miércoles, 20 de febrero de 2013


Dime a quién eliges

(Algunas observaciones sobre
una reciente encuesta literaria
en la Argentina)


Ernst Kirchner, "Grupo de artistas"

Uno no tendría que ocuparse de estas cosas, y menos en vacaciones, pero dado que pareciera que nadie lo hace, y dado que tiene su importancia como síntoma de la situación de la literatura en el país, más precisamente, del modo en que se le da forma pública ―y publicitaria― a la situación de la literatura en el país, habrá que dedicarle un par de horas al asunto.
Esta mañana compré en el quiosco al frente de la plaza de Villa Dolores varios números atrasados de la Revista “Ñ”. Me quedé hojeándolos en un bar cercano, disfrutando del café, del tabaco, de la hora tranquila y del paisaje de la ciudad. Mi humor, pues, era excelente, y la salud de mi hígado también. En uno de esos ejemplares, el correspondiente al 15 de diciembre pasado, me encontré con una encuesta, “Los mejores títulos del 2012”, presentada en la tapa como “100 críticos, académicos, escritores, periodistas, traductores y editores eligen los libros del año”.
El de la encuesta me parece un género crítico muy interesante, que permite extraer valiosos datos, no sólo sobre el objeto de la misma, por ejemplo la literatura argentina del último año, sino también ―y diría que sobre todo― sobre la manera en que se conduce un determinado sector social y cultural, en este caso de la sociedad literaria argentina. En efecto, además de lo que la encuesta ofrece como índice del estado de los valores literarios, resulta una buena muestra de lo que nuestros colegas piensan, sienten y aprecian ―o dicen pensar, sentir y apreciar― sobre la obra de los contemporáneos. La aclaración entre guiones responde al hecho de que no siempre, como sabemos, hay perfecta concordancia entre la esfera privada del pensamiento y el sentimiento, por una parte, y la esfera de su manifestación pública por la otra, e incluso no pocas veces hay notable distancia entre una y otra (para comprobarlo, basta con conversar sobre un libro con algún conocido que trabaje como crítico literario y luego leer la reseña del libro firmada por la misma persona). Se podría hacer, medio en broma y medio en serio, una clasificación al respecto: 1) Los encuestados que dan su verdadero parecer sobre los que juzgan los mejores libros del año; 2) Los encuestados que nombran los libros que, por diversas razones, conviene nombrar; 3) Los encuestados que mencionan los libros de los amigos o de sus parejas; 4) Los encuestados que eligen los libros de los escritores o las escritoras más agradables, o más apuestos, o más ‘buena gente’, o mejor posicionados políticamente; 5) Los encuestados que eligen sus propios libros; etc.
Otra cuestión interesante consiste en la selección de los “críticos, académicos, escritores, periodistas, traductores y editores” convocados para dar su parecer. En este caso, se trata nada menos que de 100 nombres. El número parece una garantía de imparcialidad, y su halo casi mítico de rotunda perfección, garantía asimismo de infalibilidad. Por preferencia y por mayor asiduidad en la lectura del género, me he detenido a ver en detalle quiénes han elegido los títulos de poesía. Luego de repasar la lista (entre algunos otros, Aguirre, Aulicino, Bejerman, Bellessi, Bignozzi, Casas, Chitarroni, Foffani, Fondebrider, Gambarotta, Gruss, Laguna, Monteleone, Pavón, Prieto, Ríos, Rubio, Setton, Villa), me pregunto, casi retóricamente, con qué criterio se ha seleccionado a ese calificado plantel. Una interrogación trae la otra, y me pregunto, casi retóricamente también, por qué no se ha convocado a otros poetas y críticos y estudiosos y traductores tan calificados como los anteriores. Por ejemplo, al azar de la memoria, las generaciones, las tendencias y los lugares de residencia, me habría gustado saber qué hubieran opinado Jorge Leónidas Escudero, Horacio Armani, Antonio Requeni, Jacobo Regen, Rodolfo Godino, Rodolfo Alonso, Teresa Leonardi, Horacio Salas, Santiago Sylvester, Rafael Felipe Oteriño, Cristina Piña, Celia Fontán, Ricardo H. Herrera, Susana Cabuchi, Enrique Butti, Alejandro Bekes, Elisa Molina, Roberto Malatesta, Beatriz Vignoli, Víctor Gustavo Zonana, Carlos Schilling, Claudia Masin, Diego Muzzio, Walter Cassara, Mariano Pérez Carrasco, Pablo Seguí, Javier Foguet, Mori Ponsowy, Nicolás Magaril, Alejandro Crotto, Marina Serrano, Ezequiel Zaidenwerg, etc.etc.
Está claro el punto: a tales encuestados, tales libros elegidos. Los resultados de la encuesta, en el ámbito de la poesía, han destacado los siguientes libros y autores argentinos del pasado año: los cuatro más citados, La novela de la poesía, de Tamara Kamenzsain (Adriana Hidalgo); Estación Finlandia, de Jorge Aulicino (Bajo la luna); Poesía completa, de Olga Orozco (Adriana Hidalgo) y Control no control, de Fernanda Laguna (Mansalva); con menor cantidad de votos, El paisaje interior, de Mirta Rosenberg (Bajo la luna), aunque hay quienes dicen que tiene la misma cantidad que los anteriores (dejo a otros el trabajo de confirmarlo); Notas para una tanza, de Irene Gruss (Gog y Magog); Un hotel con mi nombre, de Cecilia Pavón (Mansalva), La tendencia materialista (antología), de V. Kesselman, A. Mazzoni y D. Selci (Paradiso), La enfermedad mental, de Alejandro Rubio (Gog y Magog), etc.
No sé si al lector la mención de autores y de editoriales le dice algo. A mí me dice claramente lo siguiente: 1) que han sido nombrados autores, libros y editoriales que tienen tanta publicidad crítica en los medios culturales actuales que ya evocan la imagen de la “figurita repetida”, y hacen pensar en el dilema del huevo o la gallina (¿son recordados porque son valiosos o son valiosos porque son periódicamente recordados en los medios?); 2) que se trata de autores que han salido de la costilla de “Diario de Poesía” (salvo, por cierto, Olga Orozco, una poeta que, para bien o para mal, ya está más allá de toda polémica), lo cual demuestra, por si hiciera falta, que todavía hoy el monopolio de la tendencia neobjetivista tiene plena vigencia y que no hay lugar, en estas operaciones literarias, para mostrar la existencia de otras opciones poéticas en el país; 3) que casi no aparecen mencionadas editoriales del interior, salvo alguna, como la editorial Nudista, que publica a una autora porteña tan promocionada como Irene Gruss.
En fin, el resultado de la encuesta, al menos en lo que atañe a la poesía, es, a mi juicio, tan previsible cuanto desalentador. Evidencia el compacto dominio de un grupo poético, cuyo prestigio literario ya nadie parece poner en duda, pero que está lejos de ser incuestionable en términos estéticos y críticos, y una notable indiferencia hacia los autores y las editoriales que vienen trabajando sostenidamente en las provincias, con valiosos logros, salvo aquellas sucursales del grupo que operan en Rosario o Bahía Blanca (la iluminada autopista poética Buenos Aires-Rosario, que alguna vez señalé, desde hace bastante tiempo extiende sus luces y sus carriles también hacia ese puerto de la provincia bonaerense).
Quiero que quede claro que no se trata de una reivindicación geográfica, sino del valor de las obras y de la diversidad de las poéticas. Hay más, mucho más en el país que lo que publica y difunde el estado mayor y menor del neobjetivismo en Buenos Aires, Rosario o Bahía Blanca. Que sólo haya espacio cultural para los mismos nombres, que se haya destacado entre los primeros cuatro títulos de la escritura poética nacional al volumen de Fernanda Laguna, una obra digna del más piadoso silencio, hace pensar que la salud de la poesía argentina atraviesa un momento de crisis aguda, al borde del colapso, no por la ausencia de buenos autores, sino por la presencia de una falange militante, muy activa, unida y organizada, que promociona a sus adherentes y neutraliza el conocimiento de quienes no participan de ella.
Si uno no supiera que la bolsa de valores literarios es tan poco confiable como la financiera para determinar lo que vale y lo que no, y si el tiempo no nos hubiera enseñado que la escritura es un vicio tan absurdo y persistente como cualquier otro, inmune pues a razones y sinrazones, sería el caso de dedicarse nomás a la poesía como quien se dedica al ajedrez o a la filatelia, esas ocupaciones de solitarios y de escépticos.

