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viernes, 23 de enero de 2015

SOBRE ESOS RESTOS


A N. A. N.,
in memoriam, 
y a sus hijas



Francisco de Goya —  "El sueño de la razón produce monstruos"
Aguafuerte (1799)




Sobre esos restos



Amanece en el patio de la casa,
Que era hasta ahora indistinta oscuridad,
Y adentro está la luz aún encendida.

Qué raro que parece que los pájaros,
Y el follaje del fresno, y los geranios,
Y la gata que cruza sigilosa,

Sigan su vida de cada mañana,
Tan cerca y lejos a la vez del hombre
Bajo la lámpara, no sepan nada

De todo lo que adentro ha sucedido,
De lo que ha sucedido tras la tapia
En el país, alrededor del mundo.

Deja el hombre su libro y su libreta,
Y esa pena que siempre lo acompaña
En estos días, aunque mire el techo

E intente no pensar, no recordar
Al muerto y a sus hijas, y a los cuervos
Que graznan roncos, rondan y desgarran,

Convierten en carroña lo que tocan…
Se asoma al patio, a las paredes blancas
Que ha visto desde niño; ya clarea

Y sale a caminar por los ladrillos
Como si caminara en su memoria,
Va y viene, viene y va, y se detiene

Un instante, asombrado, como quien
Ha recordado algo lejano o ve
Por vez primera lo que ha visto tanto:

Los pájaros, el fresno, los geranios,
La vieja gata de sus padres viejos,
Las paredes bolseadas a la cal,

Son el mundo también, y son la vida
Que a la vida renace en la mañana…
Y sigue andando, de ida y vuelta, ahora

Más sereno, diciéndose en silencio,
Como si hablara: “No lo lograrán;
Podrán volver harapos nuestra carne

Y nuestro hígado roer por años,
Pero siempre estarán estas pequeñas
Alegrías que nunca nadie, nunca

Podrá quitarnos, aunque nos despojen
De todo: ellas regresan, como vuelve
A la memoria lo que más amamos,

La niñez a los ojos del anciano,
Y esos fragmentos memorables son
La patria verdadera, que la historia,

La pesadilla que revolotea
Alrededor de la razón que sueña,
No podrá aniquilar —sobre esos restos

Atesorados de un país en ruinas,
Del planeta expoliado, volveremos
Piedra tras piedra, a levantar la vida.”



Pablo Anadón


[Villa Dolores, 23-I-15]


miércoles, 19 de junio de 2013


El incómodo antiperonismo 

de Jorge Luis Borges


Publico aquí mi breve respuesta al artículo “Borges, del populismo al antiperonismo”, aparecido en “La Voz del Interior”, en el cual Antonio Oviedo polemizaba con mi nota “Leyenda y realidad del peronismo”, publicada en el mismo diario, que puede leerse en la entrada anterior. La demora en presentar mi réplica se debe a que la misma debía aparecer en las páginas del matutino cordobés, como es habitual en este tipo de discusiones. Si bien la envié a la redacción del periódico un par de días después de publicado el texto de Oviedo, lamentablemente, como me explica uno de sus editores, “la dinámica de las noticias de este bendito país” ha hecho imposible encontrarle un lugar en sus páginas. Sin quejas, pues, dado que entiendo muy bien esa bendita dinámica, presento aquí mi respuesta a Antonio Oviedo, aunque el número de lectores se reduzca drásticamente (no importa, ya se sabe: “pocos pero buenos”).




