ALEJANDRO
BEKES
Pablo
Anadón
Como
escribí hace unos días, cuando publiqué un poema que me dedicara
años atrás Roberto Daniel Malatesta, nunca he incluido en este blog
reseñas, ni ensayos, ni cartas, ni enlace alguno referido a mi
poesía, mis trabajos críticos o mis traducciones. Señalaba en la entrada
aquella que si no lo he hecho, no es porque me parezca mal hacerlo,
sino por pudor provinciano. Creo que hay más, aparte de ese pudor
muy cierto: diría que se trata de una mezcla de pereza –ni
siquiera sé dónde andan muchos de esos textos–
y de una inclinación parecida al fatalismo con respecto a mi
“obra”, como si sintiera que si algo en ella vale, deberá
abrirse camino por sí solo, sin mi ayuda. Eso mismo lo he aplicado a
mi vida, a mi carrera profesional y a casi todo –sin
duda
con malos resultados, como es previsible–.
En este tiempo, en que mi existencia, y por consiguiente lo demás,
estuvo a punto de desaparecer, y en que todo se me ha vuelto un
tembladeral, he sentido la necesidad de sostenerme en lo que pudiera
darme una ilusión para mi vida, una “promesa de felicidad”, y lo
he buscado en el amor, en la amistad y en la poesía. De amistad y de
poesía tratan estos textos, que no publico por vanidad, sino porque
me han ayudado y me ayudan a sobrevivir. Por pudor y por ironía, los
reúno bajo el nombre de “La Egoteca”, pero más bien les
corresponde el título que tomo y parafraseo de un poema de Guillaume
Apollinaire, escrito para la boda de su amigo André Salmon: “De la
amistad fundada en poesía”. Aquí un poema que hace un par de años
me enviara mi hermano –por
consanguinidad poética–
Alejandro
Bekes, que ahora, releyéndolo, me ha conmovido tanto o más que
cuando lo leí por primera vez. La casa en la que este amigo me
recuerda, desde
la cual se oía el arroyo de Alta Gracia,
ya no es la mía; tampoco tengo ahora una chimenea, como entonces,
para pasar las noches a su lado; me quedan, sí, la pipa y los
versos, esos versos que ojalá, según
se lee en el poema,
“lleve un ángel” –como
esos de Chagall–
“de
la mano”.
PABLO
ANADÓN
Lo
veré siempre así, como lo he visto
junto
al hogar, leyendo, hace mil años,
cargando
en la alta noche su impertérrita,
filosófica
pipa. Luz de un fuego
que
arde mal, a capriccio. Afuera cruje
la
escarcha en el camino, si alguien pasa.
La
leña entre las llamas finge un bosque
de
cuento misterioso, y el arroyo
que
murmura allá abajo, incalculable,
sabe
más de nosotros que esas letras
que
el ojo advierte o que la mano traza.
El
fuego persevera sin embargo:
da
su calor y el acre olor del humo,
si
no da luz. Tristeza que es amor,
dice
la voz perdida. Alta tristeza
de
amor entre las ruinas del silencio,
y
el tiempo que se fue con su secreto
sin
revelar, como en el bosque antiguo
se
extravió Pulgarcito, ya muy lejos
y
lejos para siempre de su casa.
Amigo
mío, así te veré siempre,
junto
al hogar, soñando, pensativo...
Melancólica
pipa, luz del fuego
y
un ángel con tus versos de la mano.
14 de mayo 2012
ALEJANDRO BEKES
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