domingo, 12 de diciembre de 2010

William Butler Yeats
(1865-1939)

Navegando hacia Bizancio





Sailing to Byzantium


I

That is no country for old men. The young
In one another's arms, birds in the trees
―Those dying generations― at their song,
The salmon-falls, the mackerel-crowded seas,
Fish, flesh, or fowl commend all summer long
Whatever is begotten, born, and dies.
Caught in that sensual music all neglect
Monuments of unaging intellect.


II

An aged man is but a paltry thing,
A tattered coat upon a stick, unless
Soul clap its hands and sing, and louder sing
For every tatter in its mortal dress,
Nor is there singing school but studying
Monuments of its own magnificence;
And therefore I have sailed the seas and come
To the holy city of Byzantium.


III

O sages standing in God's holy fire
As in the gold mosaic of a wall,
Come from the holy fire, perne in a gyre,
And be the singing-masters of my soul.
Consume my heart away; sick with desire
And fastened to a dying animal
It knows not what it is; and gather me
Into the artifice of eternity.


IV

Once out of nature I shall never take
My bodily form from any natural thing,
But such a form as Grecian goldsmiths make
Of hammered gold and gold enamelling
To keep a drowsy Emperor awake;
Or set upon a golden bough to sing
To lords and ladies of Byzantium
Of what is past, or passing, or to come.


*


Navegando hacia Bizancio


I

No es país para viejos. Los jóvenes allá
Gozan en mutuos brazos, y en las ramas los pájaros
―Esas generaciones moribundas― no dejan de cantar;
Cascadas de salmones, mares poblados de caballas,
Peces, pieles, o aves, celebran sin cesar en el verano
Todo cuanto se engendra, nace, y muere.
En esa red de música sensual todos rechazan
Los monumentos de la eterna mente.


II

Un viejo es una cosa pordiosera,
Un espantajo puesto en una estaca, a menos
Que el alma aplauda y cante, y cante aún más alto
Por cada jirón roto de su mortal vestido.
Y tampoco hay escuelas de canto, sino sólo
Aprender de esas obras de su propia grandeza.
Por eso he navegado los mares y he venido
A la ciudad sagrada de Bizancio.


III

Oh, sabios, en el santo fuego de lo divino
Igual que en el mosaico dorado de algún muro,
Dejen la hoguera sacra, desciendan en un giro,
Y sean de mi alma los maestros cantores.
Mi corazón consuman; enfermo de deseo
Y atado al cuerpo de este animal moribundo
Ya no sabe quién es: lleven mi ser
Al artificio de la eternidad.


IV

Libre por fin de la naturaleza,
Ya nunca más mi forma corporal
Tomaré de una cosa natural,
Sino de las que un orífice en Grecia
Forjaba en oro y esmaltaba en oro
Para ahuyentar el sueño de los ojos
De aquel Emperador adormilado.
O en lo alto de áurea rama he de cantar
Para damas y nobles de Bizancio
Lo que ha sido, lo que es, lo que será.




Versión de P. A.
Córdoba, 24 de agosto, 2009

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