De la opinión
sobre obras ajenas
a Alfonso Berardinelli
y José Luis García Martín
“Alcestes: Poco apto soy, señor, para decidir la cosa.
Dispensadme de
ello.
Oronte: ¿Por qué?
Alcestes: Porque tengo el defecto de ser más sincero
de lo conveniente.”
Molière, “El Misántropo”
A nadie se
le ocurriría ofenderse porque otra persona no aprecia los mismos libros, la
misma música o las mismas películas que uno aprecia; podemos pensar para nuestros
adentros que le falta una adecuada perspectiva para percibir su valor, que no
tiene nuestros mismos intereses o preocupaciones, que carece de gusto estético
o, incluso, que no entiende un carajo de cine, de música o de literatura, así
como el otro puede pensar exactamente lo mismo de nosotros ―pero nunca
ofendernos porque esa persona no comparte nuestro entusiasmo por las obras en
cuestión. Es notable, sin embargo, la cantidad de gente que, luego de pedir un
parecer sobre el propio libro, se ofende si el consultado le expresa, con la
mayor delicadeza posible, pero francamente, una opinión desfavorable sobre el
fruto de algunos de sus desvelos. Inmediatamente aparecen términos como “mala
leche”, “mediocridad”, “estupidez”, etc., y se pasa alegremente de la
consideración del texto a la persona del comentarista, cuando no de sus
familiares cercanos, en especial su madre. Puede entenderse la tristeza, el
orgullo herido, la decepción y demás reacciones naturales de nuestro deseo de
ser queridos y admirados por todos (seguimos siendo siempre niños, como reza la
sabiduría popular), pero enojarse con quien se ha tomado el trabajo de leernos
y de darnos su sincera opinión, muestra que en realidad no se le pedía un
parecer, sino sólo un aplauso; que o bien nos tenemos en tan alta estima que
cualquier objeción la juzgamos una falta de respeto, o bien nos tenemos en
tan baja estima que cualquier contradicción ―no a nosotros, sino a nuestros
trabajos― nos deprime y exaspera; y, en fin, que le damos demasiada importancia
al juicio del otro, quien puede estar tan equivocado como nosotros mismos.
Lamentablemente, la experiencia demuestra que son pocos los creadores capaces
de aceptar las críticas a la propia obra como si se tratara de una obra ajena ―poder
verla así, sin embargo, es lo único que permite ser medianamente
ecuánimes y autocríticos con lo que hemos hecho―, de modo que su lección enseña,
si se nos pide una opinión estética, a callarnos la boca, o a ser hipócritas… o
a aceptar quedarnos sin amigos. ¡Ah, Alcestes, Alcestes!
P. A.
Córdoba, 23-VIII-12