Antonio Oviedo, en “Borges, del populismo al antiperonismo”, publicado el 25 de marzo en “La Voz del Interior”, señala que lo llevó a las reflexiones consignadas en su nota la lectura de mi artículo “Una vieja página de Borges / Leyenda y realidad del peronismo”, aparecido en este mismo matutino el 10 de marzo. He leído sus reflexiones con gran interés. Aunque ellas tienen el carácter de una réplica polémica a mi artículo, debo confesar que una vez que cerré el diario quedé preguntándome si Oviedo, transportado por sus pensamientos, se había olvidado en el momento de escribir su artículo de lo que había leído en el mío, o si razones de espacio le habían impedido desarrollar la argumentación. Su réplica, en efecto, pareciera en realidad un diálogo consigo mismo sobre su mayor o menor simpatía con el antiperonismo de Borges (más lo segundo que lo primero) y una reseña sumaria sobre la presencia en la obra de éste de huellas de populismo y de antipopulismo, pero no ofrece ningún argumento en contra de lo que yo planteaba en mi artículo. Sólo al final, como si recién se acordara de lo que había originado sus reflexiones, apunta: “La nota de Pablo Anadón descansa en una simplificación: el antiperonismo testarudo de Borges que, así presentado, es un estereotipo hueco, y levantarlo como tal suena extemporáneo, si no se examinan los vaivenes que atravesaron sus múltiples interrelaciones.”
Dejemos de lado la evidencia de que mi “simplificación” no puede ser “el antiperonismo testarudo de Borges” (en todo caso, debería haber dicho algo así como “presenta una simplificación del antiperonismo testarudo de Borges”, si es eso lo que quería expresar); dejemos de lado también que tal antiperonismo borgesiano no es un “estereotipo hueco”, sino un pensamiento lleno de posibilidades interpretativas y agudas observaciones históricas, como es habitual en Borges, por más “testarudo” que al polemista le parezca; y dejemos de lado asimismo que en mi nota no he “levantado” nada, sino que me he limitado a consignar lo que Borges decía en su ensayo “Leyenda y realidad”, referir las repercusiones que tuvo y plantear algunos puntos de contacto entre las afirmaciones del escritor, las reacciones que éstas ocasionaron y ciertas condiciones del presente político del país, puntos de contacto claramente enumerados al final de mi artículo (relación que vuelve un poco absurdo el cargo de “extemporáneo”, a menos que se explicite en qué consistiría su anacronismo o nos aclare Oviedo qué nuevo sentido le otorga a esta palabra). Dejaré de lado tales inconsistencias argumentativas del texto de Oviedo, e incluso la “petite histoire” que traza de la evolución del pensamiento político de Borges desde el populismo juvenil al antiperonismo de la madurez, no porque no sea interesante debatir sobre esto, sino porque su breve recorrido no aporta nada nuevo al conocimiento de la obra de Borges (el recurso a textos de David Viñas y Ricardo Piglia denota, sí, cierto anacronismo bibliográfico del polemista) y me llevaría más espacio del que tengo concedido refutar algunas afirmaciones insostenibles en sede crítica, como la que plantea una supuesta proximidad del pensamiento político de Lugones y el de Borges (si éste muestra variaciones en su valoración de la poesía del cordobés, su condena del tardo filofascismo lugoniano se mantiene invariable a lo largo de los años). Dejaré de lado, no sin pena, todo esto y me centraré en las razones que pueden haber llevado a Oviedo a polemizar con mi artículo.
Machado señaló que no se puede juzgar un texto por no ser lo que el crítico hubiera querido que fuera pero el autor no se propuso hacer. Sería como condenar, por caso, “La peste” de Camus por no ser una novela histórica, descalificar “Esperando a Godot” de Becket por falta de espesor psicológico de los personajes, etc. La sentencia de Antonio Machado vale como principio de toda crítica ecuánime. Su tocayo local, sin embargo, deplora que mi artículo se concentre en un texto de Borges, en vez de hacer la historia total del vínculo entre su obra y la política, un objeto de estudio sin duda apasionante para una tesis de doctorado, pero arduo de comprimir en el espacio de una nota periodística (él intenta hacerlo en la que llama su “petite histoire”, y por cierto fracasa). ¿Qué ha movido a Oviedo a escribir esa réplica, cuyo propósito parece ser disminuir la importancia del antiperonismo borgesiano a través del recuerdo de su adhesión juvenil al yrigoyenismo y de su atracción por la violencia y el mundo de las “orillas” porteñas? Se me ocurren varias razones de diversa índole; me limitaré a dos.
En primer lugar, es evidente que el antiperonismo borgesiano le ocasiona serias incomodidades a la admiración que el actual director de la Biblioteca Córdoba parece sentir por la obra literaria de Borges: lo califica como “recalcitrante” y “testarudo”, y define las críticas que el escritor dirige a Perón como “ora despiadadas, ora insolentes”. Es notable que un intelectual como Oviedo tome a broma el ultraje laboral sufrido por Borges, por el mero hecho de ser un disidente (uno más, al fin, de los innumerables casos de abuso de poder en aquellos años), y juzgue en cambio “despiadadas”, e incluso “insolentes”, las críticas borgesianas a Perón, como si plantear críticas al poder fuera una insolencia, una falta de respeto (justamente punible, por lo tanto), y hasta una ausencia de espíritu compasivo para con el pobre Teniente General. Personalmente, no veo escisión alguna entre la obra literaria de Borges y su pensamiento político: su célebre “Poema conjetural”, citado por Oviedo, es una clara toma de posición política, y no es casual que lleve al pie la fecha de 1943, año del ascenso de la facción militar nacionalista y filofascista en la Argentina. Si a nuestro polemista le molesta el pensamiento político de Borges debería examinar su admiración por la obra de éste, no criticar a quien le recuerda esa faceta que prefiere no ver en la obra del maestro.
En segundo término, llama poderosamente la atención que Oviedo nada diga sobre lo que ocupa todo el final de mi artículo: la vigencia, en el presente de nuestro país, de algunas notas del peronismo señaladas por Borges (en especial, la vocación autoritaria y verticalista del peronismo y la duplicidad del gobernante que predica la justicia social, la distribución de la riqueza, y se comporta como un nuevo rico, un rico que ha logrado su prodigioso enriquecimiento a través de la política), y el clima de intimidación que revelan las repercusiones que tuvo el artículo de Borges en su momento, que también parece encontrar ecos, crecientes, en la actualidad. Bastarían estas persistencias para demostrar que el antiperonismo de Borges dista mucho de ser un “estereotipo hueco”. También aquí sería interesante que Oviedo reflexionara y definiera su posición al respecto, para saber a ciencia cierta si lo que le incomoda en mi artículo es una eventual “simplificación” del pensamiento político de Borges o que se lo haya hecho presente, tan sólo glosándolo y vinculándolo con la situación actual de la Argentina.


