La poesía y el aprendizaje
del mestiere di
vivere
No sé si la poesía
ayuda a vivir, en un sentido didáctico, es decir, que ella enseñe o colabore
especialmente en el aprendizaje del arduo “mestiere di vivere”. Creo que no.
Tal vez ayude, sí, a ver convertidas en palabras memorables los enigmas que
desvelan nuestra existencia, aunque sean palabras que digan el desconcierto de
“ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto”. La poesía, en efecto, a menudo
se parece más a una interrogación que a una respuesta. Hay en la poesía, sin
embargo, palabras que nos acompañan a lo largo de los días, especie de mantras
o de letanías que vuelven a nuestra memoria una y otra vez, y nos ayudan a
sobrellevar verbalmente el peso incomprensible de la vida, por ejemplo, o a encontrar
un “correlato objetivo” para la levedad inaferrable de nuestra alegría. Un
verso de Borges, entre tantos otros, tiene para mí un valor sapiencial y
obsesivo semejante, casi un talismán para afrontar horas de desasosiego
definido o indefinible. Es aquél que afirma, en el segundo soneto de “1964”,
luego de constatar, con la imperiosidad tajante e injusta que suele producir la
pérdida de un bien al que se le asignaba un valor absoluto, “Ya no seré feliz”:
“Hay tantas otras cosas en el mundo”. Tal sencilla sentencia me parece de una
sabiduría aleccionadora: si no hay bienes absolutos, la variedad infinita del
mundo ofrece un buen consuelo al ánimo atribulado, recordándole que el mal, o
parte del mal, puede consistir en no lograr apartar la atención del motivo de
su angustia. Creo que ese adagio borgeano es complementario, en términos
espaciales, de aquella brevísima frase, igualmente sabia, en términos
temporales, que la leyenda dice que llevaba inscripta el Rey Salomón en su
anillo: “Esto también pasará”.
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