Alfonso Berardinelli
Charles Baudelaire:
A una mujer que pasa
A une passante
La rue assourdissante autour de moi hurlait.
Longue, mince, en grand deuil, douleur majestueuse,
Une femme passa, d’une main fastueuse
Soulevant, balançant le feston et l’ourlet;
Agile et noble, avec sa jambe de statue.
Moi, je buvais, crispé comme un extravagant,
Dans son oeil, ciel livide où germe l’ouragan,
La douceur qui fascine et le plaisir qui tue.
Un éclair... puis la nuit! —Fugitive beauté
Dont le regard m’a fait soudainement renaître,
Ne
te verrai-je plus que dans l’éternité?
Ailleurs,
bien loin d’ici! trop tard! jamais peut-être!
Car j’ignore où tu fuis, tu ne sais où je vais,
O toi que j’eusse aimée, ô toi qui le savais!
Charles Baudelaire
*
A una que pasa
La
calle sordamente alrededor aullaba.
Alta,
esbelta, enlutada, doliente majestuosa,
una
mujer pasó; con la mano fastuosa
en
alto, los festones del ruedo balanceaba,
ágil
y noble, con su silueta divina.
Como
un extravagante yo bebía, crispado,
en
su ojo, cielo lívido donde brota el tornado,
la
dulzura que embruja y el placer que asesina.
Un
relámpago... ¡y noche! Fugitiva beldad
que
renacer me hiciste con tu mirada trunca,
¿no
he de volver a verte sino en la eternidad?
¡Lejos,
lejos de aquí! ¡Muy tarde! ¡Acaso nunca!
Pues
no sé dónde huiste, y tú ignoras mi hado,
¡oh
tú, tú que sabías que yo te hubiese amado!
Charles Baudelaire
[Traducción
de Alejandro Bekes,
en
Fénix / poesía – crítica, N° 19,
Ediciones
del Copista, Córdoba, Abril 2006]
La
desconocida, la transeúnte sin nombre que aparece e inmediatamente después
desaparece en este famoso soneto de Charles Baudelaire, es uno de los
personajes centrales de la poesía moderna. Es la suntuosa, conmovedora alegoría
del amor anónimo, es la encarnación del Eros efímero, de la belleza que huye,
contra el fondo de la primera metrópolis modernamente multitudinaria de la cual
la poesía haya hablado. Lo que Baudelaire roba a la casualidad es un acto de
amor sin duración, en el que se consuma una comunión sólo visual, una certeza
de reconocimiento instantáneo y tal vez imaginario, en medio de la multitud sin
rostro.
Según
Walter Benjamin, el mayor y más original estudioso de Baudelaire, que dedicó
años de investigación a París “capital del siglo XIX”, la experiencia
fundamental en la literatura del siglo pasado es justamente el contacto con la
multitud urbana, o más precisamente la presencia de esta multitud en toda
experiencia y en la forma que toda experiencia individual asume. “La multitud:
ningún otro objeto se ha impuesto más autorizadamente a los escritores del
siglo XIX.” La experiencia de este contacto es descrito por escritores y
filósofos, Hegel y Victor Hugo, Eugène Sue y Friedrich Engels. Pero en
Baudelaire, dice Benjamin, la multitud es hasta tal punto una presencia total y
envolvente que ya no hay necesidad de describirla como un fenómeno, como un objeto
externo al observador: “La masa es tan intrínseca a Baudelaire que se busca en
vano en él una descripción […]. Su multitud es siempre la de la metrópolis, su
París está siempre superpoblada.” Es exactamente a partir de estas
consideraciones sobre la presencia de la multitud que comienza el análisis
benjaminiano del soneto. En esa masa en movimiento que es la multitud, la
fascinación del encuentro inesperado y del descubrimiento coincide con el
espasmo de la pérdida. El momento de la aparición es también el momento de la
desaparición. Aquí el amor relampaguea como promesa, incuso como certeza (“O
toi que j’eusse aimée, ô toi qui le savais!”). Pero la promesa no tendrá
prosecución, no tiene futuro, y queda por lo tanto como una promesa vacía, sin
otro lugar y tiempo que aquél instantáneo del encuentro. La misma certeza de
amar y de ser amados es una certeza alucinatoria, que nada puede comprobar
fuera de una mirada.
“El
éxtasis ciudadano”, dice Benjamin, “es un amor no tanto a la primera como a la
última mirada. Es un adiós para siempre, que coincide, en el poema, con el
instante del encanto. Así el soneto presenta el esquema de un shock, más aún,
el esquema de una catástrofe.” Esta belleza fugitiva es una lívida aparición,
que anuncia el huracán y no puede sino ser luctuosa. La bellísima y majestuosa
viuda lleva ya el luto de un amor agonizante, que nace y muere en un centelleo
de reciprocidad tan intenso cuanto abstracto. Lo que une y separa a los dos
amantes potenciales es el velo negro de la melancolía, el sentimiento de todo
lo que aparece para desaparecer. Ese luto de la mujer es la anticipación de la
precariedad catastrófica que fija y anula al amor en su estado germinal. Desde
su misma aparición como posibilidad relampagueante y borrascosa, este amor es
sólo el recuerdo de un amor ya vivido o vivido quién sabe dónde. El enigma de
este instante que el soneto de Baudelaire aferra con milagrosa y obsesiva prontitud,
es el enigma de una figura viviente en movimiento, es la percepción de su
tránsito a través de un presente en equilibrio entre la inexistencia del pasado
y la inexistencia del futuro.
Alfonso Berardinelli
[Traducción
de Pablo Anadón,
de: Alfonso Berardinelli, Cento
poeti. Itinerari di poesía,
Arnoldo Mondadori Editore, Milano, 1991/1997]
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