P. A. / Córdoba, 27 de marzo, 2013.

sábado, 25 de mayo de 2013

Leyenda y realidad 
del peronismo

Una vieja página de Borges




Leí hace unas noches en el tomo de las conversaciones de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares que el primero publicó en el diario La Razón , en mayo de 1971, una página sobre el peronismo, titulada “Leyenda y realidad”, hoy recogida entre sus Textos recobrados . Fui a verlo.

El artículo, bastante medido –para ser de Borges– en su carácter polémico, tiene la finalidad de informar a los jóvenes sobre un período que no vivieron y que “un olvido cómplice o candoroso” ha tergiversado, construyendo en pocos años una imagen falsa.

Si con el adjetivo “cómplice” parece aludirse a la idealización del movimiento por parte del peronismo tradicional, con el adjetivo “candoroso”, en cambio, se diría que señala la ingenuidad con que cierta juventud nacionalista de izquierda hizo suya la bandera peronista, identificándola con la del pueblo argentino mismo, y pretendió incluso utilizar para sus propios fines el apoyo que el astuto viejo político le dio, hasta que decidió echar a los “jóvenes imberbes” de la Plaza de Mayo (que fue como decir del país) en un conocido episodio de la historia argentina.

Una semblanza irónica. Las críticas de Borges apuntan al carácter autoritario del peronismo, a su aire de familia con el fascismo italiano, a la demagogia, la censura, la corrupción económica y la corrupción moral (por ejemplo, a través de la práctica frecuente de la delación) que dominaron durante esos años. No pretende ser un estudio, sino una semblanza del llamado justicialismo, presentada con lenguaje llano y no exenta de ecuanimidad (personalmente, sólo le objetaría la reticencia acerca de las mejoras sociales del período).

Tal vez el párrafo más agudo, a mi juicio, por su ironía, sea aquel en que define a Perón como “un nuevo rico”, un nuevo rico que hubiera podido aprovechar su omnipotencia política para instaurar una “rebelión de las masas”, “enseñándoles con el ejemplo ideales distintos”, pero que “se redujo a imitar de manera crasa y grotesca los rasgos menos admirables de la oligarquía ilustrada que simulaba combatir: la ostentación, el lujo, la profusa iconografía, [...], el amor de los deportes británicos y el culto literario del gaucho.”

