Sergio
Solmi
A la hija
Dice sobre estos versos Giovanni Pacchiano, quien cuidó la
edición de las poesías completas de Sergio Solmi: “Solmi
amaba inventar y contarles a sus dos hijos, Renato y Raffaella, de niños, fábulas
maravillosas y extravagantes. Aquí se encuentra el eco de una de ellas, y de
una enfermedad de la hija.” Me
gustaría dedicar, a mi vez, esta versión del poema a mis propios hijos, Francisco,
Irene y Mariana, en quienes pensaba mientras lo traducía.
A la hija
Cangrejo y Camarón marchaban. Era
la noche, radiante se extendía
el país de las Langostas.
Era la noche sin final, la espera
sofocada de la incorpórea mano
que te apretaba la garganta,
del aterrado brinco, del ojo dilatado,
el exorcismo de las grandes sombras
precipitándose, las que incubaba
la lámpara sepulta. Y, sin embargo,
los animales de la infancia aún
reían en lo oscuro, aún recorrían
de aire y de seda mares increíbles,
los reinos encantados
rotaban los colores,
auroras boreales sobre el hilo
de la aventura. Y, mano
en la mano, esperábamos el alba.
Ahora que con desgarro, consternada,
has cruzado el umbral, y veo tu imagen
alejarse empujada por el viento
de alta mar, y aturdido el corazón
te sigue (¿por extraños
parajes tal vez andarás, por donde
ya no podré seguirte?,
¿tal vez será humillada
la hermosa palma
que con orgullo sostenía en alto?),
daría toda esperanza, aún los últimos
fantasmas entrañables de la mente
haría arder en rápida fogata
para entibiar tus miembros,
alumbrarte el camino.
Pero que un día, al menos, cuando baje
la gran calma, que entonces pueda tenerte cerca.
Que el murmurante bosque en un susurro
vuelva a animarse del antiguo viento.
Que el tiempo se haga nuevamente fábula.
Escucha. A lo mejor la oscuridad
no es tan oscura al fin… Mira: penetra
como la aguja de una luz azul
en el bosque sombrío. Mira: ahí,
en la espesa maraña hay un fantasma
de agua loca, que ríe. Descendamos
por el rayo impalpable. Hay otro bosque,
hay otro cielo. Cautamente, al sesgo,
con sus patas torcidas,
Cangrejo y Camarón regresan
a la guarida de las comadrejas.
Reptando, a los purpúreos
torreones de los hongos
amanitas aún trepan los astrónomos
caracoles. Exhalan los estanques
luminiscentes el suave canto
de las ranas.
¿Será un instante, apenas,
o lo eterno? Y qué importa, si tan sólo
vive el rapto indecible
del corazón, más fuerte
que toda falsedad, toda verdad,
más verdadero que lo efímero e inmortal,
el verdadero sueño de la fábula,
cuando, mano en la mano,
descenderé al antiguo paraíso,
me perderé en aquel dulce color del alba.
(1952)
Sergio Solmi
[Versión de P. A.
Ranchos, 13/14-I-18]
*
Alla
figlia
Gambero e Granchio
marciavano. Era
la notte, raggiante s’apriva
delle Cavallette il paese.
Era la notte senza fine,
l’attesa
soffocata dell’incorporea
mano
che ti stringeva alla gola,
del balzo
atterrito, dell’occhio
dilatato,
lo scongiuro delle grandi
ombre crollanti
che la sepolta lampada
covava.
Ma gli animali dell’infanzia
ancora
ridevano nel buio, scorrevano
d’aria e di seta gli
incredibili mari, i paesi
incantati ruotavano colori,
aurore boreali sopra il filo
dell’avventura. E, mano nella
mano,
attendevamo l’alba.
Ora che con strazio,
sgomenta,
hai varcato la soglia, e
l’immagine
tua vedo allontanarsi
sospinta dal vento del largo,
e il cuore interdetto ti
segue
(forse per stranie
contrade n’andrai, dove
non potrò più seguirti?
forse umiliata sarà
la bella palma
che in alto orgoglioso
levavo?),
ogni speranza darei, fin gli
estremi
cari fantasmi della mente in
rapido
fuoco arderei, che ti scaldi
le membra, t’avvivi il
cammino.
Ma un giorno almeno, quando
scenderà
la grande calma, t’abbia
appresso allora.
La brulicante foresta a un
brusìo
s’animi dell’antico vento. Il
tempo
torni favola. Ascolta. Forse
il buio
non è poi così buio...
Guarda: penetra
non più che l’ago d’una luce
azzurra
entro l’oscurità del bosco.
Guarda:
nel folto intrico ride un
fantasma
d’acqua pazza. Scendiamo
lungo il raggio impalpabile.
C’è un altro
bosco, c’è un altro cielo.
Cauti a sghembo
sulle zampe distorte Granchio
e Gambero
ritornano alla tana delle
donnole.
Strisciando, alle purpuree
torri delle amaniti ancora
montano
i lumaconi astronomi. Gli
stagni
luminescenti esalano il soave
canto delle ranocchie.
Sarà un
attimo
o l’eterno? E che importa, se
soltanto
vive il ratto indicibile del
cuore
più forte d’ogni falso e
d’ogni vero,
più vero d’ogni effimero e
immortale,
vero sogno di favola,
allorquando,
la mano nella mano,
scenderò nell’antico
paradiso,
mi sperderò in quel dolce
color d’alba.
(1952)
Sergio
Solmi
[“Dal balcone” (1968), en:
“Poesie, meditazioni e
ricordi”,
Adelphi, Milano, 1983]