domingo, 11 de marzo de 2018



Il mestiere di tradurre

(Respuestas a una entrevista
de Guillermina Delupi)



Boris Pasternak traduciendo a Shakespeare


1) Además de conocer a la perfección la lengua que va a traducir, ¿cuáles son los requisitos que debe reunir un traductor para ser bueno en su trabajo? (¿Y qué significa para vos en definitiva traducir).

Aunque practico la traducción de poesía desde la adolescencia, no diría que en mi caso se trata propiamente de un oficio: sólo ocasionalmente lo he ejercido como trabajo, y en cambio nunca he dejado de hacerlo por puro placer, el placer del trabajo artesanal de la poesía, sin las angustias de la creación original, por las que ya ha pasado su autor. La traducción, pues, en mi caso, se origina en la admiración por una obra, como quien se entusiasma tanto con una pieza musical que desea cantarla o tararearla o interpretarla en el propio instrumento. En cuanto a los requisitos, creo que hay tres más o menos imprescindibles, en el caso de la traducción de poesía: un conocimiento suficientemente amplio tanto de la lengua original como de la propia; un conocimiento suficientemente minucioso tanto de las formas poéticas de la obra original, ya sea escrita en verso libre o en verso medido, como de las formas poéticas de la propia lengua, y una atención extremada, como si se estuviera escribiendo un poema propio, a que el texto no suene sólo como un texto traducido, sino que dé la ilusión de que ha sido creado en el idioma de uno.

2) En tu experiencia, ¿creés que varía mucho el trabajo de traducción dependiendo del género? (narrativa, teatro, poesía; en tu caso puntual, contame sobre traducir poesía).

He traducido obras de narrativa, ensayo, teatro y poesía, y, en efecto, hay notables diferencias en el trabajo, particularmente entre los tres primeros géneros y la poesía. Aunque no varíe la atención meticulosa que todo género literario exige, creo que la poesía presenta mayores dificultades: “Poesía ―observó Robert Frost― es lo que se pierde en una traducción”. Aunque pueda sonar escéptica y tajante la afirmación del poeta norteamericano, no deja de tener su verdad, por el hecho de que la poesía conforma un nudo inextricable de sonido y sentido: el sonido involucra tanto la textura fónica de cada palabra como el ritmo peculiar de cada verso, en especial cuando se trata de versos con métrica y/o rima, como es habitual no sólo en la poesía tradicional, sino también en la poesía moderna, y el sentido suele conjugar, asimismo de un modo inescindible, la denotación y las connotaciones de las palabras. ¿Qué se puede hacer? Aunque parezca una empresa casi desesperada, casi imposible, el desafío consiste en recrear, no de un modo literal, sino, justamente, “recreativo”, un equivalente de sonido y sentido como el que se encuentra en el original, es decir, no una copia, sino una metáfora del mismo.

3) ¿Cuáles son las últimas traducciones en las que has trabajado? (O en las que estás trabajando actualmente).

He terminado recientemente una traducción del último libro de poesía de Boris Pasternak, “Cuando aclara”, y una traducción de la poesía completa de la poeta italiana Mirella Muià, ambas a pedido de la editorial Pre-textos de España, cuyos directores ya habían leído en revistas españolas diversas traducciones que había realizado de ambos poetas por el puro gusto de hacerlas. La misma editorial me ha pedido una antología de la poesía de Robert Frost, que aún tengo a medio camino. También por gusto hice años atrás una antología de la poesía italiana de las últimas décadas, ya publicada bajo el título de “El astro disperso”, hace poco revisada y reeditada por la Editorial Brujas de Córdoba, la versión del libro “Diario de Argelia” de Vittorio Sereni y de los poemas póstumos de Cesare Pavese, “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”. En los dos últimos años traduje diversas colecciones de poemas de Serguiei Esenin, W. B. Yeats, T. S. Eliot, Eugenio Montale, Sergio Solmi, entre otros (como verás, para decirlo con una fórmula de Pavese, la traducción es para mí algo así como un “vizio assurdo”). No quiero dejar de mencionar que el primer libro de traducción de poesía publicado fue “El Dolor”, de Giuseppe Ungaretti, una traducción que hicimos a cuatro manos con mi hermano, Esteban Nicotra, en nuestra época de estudiantes, y del cual la editorial ya ha realizado numerosas reediciones a lo largo de los años.

4) ¿Quién es, a tu criterio, el mejor traductor que hemos tenido en Argentina y por qué?

Es difícil, si no imposible, elegir a sólo uno. En mi ensayo “Aproximaciones a la traducción de poesía en la Argentina”, que está incluido en una sección dedicada a la traducción de poesía en el libro “La poesía en el país de los monólogos paralelos”, he trazado una suerte de breve historia de la traducción de poesía en el país, donde menciono a numerosos autores valiosos. Si tuviera que destacar preferencias personales, nombraría ahora a Rafael Alberto Arrieta, Juan Rodolfo Wilcock, Horacio Armani, Raúl Gustavo Aguirre, Ricardo H. Herrera y Alejandro Bekes: en la tarea de ellos, aquella búsqueda casi imposible que decía, la de que el poema traducido se pueda leer como un poema original, con esa mágica conjunción de sonido y sentido, se ha vuelto a veces milagrosamente posible.


[Córdoba, 19-II-18]



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