor. La pregunta es si una disposición del lenguaje tan rígidamente formal es adecuada para expresar la conciencia moderna. Es decir, ¿no debería la forma dar paso a modos de expresión más espontáneos, aunque sea a costa de cierto desorden?
La conciencia moderna, dijo Frost. ¿Qué es eso?
¡Vaya! Una buena pregunta, señor. Verá…, hablando muy a grandes rasgos, yo la describiría como la respuesta de la mente a la industrialización, a la saturación de propaganda por parte de los gobiernos y de la publicidad, las dos guerras mundiales, los campos de concentración, el oscurecimiento de la fe por la ciencia, y claro, la amenaza constante de aniquilación nuclear. Es indudable que esas cosas nos han afectado. Es indudable que han cambiado totalmente nuestro modo de pensar.
Es indudable que nada. Frost miró fijamente al señor Ramsey.
Si aquello hubiera sido el Juicio Final, al señor Ramsey y a su conciencia moderna les habría venido encima una terrible condena. El profesor no podría parecer más solo que allí de pie.
No me hable de ciencia, dijo Frost. Yo mismo soy algo científico. Pero usted no lo sabía. Botánica. Ustedes, chicos, saben lo que es el tropismo, es lo que hace que una planta crezca en dirección a la luz. Todo aspira a la luz. Uno no necesita atrapar una mosca para deshacerse de ella…, basta con dejar a oscuras la habitación, dejar una rendija de luz en una ventana, y se marcha. Siempre funciona. Todos tenemos ese instinto, esa aspiración. La ciencia no puede… ¿qué palabra empleó usted? ¿Oscurecimiento?... La ciencia no puede oscurecer eso. Lo único que puede hacer la ciencia es apagar la luz falsa, para que la luz auténtica nos lleve a casa.
El señor Ramsey empezó a decir algo, pero Frost continuó.
De modo que no me hable de ciencia, y no me hable de guerra. Perdí a mi mejor amigo en la que llamaron la Gran Guerra. También Aquiles perdió a su mejor amigo en la guerra, y Homero no traicionó su dolor escribiendo sobre él en hexámetros dactílicos. Siempre ha habido guerras, y las guerras siempre han sido estúpidas. Es muy bonito y muy agradable pensar que somos las personas más engañadas de la historia…, pero eso es lo que ha pensado todo el mundo desde el comienzo de los tiempos. Eso sirve de excusa para todo tipo de pereza. Pero volviendo a mi amigo. Escribí un poema para él. Todavía escribo poemas para él. ¿Honraría usted la memoria de su propio amigo poniendo las palabras justo como le vienen…, sin pensar en cómo suenan, en el significado de su sonido, el sonido de su significado? ¿Reflejaría eso sinceramente la pérdida?
Frost había estado mirando directamente al señor Ramsey mientras hablaba. Ahora se interrumpió y dejó que sus ojos recorrieran la capilla.
Estoy pensando en el dolor de Aquiles, dijo. Aquel famoso, aquel terrible dolor. Déjenme que les diga una cosa, chicos. Un dolor así sólo se puede contar dentro de una forma. Puede que en realidad sólo exista dentro de una forma. La forma lo es todo. Sin ella uno no consigue nada, a no ser un grito desgarrado…, sincero, quizá, con todo lo que eso vale, pero sin profundidad ni alcance. Sin eco. Puede que sea una queja, pero no expresa dolor, y las quejas son peticiones, no poesía. ¿Responde eso a su pregunta?”
[De Tobias Wolff, Vieja escuela,
Traducción de Mariano Antolín Rato,
Alfaguara, Buenos Aires, 2006, págs. 77-79]
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