György Faludy
La lengua materna y la poesía
"Hablé después del problema de la lengua magiar, que
era el más sólido de los vínculos que me ataban a mi país natal. Confesé la
sorpresa y el dolor que me había causado, en la base aérea de Kotiak, que mis
compañeros me dijeran una mañana que hablaba inglés en sueños. En Fort
Leonardwood, un campo que estaba en la mitad de los bosques de Misuri, uno de
mis compañeros que miraba por encima de mi hombro mientras escribía un poema en
la cantina, me preguntó que por qué no lo escribía en inglés. Le expliqué que
cuando pronunciaba la palabra wood,
para él significaba el boscaje denso y oscuro que teníamos alrededor, hecho de
árboles con formas raras, entrelazadas, con un sotobosque parecido a la jungla,
tenebroso y aterrador. Pero que cuando yo pronunciaba la palabra húngara que
significa "bosque", erdõ,
lo que yo veía era los árboles jóvenes, esbeltos y poco abundantes, en las
estribaciones del monte Mátra, con pedazos de cielo azul entre sus ramas, con
plantas de fresa y matojos de hierba a sus pies. Las palabras más concretas no
tenían el mismo sentido para cada uno de nosotros, por no mencionar términos abstractos
como partido político, ética, estilo de vida, religión
o deber.
Cuando encontraba una rima en magiar, sabía
inmediatamente si algún otro poeta húngaro la había utilizado ya, y sabía si
tenía un acento moderno o arcaizante, solemne o cómico, banal o exquisito.
Sabía si era estudiadamente discreta o refinada, si era intencionadamente
aburrida, si estaba resuelta artísticamente o si era defectuosa, si su música
tenía un tinte melancólico, alegre, arrogante o desesperado, si contenía una
inexpresada brutalidad, o ironía, o hastío, o ninguna de todas esas cosas. En
inglés ni siquiera estaba seguro de que las palabras rimasen, excepto cuando
las veía escritas. Yo era hijo de la literatura húngara e hijo también de la
historia de Hungría. En la escuela no había aprendido de Herrick, sino de
Balassi, ni de Keats, sino de János Arany. La palabra victoria no me evocaba el muro de ladrillos rojos de Appomattox,
sino el verde del campo de batalla de Isaszeg; la palabra democracia tenía para mí la cara de Lajos Kossuth, no la de Abraham
Lincoln. Sabía todo lo que puede saberse acerca de la vida de un campesino
húngaro: los cuentos de hadas que le habían provocado malos sueños en la niñez,
su manera de moverse, las muecas que ponía al afeitarse en la cocina el domingo
por la mañana. Y sabía en qué manera la memoria de la historia de Hungría había
permeado su espíritu. Las alegrías y las penas de un granjero de Georgia me
eran enteramente desconocidas."
György Faludy
[En: Días felices en el infierno (1962),
Traducción de Alfonso Martínez Galilea,
Edición conjunta de las casas editoriales
Pepitas de Calabaza y Fulgencio Pimentel,
Logroño, España, 2024, págs. 251-252]