Notará el lector ese eficaz oxímoron entre el culto del nacionalismo campestre (hoy se preferiría denominarlo “nacional y popular”) y el gusto por los deportes británicos (el fútbol, por ejemplo), típico recurso humorístico de Borges en sus impugnaciones del nacionalismo, como cuando señala en otros textos, no sin verosimilitud histórica, que el nacionalismo es una moda importada de Francia.

Consecuencias. Termina el párrafo de manera incisiva y terrible (“Inundó el territorio del país con imágenes suyas y de su mujer. Su mujer, cuyo cadáver y cuyo velorio usó para fines publicitarios”) y concluye la nota con una sesgada alusión al Martín Fierro: “Perdóneme el lector el atrevimiento de haberle recordado males que todos conocen, pero que ahora inexplicablemente se olvidan.”

Parece que el artículo de Borges tuvo cierta repercusión en el país (fue reproducido en otros medios) y creó bastante alarma entre sus amigos. Silvina Ocampo, al enterarse, se enfureció y le señaló al amigo de su esposo el error que había cometido al publicarlo: “Los peronistas están en una guerra; te pueden hacer cualquier cosa”. Y luego le dijo a Bioy en privado: “Una compadrada con la que nos compromete a todos”.

Borges no le dio mayor importancia al asunto, pero muchos amigos temieron que pudiera ser secuestrado o que lo asesinaran, cosas nada improbables dadas sus costumbres rutinarias y los tiempos que comenzaban a vivirse en la Argentina (yo mismo me he preguntado a veces, al leer estas y otras declaraciones suyas sobre el peronismo, si no habrá pasado por la mente de varios sacarse de encima a ese incómodo escritor).

A los pocos días de publicada la nota, uno de los principales productores financieros de la película Los orilleros , con guion de Borges y Bioy Casares, “alarmado por lo que se viene”, decidió retirar su apoyo del proyecto. Tiempo después, luego de contarle a Bioy sobre la cantidad de cartas que recibía por su artículo periodístico, Borges comentó: “Esa publicación me va a hacer muy popular, si no me matan antes”.

Silvina estaba permanentemente preocupada, no dejaba que su marido lo fuera a buscar solo al amigo y en una ocasión, en que salieron de su casa sin avisarle, entró en pánico, dando por seguro que los habían secuestrado. En las calles de Buenos Aires, señala Bioy Casares, se leyeron por aquellos días carteles que proponían: “Muerte a Rojas y a Borges” (Rojas, por cierto, no alude al escritor Ricardo Rojas, sino al almirante).

La madre del poeta, en una ocasión en que atendió una de los tantas llamadas telefónicas con amenazas de muerte, aconsejó al anónimo asesino en potencia que se apurara a cumplir su propósito, porque ya estaba muy anciana, no fuera que ella se le muriera antes.

Paralelos. En fin, me ha parecido interesante recordar este episodio de la vida política de Borges por varias razones: en primer lugar, para destacar su coraje cívico, del que dio muestras en diversas oportunidades (también fue capaz a menudo de otro coraje más raro aún entre los intelectuales, el de aceptar y hacer públicos sus errores, como por ejemplo cuando asistió al juicio histórico de las juntas militares durante el gobierno de Raúl Alfonsín y reconoció su equivocación y su ignorancia sobre los horrores cometidos por la dictadura militar, que él había apoyado). En segundo lugar, para traer a la memoria de los lectores un texto de Borges ya olvidado. En tercer término, porque algunas facetas de la imagen del peronismo recordadas por el autor parecen tener su reflejo en nuestro presente, particularmente en esa vocación autoritaria del peronismo y en esa duplicidad del gobernante que predica la justicia social y se comporta como un nuevo rico, un rico que ha logrado su prodigioso enriquecimiento a través de la política; y, por último, porque también el clima de intimidación, de temor a opinar libremente, que dejan ver las repercusiones de la publicación de Borges, se diría que tiene un vago, inquietante y progresivo eco en nuestros días.


[En: “La Voz del Interior”, Córdoba, 10 de marzo, 2013]