sábado, 17 de marzo de 2012

Robert Lowell

NAVEGANDO A CASA 
DESDE RAPALLO




NAVEGANDO A CASA DESDE RAPALLO
                        [Febrero 1954]


Sólo italiano hablaba tu enfermera
pero en veinte minutos ya pude imaginar
tu última semana, y por mi cara
cayeron lágrimas.

Cuando en Italia me embarqué con el cadáver de mi Madre
toda la costa del Golfo di Genova
se irisaba de flores. Incesante
el oleaje amarillo y azul loco golpeaba
como mazos la estela burbujeante
de spumante de nuestro transatlántico
recordándome el brillo de mi Ford.
Mamá viajaba en la primera clase
de la bodega; el negro y áureo féretro
Risorgimento parecía aquel, en Los Inválidos, de Napoleón…

Mientras los pasajeros
en la cubierta se bronceaban
al sol mediterráneo en reposeras,
allá en Dunbarton nuestro cementerio
familiar a los pies de las Montañas Blancas
yacía en temperaturas bajo cero:
la tierra del lugar se hacía piedra,
con tantas muertes que hubo en pleno invierno.

Severos y sombríos en las ciegas tempestades de nieve,
su arroyo negro y sus cipreses
lucían lisos como mástiles.
Una verja de hierro lanceolada
circundaba luctuosa las tumbas de pizarra
casi siempre de estilo colonial.
La única alma sin estirpe histórica
llegada aquí, era Padre, ahora enterrado
bajo su lápida de mármol rosa
nueva, intacta, sin huellas de la erosión del clima.
Hasta el latín del lema de los Lowell:
Occasionem cognosce,
sonaba demasiado mercantil, llamativo,
allí donde el ardiente frío resplandecía
sobre los epitafios de ancestros de Mamá:
unos veinte o treinta Winslows y Starks.
La escarcha había pulido en sus nombres un filo diamantino…

En la grandilocuente inscripción en el féretro de Madre
Lowell estaba mal escrito: LOVEL.
Su cadáver
iba envuelto, como en un panettone,
con papel italiano de aluminio.



[Cementerio familiar en Dunbarton,
mencionado en el poema de Lowell]



SAILING HOME FROM RAPALLO
              [February 1954]


Your nurse could only speak Italian,
but after twenty minutes I could imagine your final week,
and tears ran down my cheeks…

When I embarked from Italy with my Mother’s body,
the whole shoreline of the Golfo di Genova
was breaking into fiery flower.
The crazy yellow and azure sea-sleds
blasting like jack-hammers across
the spumante-bubbling wake of our liner,
recalled the clashing colors of my Ford.
Mother traveled first-class in the hold;
her Risorgimento black and gold casket
was like Napoleon’s at the Invalides…

While the passengers were tanning
on the Mediterranean in deck-chairs,
our family cemetery in Dunbarton
lay under the White Mountains
in the sub-zero weather.
The graveyard’s soil was changing to stone―
so many of its deaths had been midwinter.

Dour and dark against the blinding snowdrifts,
its black brook and fir trunks were as smooth as masts.
A fence of iron spear-hafts
black-bordered its mostly Colonial grave-slates.
The only “unhistoric” soul to come here
was Father, now buried beneath his recent
unweathered pink-veined slice of marble.
Even the Latin of his Lowell motto:
Occasionem cognosce,
seemed too businesslike and pushing here,
where the burning cold illuminated
the hewn inscriptions of Mother’s relatives:
twenty or thirty Winslows and Starks.
Frost had given their names a diamond edge…

In the grandiloquent lettering on Mother’s coffin,
Lowell had been misspelled LOVEL.
The corpse
was wrapped like panettone in Italian tinfoil.



[Versión de P. A.,
Córdoba, 6-7 de febrero, 2012]

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