KONSTANTINO KAVAFIS
Termópilas
Me
acuerdo que, allá lejos y hace tiempo, cuando tenía veinte años y estudiaba en
la universidad, el querido profesor Oscar Caeiro me invitó a participar en una
mesa sobre la traducción de poesía en el Instituto Goethe. Escribí entonces las
primeras palabras sobre este oficio tan grato e ingrato a la vez, el de la
traducción. Grato, digo, porque uno disfruta de las delicias de la artesanía
poética, sin las angustias que a veces conlleva la creación original. E
ingrato, porque la insatisfacción con los resultados suele ser mayor aún que
con la creación original, y porque siempre son logros precarios: por una parte,
es raro que una traducción sea perdurable, ya que la afecta rápidamente el paso
del tiempo, el cambio de poéticas, de modas, de lenguaje, y cada generación
propone sus propias versiones; y por la otra, el buen lector de poesía por lo
general desconfía de una traducción, la lee, digamos, con ojos más precavidos e
incrédulos que a un texto original. Bueno, no conservo las páginas que escribí
para aquella mesa de traductores, pero recuerdo una metáfora que usé para
ilustrar lo que me llevaba a intentar una traducción. Dije que lo que me
impulsaba a traducir poesía se parecía a lo que lleva a alguien a reproducir en
el piano ―o tararear al menos― una melodía que lo ha encantado y que no puede
sacarse de la cabeza, o a un enamorado a bosquejar los rasgos de la amada, e
incluso ―esa práctica adorable de la adolescencia― a escribir una y otra vez el
nombre querido, que es para su oído una especie de talismán sonoro. Es decir,
la traducción como una manera de hacer propio, con los medios que uno tiene, un
objeto de admiración, cuando no de devoción. Me acordaba de esta metáfora de mi
juventud anoche, cuando la relectura de poemas de Konstantino Kavafis, en una
edición que tiene en la portada, con mi letra de entonces, debajo de mi
vacilante firma, la fecha 1981, me hizo tratar de decir con mis palabras, en
base a la traducción de ese libro (“Poesías completas” de Kavafis, Hiperión,
Madrid, 1976, traducción de José María Álvarez), uno de los poemas del poeta
alejandrino que llevo en la memoria desde aquel tiempo, “Termópilas”. Aquí esa
versión personal, para uso personal, de alguien que ignora todo del idioma en
que está escrito el texto original, el griego moderno.
Termópilas
Honor a
aquéllos que en su vida
Han
decidido defender Termópilas:
Sin
apartarse nunca del deber,
Siempre
justos y rectos en sus actos;
Piadosos,
compasivos; generosos
Si son
pudientes, y también si son
Pobres,
modestamente generosos,
Cada uno
de acuerdo con sus medios;
Siempre
veraces, pero sin guardar
Rencor a
quien no puede no mentir.
Y más
honor a aquéllos que
prevén
(Y muchos son los que prevén)
(Y muchos son los que prevén)
Que al fin Efialtes aparecerá
Y
finalmente pasarán los persas.
Konstantino Kavafis
[Versión
de P. A.,
para uso
personal,
Córdoba,
03-VII-15]
Buenísima versión de este gran poema!
ResponderEliminar¡Muchas gracias, Josefina!
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