martes, 8 de enero de 2019



Cesare Pavese

Poética




Poética

El chico se dio cuenta que el árbol está vivo.
Si las frágiles hojas a la fuerza se abren
una luz, desgarrando despiadadas la dura
corteza, ha de tener que sufrir demasiado.
Y sin embargo vive en silencio. Está todo,
todo el mundo poblado de plantas que padecen
en la luz, y no se oye ni siquiera un suspiro.
Es una tierna luz. El chico aún no sabe
de dónde viene, ya es de tarde; no obstante,
cada tronco resalta sobre un mágico fondo.
Un instante después ha oscurecido.

El chico ―hay quienes siguen por demasiado tiempo
niños― que le tenía miedo a la oscuridad,
va por las calles sin atender a las casas
que ensombrece el crepúsculo. Ladea la cabeza
para oír un recuerdo remoto. Están las calles
desiertas como plazas, y hay un grave silencio
que se adensa. El peatón podría hallarse solo
en un bosque de árboles enormes. Ya la luz
con un temblor recorre los faroles. Las casas
enceguecidas lucen en el vapor azul
y el chico alza los ojos. Es el mismo silencio
remoto que apretaba el aliento al peatón
éste que ha florecido en la luz imprevista.
Son los antiguos árboles del chico. Y es la luz
ese encanto de entonces.

                                           En el diáfano círculo,
alguien pasa en silencio. Nunca nadie en las calles
revela aquella pena que le muerde la vida.
Y van todos ligeros, cada cual pasa absorto
en su paso, y vacilan grandes sombras. Los rostros
tienen hondas estrías y dolientes ojeras,
pero nadie se queja. En la luz azulada,
mientras dura la noche, vagan entre las casas
sin fin, como si fueran por el medio de un bosque.

Cesare Pavese

[Versión de P. A.
Ranchos, 02-I-19]

*

Poetica

Il ragazzo s’è accorto che l’albero vive.
Se le tenere foglie si schiudono a forza
una luce, rompendo spietate, la dura corteccia
deve troppo soffrire. Pure vive in silenzio.
Tutto il mondo è coperto di piante che soffrono
nella luce, e non s’ode nemmeno un sospiro.
È una tenera luce. Il ragazzo non sa
donde venga, è già sera; ma ogni tronco rileva
sopra un magico fondo. Dopo un attimo è buio.

Il ragazzo – qualcuno rimane ragazzo
troppo tempo – che aveva paura dei buio,
va per strada e non bada alle case imbrunite
nel crepuscolo. Piega la testa in ascolto
di un ricordo remoto. Nelle strade deserte
come piazze, s’accumula un grave silenzio.
Il passante potrebbe esser solo in un bosco,
dove gli alberi fossero enormi. La luce
con un brivido corre i lampioni. Le case
abbagliate traspaiono nel vapore azzurrino,
e il ragazzo alza gli occhi. Quel silenzio remoto
che stringeva il respiro al passante, è fiorito
nella luce improvvisa. Sono gli alberi antichi
del ragazzo. E la luce è l’incanto d’allora.

E comincia, nel diafano cerchio, qualcuno
a passare in silenzio. Per la strada nessuno
mai rivela la pena che gli morde la vita.
Vanno svelti, ciascuno come assorto nel passo,
e grandi ombre barcollano. Hanno visi solcati
e le occhiaie dolenti, ma nessuno si lagna.
Tutta quanta la notte, nella luce azzurrina,
vanno come in un bosco, tra le case infinite.

Cesare Pavese

[De “Poesie del disamore e altre poesie disperse”,
“Opere di Cesare Pavese”, vol. 11, Einaudi, Torino, 1982]

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