En memoria del poeta
Jorge Andrés Paita
(Buenos Aires, 1931-2012)
El 27 de octubre pasado falleció en Buenos Aires el poeta Jorge Andrés Paita. Aquí lo recuerdo con un poema de su primer libro y con una nota que escribí sobre su tercer y último libro, Eros en Amazonia.
AFTER SIX
Hoy no quiero bocados
Hoy no quiero bocados
pringosos ni animal muerto,
no voy a fijarme metas
y espero que nadie estorbe
tan enorme silencio de la luna en el patio.
Renuncio a hacer el recuento
de mi vida, que es como todas,
y renuncio al asesinato,
de manera especial a ése
que aún me tienta, me tienta.
Un baño, sí, cigarrillos,
té claro y algunas frutas:
esta noche me tocan
música y versos hasta que me canse.
no voy a fijarme metas
y espero que nadie estorbe
tan enorme silencio de la luna en el patio.
Renuncio a hacer el recuento
de mi vida, que es como todas,
y renuncio al asesinato,
de manera especial a ése
que aún me tienta, me tienta.
Un baño, sí, cigarrillos,
té claro y algunas frutas:
esta noche me tocan
música y versos hasta que me canse.
JORGE ANDRÉS PAITA
[De su libro Cuatro puertos,
Editorial Cuarto Poder, Buenos Aires, 1976]
[De su libro Cuatro puertos,
Editorial Cuarto Poder, Buenos Aires, 1976]
*
DESTELLOS EN EL AGUA CENAGOSA
[Sobre Eros en Amazonia, de Jorge Andrés Paita,
Grupo Editor Latinoamericano, Buenos
Aires, 1999]
Jorge Andrés
Paita pertenece a esa estirpe de autores
que todo lo que hacen lo hacen bien, pero que nunca son valorados como se
merecen. “Poetas sin mito” los podríamos llamar, recordando un poema de Horacio
Armani. Dado que entre nosotros escasea ese específico instrumento cultural que
sirve de balanza y cernidor llamado “crítica”, el prestigio de una obra, antes
que de la eficacia artística y la intensidad humana de los textos que la
componen, suele provenir más bien del aura anecdótica que rodea al autor, cuando
no de sus preferencias políticas, sexuales, etc. Que la obra, luego, sea más o
menos buena o mala, es un detalle accesorio: haciendo honor a la etimología,
debe ser leída para confirmar el valor otorgado a su leyenda.
Debo reconocer, con todo, que en mi caso personal la figura poética de
Paita no ha carecido de su halo mítico, aunque sólo hace un año le haya visto
la cara y hayamos intercambiado un fugaz apretón de manos. Es que en aquella
edad en que el enigma de la vida comienza a revelarse con el mismo delicioso
desasosiego que el de la poesía, yo leía con avidez esa revista ejemplar que
este poeta creó y dirigió entre 1976 y 1977, Escritura, y merodeaba, sin entender del todo, los poemas de su
primer libro, Cuatro puertos (Editorial
Cuarto Poder, Buenos Aires, 1976). También por esos años tuve ocasión de
conocer la lucidez y elegancia de sus notas críticas, que desde entonces no he
vuelto a ver publicadas. Poco tiempo después fue responsable de uno de los
mejores momentos del suplemento literario del diario La Prensa, y en 1983 la editorial Monte Ávila publicó su libro Señales del Segundo Milenio. Luego,
cuando dejó La Prensa, no volví a
saber de su obra ni de él, y alguien me comentó que se había ido a vivir a
Montevideo.
A quince años de su segundo libro, ha aparecido el que ahora nos ocupa,
de título tan singular como los poemas que incluye: Eros en Amazonia (Grupo Editor Latinoamericano, Buenos Aires,
1999). Voy por la octava relectura, y sigo preguntándome en qué consiste el
secreto de esa singularidad. Sin una respuesta definitiva (¿cómo explicar la gracia
de un estilo?), anoto algunas posibles aproximaciones a ella.
He usado la palabra “gracia”; si a ella se asocian las connotaciones de
brillo y levedad, no ha sido afortunada. Estos poemas, aunque no se priven del
fulgor de la metáfora y ciertos momentos de suspensión lírica, poseen más bien,
en cambio, la predominante opacidad de la experiencia que se han propuesto
aprehender y una morosa ―pero bien medida― discursividad. “A un día de su
fuente ―reza una línea de Char citada en el libro― el agua es cenagosa”. De
modo parecido, comparaba Machado: “Como yo, cerca del mar, / río de barro
salobre, / ¿sueñas con tu manantial?”.
Toda poesía nace, quizá, de ese impulso por devolver la vida a la
pureza de su manantial, pero hay poetas que intentan captar ese instante
prístino en sí mismo, cuando la roca se hace oído del líquido murmullo, y otros
que buscan el destello irisado en medio del caudal oscuro, oleaginoso, de los
años y la época.
Éste último es el caso de Jorge Andrés Paita en Eros en Amazonia. Tanto en sus invectivas y homenajes a las mujeres
en la primera sección del libro (“Del amor en Amazonia”), como en sus
recreaciones de momentos y personajes de la historia en la segunda (“Del pasado
presente”), o en los pormenores de ese aguafuerte del mundo al final de una
época y de la existencia en su entrada a la vejez (“En la orilla”), hay una avidez
de inocencia y una tristeza inconfundible, la que el poeta de Campos de Soria ha enseñado a reconocer:
“tristeza que es amor”.
En la clausura padecida por ese amor, y en sus raras liberaciones (“cuando
el turbio mirar se aquieta y el ver bendice” con que se cierra el libro), puede
hallarse una razón de la complejidad tonal del conjunto: se pasa de la ironía
al pathos, de la broma a la plegaria, del llanto a la sonrisa y a la
imprecación, con una facilidad que no es extraña a la existencia (Edoardo
Sanguineti nos decía hace poco que a su juicio el estilo tragicómico era el que
mejor representaba la vida moderna), en especial cuando nos abruma y cuando la
soledad hace del soliloquio un vocerío atronador, pero que no es común en nuestra
poesía. Del mismo modo, raras combinaciones métricas (¡dodecasílabos de
seguidilla!, eneasílabos de arduos acentos…) conducen a los versos sobre el
filo de prosaísmo y lirismo, crudo realismo y estilización, y trazan sílaba
tras sílaba, sin auxilio de ninguna leyenda, los rasgos de un rostro humano
creíble, al fin, por su sola evidencia poética.
Pablo Anadón
[Reseña publicada en la revista Fénix / poesía-crítica, Ediciones del Copista, Córdoba, Nº 6, Octubre
1999, y en el Suplemento Literario de La
Gaceta, San Miguel de Tucumán, 21 de noviembre de 1999, pág. 3]
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