P. A.
Villa Dolores, 15 de enero, 2013

 [Publicado en “Ciudad X”, La Voz del InteriorCórdoba, 14 de febrero, 2013]

3 comentarios:

  1. Último suplemento de Perfil sobre la poesía argentina actual. Parece que la base de operaciones de la poesía es un solo blog (www.determinadorumor.blogspot.com)
    Encuestas: reciprocidad de amigos.

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    1. Gracias, no había visto esa nota en "Perfil". "El estado actual de la poesía argentina no podría ser mejor", dice el autor de la nota, evidentemente discípulo de Pangloss. Es cierto, qué duda cabe, y además vivimos en el mejor de los mundos posibles.

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  2. Pablo, leí tu comentario sobre el nuevo Cándido en fb, pero no pude responder allí porque no logré entrar a la página. Misterios de internet, que reemplazan al vetusto mysterium fidei escolástico. Como sea, no sólo parece posible creer que el estado actual de la poesía argentina no puede ser mejor, sino que algunos creen que el estado actual de la República Argentina no puede ser mejor... Yo creo que éste todavía podría ser peor. El de la poesía quizá también, pero me cuesta más imaginar algo peor que lo que tenemos. El analfabetismo es aplaudido; la estupidez, exaltada. Pero no es un fenómeno meramente argentino. Hace poco se presentó en la Universidad de Entre Ríos un "poeta" brasileño que afirmó que la Divina Comedia era la única obra de Dante, que el fundador de la Academia de Atenas era Sócrates y que José Saramago se había dirigido a él (al "poeta") llamándolo "maestro"... Parece que van a darle el Nobel. Horacio decía que en arte no se admite la mediocridad... Fue profético: ahora sólo se admite lo francamente malo.

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