lunes, 11 de mayo de 2020



Baldomero Fernández Moreno

Los peones






Los peones

No bien salen del antro turbio de la cocina
se pierden en la noche con grave pesadumbre
camino a los galpones, y se los adivina
del popular “Brasil” a la rojiza lumbre.

Y caen en sus yacijas, sin sueños ni oraciones,
en el cuerpo pegados polvo y briznas del día.
En torno dan su tufo acre las guarniciones
y yergue su esqueleto la maquinaria fría.

Duermen en pobres catres, con almohadas sin funda,
entre cobijas rotas y pellones de oveja,
una alpargata cerca y la otra errabunda,
y pendiente de un clavo alguna pilcha vieja.

Aquel que tiene cuarto por ser un peón viejo
lo adorna con retratos y estampas caprichosas,
una cola de vaca y un pedazo de espejo,
un fonógrafo verde y muchas otras cosas.

Visten con abandono, con nómada desgano,
camisetas, bombachas, al cinto faja o piola,
sombreros heteróclitos, lo que tengan a mano,
desde el chambergo criollo a la boina española.

Un relojito suelen traer en los bolsillos,
pero generalmente, sobre el desgarro gris,
sólo brillan los cabos simples de los cuchillos
y los dientes con rústica limpieza de maíz.

Los feriados conciertan con otras peonadas
rudos e interminables partidos de fútbol;
se pechan como toros, ruedan en oleadas,
las hierbas malheridas dan su perfume al sol.

En sus gambronas nuevas sudan a grandes gotas,
y a pie desnudo enfilan la pelota hacia el arco:
un par de damajuanas, si no dos tiesas botas…
La pampa y los patrones suelen servir de marco.

Cuando cae una linda sirvienta ciudadana
se entreveran de guiños, y entonces hay que ver
cómo, momentos antes de sonar la campana,
se acicalan un poco para ir a comer.

Cuelgan un espejito de un poste de quebracho,
y acabado el guisote, en la mesa de codos,
se quedan taciturnos, las horas, bajo el gacho,
mientras la forastera coquetea con todos.

Hay uno, como este que dicen Juan Cantera,
cortado de los otros, cambado y cabizbajo,
que al morir de una tarde se acercó a la tranquera
y con buenas palabras solicitó trabajo.

Dijo que padecía algo de reumatismo
y que por esa causa se encontraba sin medios,
y que se quedaría, todo le era lo mismo,
sólo por el puchero, la pieza y los remedios.

El negrito Morales fue vendedor de diarios
y una noche de perros cayó a la policía.
Vagó de pueblo en pueblo, ensayó oficios varios,
y hoy su sonrisa alegra la cocina baldía.

Trabajó en el invierno en el tambo vecino,
el barro a media pierna, amén del madrugón,
echó después el resto en la trilla del lino
y aun le faltan dos años para la conscripción.

Y el Francés, que se ha roto veinte veces los huesos
y que es un lamentable nudo de arriba abajo;
y Domingo, que un día heredó algunos pesos,
pero quiere vivir sólo de su trabajo.

Y Martín, que maneja como ninguno el hacha,
y se llena de brazos tumbando un algarrobo;
y Jacinto, que tiembla cuando ve una muchacha,
para los unos, vivo; para los otros, bobo.

Ayer se despidieron los dos checoeslovacos
y hoy los hemos traído en auto a Chascomús,
gigantescos, macizos, en el hombro los sacos,
y un flequillo de paja sobre el casi testuz.

Hemos cenado juntos en lo de Barreneche,
con las manos cuadradas que juntaron la mies;
los dejé en el andén entre tarros de leche…
Formábamos un grupo muy curioso los tres.

Columnas de peones de infinitas estancias,
músculos esculpidos, sin un grumo de grasa,
hombrones que conservan infantiles fragancias,
muchos sin un recuerdo siquiera de su casa.

Hoscos analfabetos, cansancios en cuclillas,
esfinges del alambre, sombras del corredor:
a pesar de guitarras, pañuelos y bombillas,
yo conozco, peones, todo vuestro dolor.

Baldomero Fernández Moreno

[De Buenos Aires / Ciudad, pueblo, campo,
Editorial Kraft, Buenos Aires, 1941]

1 comentario:

  1. Muy bueno !!! Gracias por compartir. Había leído alguna vez, La Cocina de los Peones, poema que no encuentro por ningún lado. Saludos.

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