Vaivenes críticos
Es una pena que en algunas reseñas no se cite siquiera un brevísimo
fragmento del libro comentado. El lector tiene que confiar en la palabra del
crítico (que, como sabemos, no siempre es del todo confiable), sin la más
mínima posibilidad de formarse un juicio propio a través de la lectura directa
de una muestra del texto.
Pensaba en esto ayer al mediodía, mientras daba una ojeada en un café
al comentario del único libro de poesía reseñado en la última edición de la
revista Ñ de “Clarín” (07-07-12): Control o no control (Mansalva), de
Fernanda Laguna. Ya el título de la nota, “El nacimiento de la poesía”, de
reminiscencias adámicas o venusinas, me dejó esperanzado, y más aún me intrigó
y maravilló el copete, donde se lee que los poemas de esta autora “quiebran las
a veces férreas convenciones del género”. Mirá vos, me dije, yo que creía que
ya no hay convención alguna en la poesía argentina presente, ni siquiera la de
recordarnos a veces que se está leyendo poesía, y ahora uno viene a enterarse
de que hay incluso “férreas convenciones”.
La lectura de la nota prolongó esta maravilla inicial. Toda ella oscila
entre polos opuestos, como si el crítico hubiera sostenido el libro mientras
iba y venía en una hamaca, o en un subibaja: por un momento, se nos presenta la
escritura de Laguna como elemental, “como si la poesía no hubiese existido
jamás” antes de ella, “una narración sin montaje”, “sin intervención de operación
estética alguna”, y por momentos en cambio como signo de “un incuestionable
refinamiento cultural”; por un instante se ve la posibilidad de leer sus poemas
como textos “de autoayuda”, pero luego se recapacita y se llega a la conclusión
de que en tal caso la autora se habría dedicado a ese redituable género,
“salteándose todo lo formal para ir directamente al contenido” (me preguntaba
también qué entendería el autor de la nota por “todo lo formal”, y cómo ha de
ser posible saltearse eso e ir “directamente al contenido”, y me preguntaba
incluso cómo se puede todavía contraponer seriamente forma y contenido…).
En el párrafo final de su artículo, el crítico detiene la oscilación
pendular y plantea sin vueltas esta decisiva cuestión topográfica: “¿Laguna
está afuera de la poesía o trabaja en el centro mismo de ella?”
Lamentablemente, no llegamos a saberlo, porque el comentario toma nuevamente
envión en su hamaca y nos dice que “Laguna no está ni en uno ni en otro lugar”,
a lo que luego agrega que “está en los dos, o en ninguno”, y avizora a renglón
seguido que “está un poco más adelante”... Dado tal carácter de adelantada con
respecto a las “viejas categorías de la crítica”, el recensor no puede
decidirse a considerar a Laguna “mejor ni peor poeta”, porque “su falta de
ubicuidad es un cuestionamiento radical a cualquier idea de lo que signifique
ser un buen o mal escritor” (deducimos, pues, que los numerosos autores
“ubicuos” con que cuenta la literatura permiten ser catalogados con mayor facilidad).
Como decía al principio, es una pena que no se cite ni un solo verso
del nuevo poemario de esta autora, de quien recuerdo haber leído su libro Triste y algunos otros textos. Para no caer en lo mismo que objeto,
transcribo aquí un par de composiciones suyas:
1) “Hormiguita, hormiguita, ¿cuál es tu nombre? / mi nombre es maría y
soy una hormiguita. / Chau, buen viaje hormiguita.”;
2) “Cruzo la calle. / ¡Cuidado! / Los coches pasan veloces y uno
salpica mi hermoso vestido / ¡Cuidado con los coches!”
(Releyendo estos versos,
entiendo por qué acudieron a mi mente las imágenes de la hamaca y del subibaja…).
En fin, me hubiera gustado comparar la impresión que me produjeron textos como
los citados (impresión muy próxima, debo decir, al título del primer libro de
Laguna) con las nuevas creaciones. A lo largo de toda la media página de la
revista que ocupa el comentario no es fácil formarse una opinión sobre Control
o no control, ya que el mismo crítico parece tener sus dudas al respecto, pero
se diría que la autora sigue cultivando aún la poética de entonces: “Hago el
amor / con la oscuridad, / con el primer pensamiento / que se me cruce / por la
cabeza.”
[P.A. / Córdoba, 08-VII-12]
Realmente, Pablo, no quiero siquiera saber quién ha firmado esa reseña. No la había leído y no la leeré, dado que has tenido la precaución de citar el texto. La imagen de la hamaca vacía resulta, sin embargo, tan poética, que me alienta a imaginar que la poesía seguirá existiendo, a pesar de las Lagunas y de los incoherentes recensores de Ñ. De todos modos, las ganas de llorar sobre el cadáver de una literatura que tuvo sus glorias, no se me van tan fácilmente. Uno podría pensar, con Inodoro Pereyra, que a estos tipos la historia los juzgará; y responderse, con el emperrado Mendieta, que ellos cuentan con el mejor abogado: el olvido. Salvo que en el ámbito literario el olvido es la peor sentencia imaginable, y la única que les cabe a impostores tan inverosímiles (y tan chapuceros) como estos enésimos reinventores de la poesía.
ResponderEliminarEl pesimismo no conduce a nada...
ResponderEliminarPablo: como estoy de vacaciones, no he ido al puesto de diarios de pasada a la escuela donde me guardan la "Ñ" y, como vos, siempre tengo la ilusión (ya cada vez menos) deque se hable sobre poesía, al menos en una reseña crítica de compromiso o de amistad.
ResponderEliminarHoy voy a ir a comprarla y leeré la reseña (no caeré en la simpática pereza de Bekes) para formar mi opinión. Aunque sin saber quién la ha escrito debo sugerir un atenuante a favor de autor:
Todas las veces, el editor de un suplemento debe ceñirse a una cantidad determinada de caracteres o de palabras. Así, cuando tiene que acortar, rebana las citas del libro reseñado que argumentan concretamente la lectura (supuestamente) atenta del autor de la crítica. Fin del atenuante.
Por otro lado, me encanta la crítica de la crítica. Sobre todo por ser tan infrecuente. Si es raro encontrarse libros reseñados de poesía, mucho más un comentario sobre los aspectos y el modo de reseñar.
Acabo de terminar de leer "El oído del poema", donde Walter Cassara recoge gran parte de sus reseñas críticas. Me ha regocijado encontrarme con visiones de la poesía diferentes, propuestas de poéticas novedosas y, sobre todo, una lectura apasionada del género. Recomendable, aunque todavía más los poemarios que aborda.